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Indignación y malestar mundial

A la memoria de Miguel Angel Granados Chapa

            Desde el fin de la URSS hemos vivido tiempos convulsos para el sistema mundial en los cinco continentes en que complejos temas nos exigen una comprensión cabal de sus claves históricas. Más le valdría a la clase política mundial y a las grandes elites financieras del mundo, prestar la debida atención a la nueva mayoría silenciosa que aparece en la forma de un movimiento de masas que protesta espontáneamente ante el statu quo político y financiero que se niega a aceptar reformas y eventualmente modificar formas tradicionales de la distribución de las oportunidades en el ámbito de la política y la economía. Esto ocurre en un contexto, por un lado, de intensa globalización de la economía a extremos ampliamente desproporcionados y desiguales y por el otro, de falta de globalización de la política al grado de que nos vemos ante Estados Nación rebasados, cuando no percibidos y acusados como  incapaces y corruptos.
La re emergencia de las protestas de los indignados, inauguradas en España en mayo por el movimiento 15-M, se han visto catapultadas en varios países debido a las movilizaciones del movimiento “Occupy Wall Street” en EU y otros en otras capitales como Bruselas, Londres y Roma. El fin de semana pasado nada menos, se convocó con éxito, en más de 950 ciudades de 82 países, a la protesta mundial “Unidos por un cambio global”. Hasta donde se ha apreciado esta protesta evidenció el crecimiento de lo que es ya un movimiento social de naturaleza global en virtud del hecho de que ya contagió a las Américas y a diversos países de Europa y que tiende a ejercer aún más presión sobre el sistema político y financiero global. Se trata de un movimiento social que no es comparable al de las protestas altermundistas contra los líderes reunidos en las grandes cumbres económicas. Este es de otro calado: despierta simpatías generalizadas del público y ha pasado de la inacción del pasado, propia de sociedades anestesiadas, a otra de mayor cohesión social y articulación de demandas en contra de la injusta distribución de los costos de lo que apunta a convertirse en una gran depresión mundial.
            La amplia protesta se ha dado sobre la base de que a los políticos, a quienes se les eligió democráticamente confiando en su inteligencia social, han abandonado este valor asociado a obligaciones, en aras de sus intereses por la obtención del poder por el poder que los ha enceguecido y situado en un cortoplacismo que denigra y deteriora la acción política. En este marco argumental, la protesta de una sociedad global estresada y sumida en el desencanto estaría deviniendo en una nueva forma de acción social sustitutiva de la acción efectiva de la política para hacer valer sus intereses sociales, económicos, políticos y culturales. Es decir, ante la ausencia de la inteligencia social de los políticos que una vez en el poder se olvidan de la gente que los votó y alejan al Estado como el emisor natural de los satisfactores que aquella tiene el derecho a recibir, emerge una oposición civil espontánea y quizás muy desagregada que, en opinión del filósofo polaco Zygmunt Bauman, podría ser más emocional que de pensamiento. Esta sociedad civil semi organizada podría tener así suficientes razones anti sistémicas como para continuar el desarrollo de una movilización global como la que se aprecia. No obstante esto, está por verse qué tanto pensamiento estratégico horizontal y no necesariamente carismático puede haber y resultar efectivo en un movimiento que clama por una representación democrática que nadie, de Washington a las capitales europeas y las de otros países en crisis de representación política creciente, parecen dispuestos o capaces de ofrecer.

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