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Trump y el estado de excepción

“Soy el candidato de la ley y el orden”, declaró Donald Trump en su discurso de aceptación como candidato presidencial el pasado jueves al finalizar la convención republicana en Cleveland, Ohio, estado que gobierna su excontendiente John Kasich y notable ausente en el evento.

24 de Julio de 2016

Impresiona el desenlace de la convención. Impresiona más que en su discurso Trump homologue la era del EU de Obama como la de un régimen de excepción, de carácter tiránico y en el seno del cual se habrían violentado las garantías individuales y la norma constitucional. Este desmedido tono del discurso trumpista se equipara a la oferta de regreso a la reconstrucción constitucional del Estado después del dominio de una tiranía, a la Duvalier, Somoza o Pinochet. ¿Qué se pretende? ¿Infundir el miedo apocalíptico y la paranoia conspiracionista ante la muy factible posibilidad de una continuidad de la era de Barack Obama con la elección de la fórmula Clinton-Kaine?

Trump tomó ya como rehén al Partido Republicano (PR) y de pasada a un todavía incuantificable sector de votantes, y se propone vender una idea de nación, en la que la ley del revolver sea la que solucione los destinos de la comarca estadunidense primero y la comarca mundial, después. Es desoladora, principalmente para sectores de conservadores republicanos serios, la orfandad argumental y la crítica soledad a la que se está sometiendo a un partido de por sí fragmentado por la estulticia y la soberbia tozudez de Trump, y el poco profesional equipo cercano que lo rodea y que ya causó la primera pifia en la forma del plagio de Melania Trump contra Michelle Obama —ya reconocido por Meredith McIver, redactora de discursos de la organización Trump, no del PR!—. ¿Éste será el tono que se imponga en la campaña del trumpismo? Si es así, ¿será un tono que le garantice, ya no el triunfo, sino la aceptación mayoritaria de los 250 millones de electores que componen el padrón electoral?

En todo caso, hemos presenciado con sorpresa una convención republicana con tonos muy negativos, entre los que dominó un discurso de odio, divisivo, prepotente, codicioso y muy poco propositivo sobre los grandes pendientes estadunidenses, y en el que dominó un espíritu revanchista y peligrosamente tiránico. Son tonos que, por cierto, dan continuidad al tono que le imprimió Trump a sus discursos de precampaña, todos ellos venenosos, llenos de encono y discordia. Resulta una contradicción en términos la propuesta de unidad nacional que pregonaron hacia el final de la convención. ¿Se puede unificar a una sociedad cuando al tiempo se le divide y ataca? No, de acuerdo a la experiencia histórica. Hasta Hitler fue capaz de unificar al pueblo alemán, aunque ciertamente alrededor de la gran mentira supremacista que le costó a Alemania y al mundo el sufrimiento más doloroso de la era moderna. Si bien es cierto que escribir y pronunciar un discurso de aceptación tiene su grado de complejidad. Complejidad superable cuando se cuenta con los talentos y la debida asesoría. Ninguno de estos parece haber estado del lado de Trump, quien da la idea de haberse vuelto a encargar de redactarlo él solo. Y ahí estuvo lo malo. Según Jason Easily (Politicus USA, 21 de julio), el discurso fue uno sin estructura narrativa. Su relación de hechos fue caótica y repetitiva, por ejemplo, regresó arbitrariamente a temas como migración, que ya había tocado al principio. Nunca propuso un plan para ejecutar sus propuestas. Incoherente y difícil de seguir, lo que demostró que lo suyo no es ni la política ni el pensamiento lúcido. Por otro lado, fue un discurso a base de una gritonería propia de un lunático. La ecuanimidad en el tono brilló por su ausencia. Trump parece no poder hablar como un ser humano normal, sobre todo frente al teleprompter, lo cual aborta el objetivo que es transmitir el mensaje con eficiencia. ¿Trump enemigo de Trump? Y por si no fuera suficiente fue un discurso abrumadoramente largo. En suma, vimos a un candidato con nada que decir, quien se tomó demasiado tiempo en decirlo.

El precedente más grave ha sido que con la violenta estrategia narrativa desplegada se volvió a patear el avispero de los primates políticos que ha resucitado Trump, quienes, cual rupestres caníbales políticos, organizaron una quema de brujas vergonzosa contra Clinton. La irresponsabilidad es palpable y puede significar el principio del fin de su quimera presidencial.

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