La contienda presidencial en EU se calentó. No sorprende que la entrada del congresista por Wisconsin, Paul Ryan, como el segundo de Romney, haya levantado los ánimos republicanos. Se trata de un ideólogo hiperconservador, un integrista fiscal en el Congreso (“The Path to Prosperity”, su propuesta fiscal) que aboga por recortes en todo, incluidos los impuestos de los más ricos; es él quien trae la estamina de la derecha verdadera y extrema del PR representada por el Tea Party. A su lado Romney aparece como un robot sin identidad ideológica, sin integridad intelectual ni, por tanto, afinidad con la derecha ultramontana que el Tea Party representa: este grupo gana cada vez más posiciones y por fin tiene en Ryan a su personero ideal. Será interesante ver cómo Romney, antes considerado un conservador moderado del PR, intenta desmarcarse de las posturas más reaccionarias de la extrema derecha sobre el aborto, los derechos de las minorías, la ley de salud, las cuestiones iraní, rusa y china, entre otros candentes temas. A juzgar por las encuestas, Ryan llegó para levantar aún más los ánimos de los señores del dinero en EU, que no acaban de confiar en Romney y aborrecen a Obama. Paradójico pero cierto, debido a lo anterior es el candidato a la vicepresidencia quien ha logrado un levantón relativo (y, creemos, momentáneo) en las encuestas para los republicanos, que Romney por sí solo no había podido tener. Todo esto se da en un contexto en que los republicanos moderados a nivel nacional son una especie en extinción. Así, dada la sospecha de que Romney asumirá inevitablemente como propias las posiciones extremas que representa el Tea Party, en aras de erigirse como presidente, es casi seguro que el republicano se convertirá en un rehén más de un Washington ultraconservador, que nada menos que en el Capitolio ha logrado ya el secuestro de John Boehner, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes.
Al lado de la supuesta frescura que su juventud y estilo imprimen a su campaña, resalta el valor agregado que tiene Ryan para Romney en términos de su vinculación estrecha con los intereses especiales, lo que se llama en EU el Big Money, el cual seguramente continuará financiando su campaña con fondos a raudales. Ryan se ha distinguido por ser el diputado con mayor capacidad de recaudación y el que más fondos pudo reunir para su campaña de reelección de este año (ocho millones), a lo que hay que agregar que recaudó, en las 24 horas posteriores a su designación, 3.5 millones. Sus contactos y apoyos directos incluyen, principalmente, a la compañía aseguradora Wisconsin Northwest Mutual, el conglomerado químico y petrolífero de los hermanos Charles y David Koch, personajes de la talla de Sheldon Adelson, aliado de la ultraderecha de Israel y dueño de casinos, y con quien se reunió en Las Vegas a dos días de su designación, para recibir su apoyo. Cabe señalar que Adelson está bajo investigación judicial por sospecha de lavado de dinero de un personaje mexicano aún no identificado. Otro más: Bob Perry, constructor y patrocinador de la memorable calumnia de Swift Boat en contra de John Kerry y su récord militar en las presidenciales de 2004.
Ciertamente un grupo selecto que le hace justicia al eufemismo clásico en Washington de que el dinero no compra influencias, sólo compra el acceso. Estos megadonantes, ni qué decirlo, estarán punzantemente detrás de un gobierno Romney-Ryan que desde ahora se ha propuesto desmantelar todas las reformas, principalmente la de salud, que ha encauzado el gobierno de Obama hasta ahora. Es posible pensar desde ahora que Romney llegará tan a la derecha como se lo permitan el voto y el Senado. La designación de Ryan es un paso hacia adelante del Tea Party. También es una regresión histórica: se trata del parteaguas ideológico más importante de los últimos 30 años desde los tiempos de Reagan. El extremismo que caracterizará sus propuestas durante la campaña, no exentas de odio racial contra Obama, no serán disimuladas ni distintas a las de su base fundamental. Una vez en el gobierno esta coalición representará un verdadero giro a la extrema derecha que hará aparecer a Sarah Palin (con quien renació el Tea Party) como un folclor verdaderamente entrañable.
Al lado de la supuesta frescura que su juventud y estilo imprimen a su campaña, resalta el valor agregado que tiene Ryan para Romney en términos de su vinculación estrecha con los intereses especiales, lo que se llama en EU el Big Money, el cual seguramente continuará financiando su campaña con fondos a raudales. Ryan se ha distinguido por ser el diputado con mayor capacidad de recaudación y el que más fondos pudo reunir para su campaña de reelección de este año (ocho millones), a lo que hay que agregar que recaudó, en las 24 horas posteriores a su designación, 3.5 millones. Sus contactos y apoyos directos incluyen, principalmente, a la compañía aseguradora Wisconsin Northwest Mutual, el conglomerado químico y petrolífero de los hermanos Charles y David Koch, personajes de la talla de Sheldon Adelson, aliado de la ultraderecha de Israel y dueño de casinos, y con quien se reunió en Las Vegas a dos días de su designación, para recibir su apoyo. Cabe señalar que Adelson está bajo investigación judicial por sospecha de lavado de dinero de un personaje mexicano aún no identificado. Otro más: Bob Perry, constructor y patrocinador de la memorable calumnia de Swift Boat en contra de John Kerry y su récord militar en las presidenciales de 2004.
Ciertamente un grupo selecto que le hace justicia al eufemismo clásico en Washington de que el dinero no compra influencias, sólo compra el acceso. Estos megadonantes, ni qué decirlo, estarán punzantemente detrás de un gobierno Romney-Ryan que desde ahora se ha propuesto desmantelar todas las reformas, principalmente la de salud, que ha encauzado el gobierno de Obama hasta ahora. Es posible pensar desde ahora que Romney llegará tan a la derecha como se lo permitan el voto y el Senado. La designación de Ryan es un paso hacia adelante del Tea Party. También es una regresión histórica: se trata del parteaguas ideológico más importante de los últimos 30 años desde los tiempos de Reagan. El extremismo que caracterizará sus propuestas durante la campaña, no exentas de odio racial contra Obama, no serán disimuladas ni distintas a las de su base fundamental. Una vez en el gobierno esta coalición representará un verdadero giro a la extrema derecha que hará aparecer a Sarah Palin (con quien renació el Tea Party) como un folclor verdaderamente entrañable.
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