El ejercicio memorioso de Semprún, reflejado en su gran obra, era también una declaración de guerra al olvido.
José Luis Valdés Ugalde
Jorge Semprún, el escritor de la memoria, ha dejado esta vida que tanto le dio y le quitó, habiéndonos dejado sus memorias plasmadas prístinamente en sus libros y sus muy variados testimonios. Cumplió así con la memoria a través de la letra con filo que nos lega en su vasta obra, al tiempo que cumplió con el compromiso social que le impuso la historia de su vida. Nos adiestró en el ejercicio de recordar, a partir de la experiencia narrada que lo marcó para siempre en el campo de exterminio nazi, Buchenwald. Nos aleccionó que olvidar el Holocausto nazi, cualquier tiranía o barbarie, la topografía del terror, en suma, no era una opción moral y políticamente decente para nadie en este mundo de olvidos. Semprún nos recordó, al igual que lo hicieran grandiosamente Levi, Kertész, Pastior, Pahor (este último aún vivo) y tantos otros, víctimas de la barbarie y del olvido, que la cita con la historia radicaba precisamente en decantar, clasificar, describir y narrar la terca acumulación de recuerdos, de hechos históricos, que heredaron al mundo civilizado la Alemania de Hitler, la España de Franco y la tiranía de Stalin. Hechos tristemente repetidos en el pasado reciente y en el presente en Portugal, Chile, Bosnia, Uruguay, Argentina, Libia, Irán, Israel. El ejercicio memorioso de Semprún, reflejado en su gran obra, era también una declaración de guerra al olvido y desde luego una afirmación del derecho que la ciudadanía universal tenía de conocer los horrores de la vida en cautiverio simplemente por el hecho de haber pensado y actuado en contra de la tiranía, de la injusticia, del autoritarismo, o de simplemente haber existido bajo la variada red de estigmas que produjo el nazifascismo en concreto, en contra de minorías y ciudadanos de todas partes de Europa. Esto, entre otras cosas, es lo que hace a Semprún un ciudadano universal, y un ciudadano de Europa, pero sobre todo un artista inolvidable en el dominio de la escritura del relato testimonial y de la novela.
Con la muerte de Semprún se fue para siempre ese aspecto inevitable del recuerdo de todo ser vivo que es la memoria olfática y que en su caso fue prácticamente una obsesión: el olor a carne quemada que nunca abandonó su memoria y se lo llevó con su muerte. Para la fortuna del testimonio literario, que ya Primo Levi había plasmado magistralmente en su famosa trilogía autobiográfica sobre Auschwitz, Semprún fue capaz de hacer también una travesía de la memoria y relatar virtuosamente la evidencia del terror y del exterminio en obras como Viviré con su nombre, morirá con el mío, La escritura o la vida, El largo viaje. Su obra y su vida son evidencia de una experiencia vital magnífica y llevada hasta el límite. A la vez son una demostración fundamental (principalmente en El largo viaje) de cómo el testigo y autor fue capaz de poner punto final a la “amnesia voluntaria” e iniciar una saga clave de la literatura occidental: “Escribir, no para sobrevivir, sino para vivir”, dice Bernard Henry-Levy sobre Semprún.
Jorge Semprún tenía un profundo respeto por la existencia del otro diferente. Su herencia humanista radica en buena medida en que fue capaz de valorar a las personas por su condición de personas, ya por su calidad humana, artística o vital y no por su expresión ideológica. Se dice fácil, sin embargo, para alguien que murió en vida un poco en el campo de exterminio y después revivió lo suficiente como para escribir y pensar sin odio alguno y magníficamente y, además, hacerlo hasta el final de su existencia, este es un acto de enorme grandeza, al tiempo que una lección de vida. Es el acto de un testigo de enorme valía, quizás el último testigo que nos queda de aquellos oscuros tiempos de la humanidad. Probablemente debido a esta enorme fortaleza moral pudo vivir sin inquietarse como un trasterrado entre España, su país de origen, y Francia el de su adopción.
Semprún lo dijo bien en alguna ocasión cuando habló de la patria: “Mi patria no es el idioma, sino lo que se dice”
Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
jlvaldes@servidor.unam.mx , Twitter: @JLValdesUgalde
http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=744966
José Luis Valdés Ugalde
Jorge Semprún, el escritor de la memoria, ha dejado esta vida que tanto le dio y le quitó, habiéndonos dejado sus memorias plasmadas prístinamente en sus libros y sus muy variados testimonios. Cumplió así con la memoria a través de la letra con filo que nos lega en su vasta obra, al tiempo que cumplió con el compromiso social que le impuso la historia de su vida. Nos adiestró en el ejercicio de recordar, a partir de la experiencia narrada que lo marcó para siempre en el campo de exterminio nazi, Buchenwald. Nos aleccionó que olvidar el Holocausto nazi, cualquier tiranía o barbarie, la topografía del terror, en suma, no era una opción moral y políticamente decente para nadie en este mundo de olvidos. Semprún nos recordó, al igual que lo hicieran grandiosamente Levi, Kertész, Pastior, Pahor (este último aún vivo) y tantos otros, víctimas de la barbarie y del olvido, que la cita con la historia radicaba precisamente en decantar, clasificar, describir y narrar la terca acumulación de recuerdos, de hechos históricos, que heredaron al mundo civilizado la Alemania de Hitler, la España de Franco y la tiranía de Stalin. Hechos tristemente repetidos en el pasado reciente y en el presente en Portugal, Chile, Bosnia, Uruguay, Argentina, Libia, Irán, Israel. El ejercicio memorioso de Semprún, reflejado en su gran obra, era también una declaración de guerra al olvido y desde luego una afirmación del derecho que la ciudadanía universal tenía de conocer los horrores de la vida en cautiverio simplemente por el hecho de haber pensado y actuado en contra de la tiranía, de la injusticia, del autoritarismo, o de simplemente haber existido bajo la variada red de estigmas que produjo el nazifascismo en concreto, en contra de minorías y ciudadanos de todas partes de Europa. Esto, entre otras cosas, es lo que hace a Semprún un ciudadano universal, y un ciudadano de Europa, pero sobre todo un artista inolvidable en el dominio de la escritura del relato testimonial y de la novela.
Con la muerte de Semprún se fue para siempre ese aspecto inevitable del recuerdo de todo ser vivo que es la memoria olfática y que en su caso fue prácticamente una obsesión: el olor a carne quemada que nunca abandonó su memoria y se lo llevó con su muerte. Para la fortuna del testimonio literario, que ya Primo Levi había plasmado magistralmente en su famosa trilogía autobiográfica sobre Auschwitz, Semprún fue capaz de hacer también una travesía de la memoria y relatar virtuosamente la evidencia del terror y del exterminio en obras como Viviré con su nombre, morirá con el mío, La escritura o la vida, El largo viaje. Su obra y su vida son evidencia de una experiencia vital magnífica y llevada hasta el límite. A la vez son una demostración fundamental (principalmente en El largo viaje) de cómo el testigo y autor fue capaz de poner punto final a la “amnesia voluntaria” e iniciar una saga clave de la literatura occidental: “Escribir, no para sobrevivir, sino para vivir”, dice Bernard Henry-Levy sobre Semprún.
Jorge Semprún tenía un profundo respeto por la existencia del otro diferente. Su herencia humanista radica en buena medida en que fue capaz de valorar a las personas por su condición de personas, ya por su calidad humana, artística o vital y no por su expresión ideológica. Se dice fácil, sin embargo, para alguien que murió en vida un poco en el campo de exterminio y después revivió lo suficiente como para escribir y pensar sin odio alguno y magníficamente y, además, hacerlo hasta el final de su existencia, este es un acto de enorme grandeza, al tiempo que una lección de vida. Es el acto de un testigo de enorme valía, quizás el último testigo que nos queda de aquellos oscuros tiempos de la humanidad. Probablemente debido a esta enorme fortaleza moral pudo vivir sin inquietarse como un trasterrado entre España, su país de origen, y Francia el de su adopción.
Semprún lo dijo bien en alguna ocasión cuando habló de la patria: “Mi patria no es el idioma, sino lo que se dice”
Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
jlvaldes@servidor.unam.mx , Twitter: @JLValdesUgalde
http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=744966
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