El Tea Party: la caja de resonancia de una retórica rencorosa.
José Luis Valdés Ugalde*Muchos eventos están ocurriendo hoy en día que impactan a EU (y de pasada al mundo) como para pasar por alto el espectáculo montado por el establecimiento político estadunidense. Un sector dogmático y extremista de éste, que ha fracturado seriamente al GOP (The Grand Old Party), el Tea Party, ha decidido que la pérdida de tiempo y el retroceso histórico de la política le es preferible a la defensa de las más nobles causas del pueblo estadunidense. Ya está vista la irresponsabilidad con la que actuaron al retrasar y mal aprobar un presupuesto que colapsó su economía y ha puesto en peligro el de por sí ineficaz sistema económico internacional. ¿Qué seguirá ahora que la presidencia está en juego?
Sin afán de ser catastrofista y en el ánimo de observar con cautela en los meses venideros el proceso político estadunidense, me atrevo a sugerir que éste será ríspido y quizás violento. Resulta que los ánimos están calientes. Esta derecha del Partido Republicano (PR) se ha ido radicalizando muy coincidentemente a partir de la estrepitosa derrota del GOP frente a Obama (de la cual su lideresa Sarah Palin fue responsable central). Se trata de una derecha enojada y amargada y, como ya lo hemos visto, de tales estados de ánimo no puede salir nada bueno ni imaginativo en un proceso democrático. El Tea Party ha sido la caja de resonancia de una retórica rencorosa y que pierde de vista el ideario político que todo discurso democrático debería contener. Su narrativa exalta lo más recalcitrantemente viejo que hay en la tradición política de EU. Y también representa lo más conservador y hasta reaccionario del establecimiento político y social estadunidense. Se inspira en un discurso religioso fundamentalista (del que no están exentos los actuales precandidatos presidenciables del PR) que se asemeja más al discurso de las viejas cruzadas de los pioneros y no al de la política democrática moderna. No olvidemos que en este marco malsano en el que ha prevalecido un discurso belicista y polarizante por parte de los miembros del Tea Party, fue que se dio el atentado en Tucson en contra de la diputada demócrata Gabrielle Giffords, quien aún se recupera del balazo en el cerebro que la dejó parcialmente inhabilitada, aunque por ahora y por fortuna, aún activa como congresista.
Esta derecha que describimos es una facción política estridente y primitiva que pretende obstruir cualquier movimiento hacia un cambio de fondo en el modelo económico y de poder. Se oponen hipócritamente a experimentar con células madre (Rick Perry, el delfín republicano, las utiliza para un padecimiento de espalda), al rediseño del sistema de salud de Obama (Mitt Romney aprobó la cobertura sanitaria universal en Massachusetts cuando era gobernador) y a la modernización fiscal del caduco sistema hacendario de EU, entre otros temas.
Los dos precandidatos mencionados, a los que se agrega la nueva heroína del Tea Party, la congresista Michelle Bachmann, quien afirma que la homosexualidad es “parte de Satanás”, son miembros del fundamentalismo cristiano y éste es encarnado hoy más que nunca en la política nacional por el Tea Party y sus masas de seguidores descompuestos por la desconfianza y el desencanto. Esta corriente, versión extrema del luteranismo originario, ya ha sido capaz de encarnar una diatriba que con seguridad intentará engatusar a los votantes en los próximos meses con propuestas que van desde el retroceso en la investigación científica en varios frentes, la anulación de los derechos de la comunidad homosexual y quizá de otras minorías, como la negra, a las que ven con recelo, hasta declarar al Papa como la encarnación del Anticristo, todo lo cual y aunque así haya sido expresado al calor de la campaña por Bachmann, se ve poco probable. En todo caso, estamos ante una derecha que, habiendo irrumpido la vida pública en EU con la energía de una sintaxis atormentada y delirante, también se ha vuelto viable como una fuerza política aún más dominante en el interior del aparato estatal. Este escenario terrorífico hará que Reagan y los Bush aparezcan como unos santos y nobles caballeros de la civilidad política.
*Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
Twitter: @JLValdesUgalde
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