La reunión del G7 en Kananaskis, Alberta en Canadá la semana antepasada tuvo un mal final. Donald Trump, en un desplante típico de un déspota, anunció su retiro de la reunión antes de tiempo, arguyendo su necesidad de estar en Washington monitoreando la escalada del conflicto militar entre Israel e Irán. Yo soy de la opinión de que Trump se inventó este teatro para no afrontar las negociaciones comerciales (UE, México, Brasil, Japón) y de seguridad (Ucrania, Irán) que tendría con los liderazgos ahí presentes. Su irrespetuoso desplante a sus colegas de las siete potencias más ricas del planeta a los que dejó plantados, es un muy característico gesto de cobardía política que lo ha distinguido en sus relaciones internacionales, acerca de las cuales no parece tener ninguna idea estratégica clara de cómo afrontarlas. Prácticamente en todo se echa para atrás, después de crear una enorme expectativa que generalmente termina en caos.
Tal es el caso del entendimiento sobre aranceles por abajo del 50% que se podría haber negociado con la Unión Europea o la asignatura pendiente con Ucrania en el sentido de contener los impulsos bélicos de Putin y eventualmente resguardar la seguridad europea en forma más consistente. No se llegó a acuerdo alguno. No hubo el comunicado esperado en dónde se incluyera la presión a Israel de contener sus ataque (EU vetó esa parte en el débil comunicado que resultó del encuentro preparado por el primer Ministro de Canadá Mike Carney). Su ausencia le quitó mucho el sentido a la reunión, toda vez que Estados Unidos es el país más influyente en los temas que habrían de tratarse con Trump. En efecto, este desprecio de Trump a su colegas del G7 (e invitados especiales como México, Brasil, Sudafrica, Corea del Norte y Australia) se hace en un momento muy grave para la humanidad entera que se mantiene expectante ante los diferentes frentes de guerra que existen en varios teatros bélicos, tales como el conflicto en Medio Oriente hoy agudizado por la guerra de los 12 días entre Israel e Irán y el bombardeo estadunidense, la guerra, consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania y el enfrentamiento entre Pakistán e India, entre otros.
Como se dijo líneas arriba todos estos temas estaban en la agenda que preparó Carney con el consenso de los miembros del G7, salvo, quizá, Washington, que siempre mantuvo su reticencia a un comunicado final. Particularmente grave es la conflagración entre Israel e Irán. Justamente cuando Estados Unidos y este último estaban en plenas negociaciones para hacer que Irán cediera en el proceso de enriquecimiento de uranio y con la justificación de lo que aparece como una declaración política forzada por Washington, el Organismo Internacional de Energía Atómica, la OIEA, declaró que Irán estaba a un paso de producir el potencial nuclear para construir la bomba atómica, es que Israel ataca con todas sus fuerzas las instalaciones militares de Irán. Como siempre, las burdas declaraciones de Trump denuncian un probable artilugio de parte de Washington. Al sexto día de iniciado el conflicto y ante una supuesta solicitud de Irán de negociar, Trump declaró que ya era tarde y que más le valía al régimen de los ayatolas rendirse incondicionalmente si no quería perderlo todo.
¿Plan con maña? ¿Celada de Trump a Irán? ¿Típico caso de política de zanahoria (negociaciones) y garrote (bombardeo israelí y estadunidense)? En todo caso es muy obscuro el preámbulo del ataque israelí (y del cual Marco Rubio se deslindó al principio y hoy Trump no solo celebra, sino del que estuvo dispuesto a formar parte. Si fue una celada a Irán, que mal que bien ya se sentaba a negociar con Washington, esto nos recuerda el falso recurso retórico de las armas de destrucción masiva como pretexto del gobierno de George W. Bush para invadir Irak y posteriormente derrocar a Sadam Husein; o el recurso similar de un supuesto ataque a la armada estadunidense en el Golfo de Tonkin el 2 de agosto de 1964 que usó Lyndon B. Johnson como pretexto para justificar la solicitud al congreso de más fuerzas militares y atacar a Vietnam del Norte. Todas estas simulaciones bélicas fueron hechas en nombre de la seguridad nacional estadunidense. Pero también, esta construcción del enemigo han sido actos de cobardía que eventualmente se pagarían con sendas derrotas de EU en el frente militar y posteriormente en el frente político interno. Esto marcaría a un Estados Unidos que no ha podido ganar una sola guerra (generalmente orquestadas por Washington) en lo que va del siglo XX (después de 1945) y del siglo XXI. Los estadunidenses tienen que ser muy cuidadosos con olvidar la historia y condenarse a sí mismos a repetirla en Irán. Y esto es lo que no se pudo tratar en el G7 en Canadá por culpa de la poquedad de Donald Trump.
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