Las redadas contra la población migrante en Estados Unidos van en aumento y se han radicalizado. En ningún país aliado de EU se han tomado medidas punitivas como estas. Estas medidas represivas se hacen con dolo y sin respetar los derechos humanos de las personas, quedando atrapadas en esta laberíntica tarea, incluso personas que radican legalmente en Estados Unidos. Está más que visto que el presidente Trump gobierna con un claro prejuicio en contra de los migrantes que provienen del sur del continente, particularmente de México. Su discurso (“son unos animales”, así se refirió a los manifestantes de Los Angeles) es racista, xenófobo y discriminatorio, y responde a las directrices del supremacismo blanco, que con él ha fortalecido sus posiciones en el espectro socio político estadunidense: los migrantes son invasores extranjeros, es la consigna. Esta visión distorsionada de la migración ha hecho que el gobierno de Trump se vuelva represivo y autoritario. Al tiempo que ha obligado a la población migrante a sumirse en una clandestinidad que le quita identidad y pertenencia: si de por sí ya se les cuestionaba su sentido de pertenencia y su carácter identitario, ahora, desde la clandestinidad forzada por la represión de Estado, se les anula cualquier visibilidad explícita. Su rostro y su voz son cancelados por la coerción que se aplica con morbo y un sadismo y crueldad que sólo espíritus narcisistas y déspotas como el de Trump y su equipo (Miller, Noem) pueden detentar.
Esta obsesión de todo el sistema trumpiano por aniquilar la otredad, lo diferente y lo opuesto al universo de la blanquitud, que se quisiera instaurar, por cierto, ya muy tarde en el firmamento político demográfico estadunidense (frente a latinos, afro estadunidenses y asiáticos, la población blanca ya es minoría), es propia de regímenes totalitarios y el de Trump se acerca ya, y mucho, a esta tipología. Esta obsesión antiinmigrante que se ensaña cada vez más en los operativos de ICE contra lo que se mueva y que parezca anómalo, explica en una gran medida la respuesta estridente de la población civil estadunidense que estos días ha estado representada por una composición intra racial de opositores pocas veces vista en la historia reciente de Estados Unidos. Se trata de sectores de población que se sienten agredidos por un pensamiento rígido que atenta contra todo un sistema de libertades civiles y contrapesos altamente atesorados desde los tiempos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy. La violencia ejercida contra un grupo antagónico- en este caso los ciudadanos que se oponen al maltrato en contra de los migrantes- en la forma en que el trumpismo lo está haciendo es solo una muestra del dogmatismo hiper reaccionario del que hacen gala Trump y su gabinete. Estas acciones de gobierno son un signo elocuente de los niveles de decadencia en los que Estados Unidos se encuentra desde hace varias décadas, pero que hoy más que nunca están violentando el tejido social estadunidense. Las protestas están dirigidas a un sector de la clase política recalcitrante y que hoy se encuentra instalada en el poder ejecutivo y legislativo, y eventualmente en el corazón mismo del sistema de justicia: la Suprema Corte. Se trata de una transición muy delicada en que el sistema democrático se encuentra agredido por acciones iliberales que atentan contra la supervivencia de las instituciones del estado democrático, que mal que bien, lograba reciclarse moderadamente. Se ha llegado a un límite y Trump está cruzando todas las líneas rojas de la política estadunidense. Un ejemplo claro de esto es cómo Trump le quitó ilegalmente al gobernador de California, Gavin Newsom, su prerrogativa sobre los manejos y las acciones de la Guardia Nacional de California, violando la décima enmienda constitucional y ante lo cual el juez de distrito Charles Breyer acaba de ordenar a Trump devolver el control de la institución armada a Newsom, cuyo espacio identitario está en el estado de California.
Trump no se ha conformado con alterar el orden doméstico e internacional desde que llegó a la presidencia y desafortunadamente México ha quedado embarrado en los acontecimientos de California por la falta de oficio del gobierno mexicano, cuya titular hizo declaraciones en el sentido de apoyar las movilizaciones en contra del impuesto a las remesas que envían los connacionales a México. Sheinbaum fue mal interpretada, quizá deliberadamente, y acusada por Kristi Noem, secretaria de Seguridad de EU, de arengar a las masas de manifestantes, que incluso recurrieron a la violencia. El desmentido de la presidenta no ha sido respondido por la Casa Blanca y en todo caso, este incidente no menor que ha afectado seriamente la relación bilateral, debería servirle al gobierno de lección para evitar desatinos al hacer declaraciones que han sido interpretadas –justa o injustamente- como intromisión en asuntos internos del vecino del norte: la prudencia en el uso del discurso oficial frente a EU se hace cada vez más urgente para evitar que los ánimos de por si exacerbados, se alteren más en este momento tan delicado para la relación bilateral.
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