Entre la andanada de reproches del Partido Republicano (PR) contra Obama - en medio de su desesperación sus precandidatos emprenden cualquier despropósito o dicen cualquier barbaridad- está la de que el presidente no tiene una política exterior acorde con los cimientos neoimpoeriales que le han dado a Estados Unidos su razón de ser histórica. Los reproches de Romney, Santorum y Gingrich, incluyen, entre otros, la supuesta debilidad del demócrata frente a Irán, la retirada militar de Irak, la tibia defensa de Israel (que se atenúa por la declaración reciente de Obama de total apoyo a su aliado inevitable e incómodo en su confrontación con Irán) y por último, la de haber aceptado el debilitamiento de su poderío y la reducción del gasto del Pentágono, estas dos últimas, consecuencias directas de la crisis económica y del presupuesto que mal ayudaron a aprobar los republicanos en el Congreso. Se le critica también por no tener una política hacia México. De aquí la reciente visita relámpago y guadalupana que el vicepresidente Joe Biden les hizo a los precandidatos presidenciales mexicanos en aras de sondear hasta dónde les quedan claras la prioridades de Washington en la defensa de su seguridad fronteriza y si acaso tienen alguna una estrategia de gobernanza fronteriza o, por lo menos, de una política coherente hacia el Coloso del Norte.
Así entonces, parece que Obama y su equipo de política exterior ya han empezado su campaña por la reelección presidencial en el exterior. Tenemos, primero y principalmente (y aquí es donde México deja de contar dentro de las prioridades estratégicas de Washington), el ya mencionado pronunciamiento de Obama de días pasados a favor de Israel, que incluiría el ataque concertado a Irán de continuar este país con el muy poco claro proceso de enriquecimiento de uranio, que eventualmente los lleve (así lo afirma el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu) en muy pocos meses, incluso semanas, a construir una bomba atómica (“la zona roja”, según la cual el proceso de producción de armas nucleares es ya irreversible). Obama en este terreno se ha convertido por necesidad y sobrevivencia política en “halcón a la fuerza” y estaría quizás a punto de ceder (y quizás de caer) por el lado del eslabón históricamente más débil de la política exterior estadunidense: Israel, con cuyo primer Ministro Obama se ha confrontado en repetidas ocasiones. Esta presión lo habría llevado a afirmar el pasado domingo ante la AIPAC , principal lobby israelí en EU: “no voy a descartar ninguna opción y lo digo en serio … un esfuerzo político para aislar a Irán, un esfuerzo diplomático para asegurarnos que el programa iraní está bajo vigilancia, y sí, un esfuerzo militar para estar preparados para cualquier contingencia.”
Aviso premonitorio de lo que Obama anunciaría en su reunión con Netanyahu al día siguiente, a saber, “Estados Unidos siempre le cubrirá las espaldas a Israel”. Aunque esta afirmación fue matizada cuando agrega que aún “hay una oportunidad de solución diplomática”, se percibe claramente que Obama ha quedado atrapado entre dos frentes que lo han de tener muy incómodo moral y políticamente en plena precampaña por la reelección: proteger y garantizar la seguridad de su aliado y taparles la boca a los republicanos, o mantenerse como el presidente del poder inteligente e insistir en la presión diplomática y económica para evitar una aventura militar en Irán que podría ser catastrófica para todos, especialmente para sus aspiraciones reeleccionistas. A ocho meses de las elecciones, el Obama presidente se ve llevado a confrontarse con el Obama candidato. El dilema no es menor para un político al que se la ha reconocido por su prudencia, por su vocación diplomática y calculadora, y por privilegiar el uso de la fuerza sólo como último recurso. Obama se encuentra dividido entre una opción de guerra (con más prioridades israelíes que estadunidenses por delante) y una diplomática que llevaría a un espacio de paz relativo. Está a punto de decidir su lugar en la historia del poder y la gloria.
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