Empieza a quedar claro qué actores nacionales e internacionales están incidiendo en la campaña estadunidense. Ya podemos ver, por ejemplo, que quienes están a favor de la elección de Mitt Romney son los grandes capitanes del capitalismo de casino, a los que Obama salvó en 2008 (personajes como Sheldon Adelson, que está por donar 100 millones de su fortuna de casinos “con tal de evitar que Obama se reelija”) y a quienes, según una filtración de esta semana, declaró en privado en mayo pasado que 47% de los estadunidenses le resultan irrelevantes en virtud de que son parias dependientes del subsidiarismo de Obama y no pagan impuestos al ingreso (Romney paga 13% de impuestos sobre un ingreso que ha acumulado una fortuna de más de 250 millones, que esconde parcialmente en paraísos fiscales); también lo apoya “el estadunidense profundo” rabiosa, vigorosa y orgullosamente blanco y que —visto el paisaje humano de su Convención— no quiere ver la nueva realidad pluriétnica en la que vive su país; tiene de su lado a la extrema derecha del sionismo (Netanyahu primero) dentro y fuera de Israel y, finalmente, el extremismo islámico y muy posiblemente Al-Qaeda, quienes (alianzas incluidas) verían en el regreso de los republicanos belicosos tierra fértil para escalar su confrontación con Occidente y el abono propicio para legitimar y fortalecer su causa jihadista. Estos son muy probablemente los mismos actores domésticos e internacionales a quienes no convendría ver a Obama reelegido.
En plena coyuntura electoral, la política exterior irrumpió como tema central sin que nadie se lo esperara. La emisión de un bodrio fílmico provocativo que ni siquiera llegó al celuloide, La inocencia de los Musulmanes, financiado con cinco millones de dólares por sectores judíos estadunidenses recalcitrantemente antiislámicos, ha provocado convulsión en el mundo islámico. Primero, fueron las protestas en El Cairo y posteriormente el trágico ataque en Libia contra el consulado en Bengasi, en que se asesinó al embajador Christopher Stevens y a tres funcionarios de la misión; por cierto, aún no está claro si este ataque fue ejecutado en forma concertada por Al-Qaeda o grupos afines, pero frente a la enorme confusión de éstos y otros sucesos más recientes en una veintena de países, de Marruecos a Indonesia, la elección presidencial se ha cimbrado y Obama y Romney se han visto obligados a pronunciarse como han podido, y con más o menos sensatez. Aún está por verse el alcance que tendrán estas protestas en la correlación de fuerzas regionales y en el futuro de las alianzas entre EU y los varios países que no se han recuperado aún de la cruda de la Primavera Árabe y que hoy confrontan la emergencia de nuevos actores sociales.
En el marco de estos graves sucesos en esa parte del mundo son palpables dos cosas entre los republicanos: una gran crisis ideológica de la derecha estadunidense que se expresa repetidamente en el infantilismo discursivo y argumental del dúo Romney-Ryan, que degradan sin cansancio sus propósitos y fines de campaña; y su incapacidad de vencer la tentación por el embuste discursivo y la mentira por sistema. Entre éstas se incluye (el tema viene al caso hoy más que nunca) la falsedad que Haim Saban se encargó ya de desmontar en el NYT este mes, cuando demuestra que Obama ha protegido y resguardado la seguridad de Israel, como pocos presidentes de EU en el pasado. Y yo, pecador estándar al fin, cedo a la tentación de cerrar con una cita de Jon Lee Anderson, biógrafo del Che Guevara: “En vez de adoptar un tono casi presidencial de indignación y pesar durante un tipo de crisis internacional en la que, en principio, los rivales políticos estadunidenses normalmente cerrarían filas, Romney decidió sacar partido del incidente atacando a Obama. Naturalmente, el mensaje velado de esas acusaciones es que Obama es desleal, que no es un estadunidense de verdad, dirigido a aquellos que nunca han dejado de sospechar que el presidente también es musulmán.”
En plena coyuntura electoral, la política exterior irrumpió como tema central sin que nadie se lo esperara. La emisión de un bodrio fílmico provocativo que ni siquiera llegó al celuloide, La inocencia de los Musulmanes, financiado con cinco millones de dólares por sectores judíos estadunidenses recalcitrantemente antiislámicos, ha provocado convulsión en el mundo islámico. Primero, fueron las protestas en El Cairo y posteriormente el trágico ataque en Libia contra el consulado en Bengasi, en que se asesinó al embajador Christopher Stevens y a tres funcionarios de la misión; por cierto, aún no está claro si este ataque fue ejecutado en forma concertada por Al-Qaeda o grupos afines, pero frente a la enorme confusión de éstos y otros sucesos más recientes en una veintena de países, de Marruecos a Indonesia, la elección presidencial se ha cimbrado y Obama y Romney se han visto obligados a pronunciarse como han podido, y con más o menos sensatez. Aún está por verse el alcance que tendrán estas protestas en la correlación de fuerzas regionales y en el futuro de las alianzas entre EU y los varios países que no se han recuperado aún de la cruda de la Primavera Árabe y que hoy confrontan la emergencia de nuevos actores sociales.
En el marco de estos graves sucesos en esa parte del mundo son palpables dos cosas entre los republicanos: una gran crisis ideológica de la derecha estadunidense que se expresa repetidamente en el infantilismo discursivo y argumental del dúo Romney-Ryan, que degradan sin cansancio sus propósitos y fines de campaña; y su incapacidad de vencer la tentación por el embuste discursivo y la mentira por sistema. Entre éstas se incluye (el tema viene al caso hoy más que nunca) la falsedad que Haim Saban se encargó ya de desmontar en el NYT este mes, cuando demuestra que Obama ha protegido y resguardado la seguridad de Israel, como pocos presidentes de EU en el pasado. Y yo, pecador estándar al fin, cedo a la tentación de cerrar con una cita de Jon Lee Anderson, biógrafo del Che Guevara: “En vez de adoptar un tono casi presidencial de indignación y pesar durante un tipo de crisis internacional en la que, en principio, los rivales políticos estadunidenses normalmente cerrarían filas, Romney decidió sacar partido del incidente atacando a Obama. Naturalmente, el mensaje velado de esas acusaciones es que Obama es desleal, que no es un estadunidense de verdad, dirigido a aquellos que nunca han dejado de sospechar que el presidente también es musulmán.”
Comentarios
Publicar un comentario