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Etnocidio en Guatemala: ¿juicio histórico?

Muy a propósito de las reflexiones hechas en otros espacios sobre la ética intelectual y política. Sobre la importancia de no perder la memoria ante la tragedia totalitaria; de cómo conservarla y preservarla en retrospectiva histórica tal y como nos sugirió hacerlo el destacado intelectual británico y judío, Tony Judt,  viene hoy a colación el juicio a Efraín Ríos Montt, ex-golpista guatemalteco ochentero. Se trata de un hecho de gran trascendencia que a todos nos sacude. Por un lado, se sienta un precedente sobre el exterminio masivo. Segundo, se condena que se haya hecho en nombre de la extinción de una etnia, la Maya, que en esta versión totalitaria del criollismo guatemalteco, no tenía derecho a existir, en tercero, se lanza una señal a todos los golpistas latinoamericanos de que un hecho así debe ser irrepetible y por último, pone en evidencia las graves responsabilidades de Washington en las matanzas. Este juicio es, a la vez que rémora, una lamentable herencia de guerra fría al más puro estilo bananero, como todo lo que sigue ocurriendo, por desfortuna, en América Central y el Caribe, en pequeñas pero significativas dosis de historia política (no olvidar el orteguismo nicaragüense, hoy por hoy la traición mayor a la política democrática y una aberración estético-política desde donde se vea). Hannah Arendt decía que "el más grande peligro de reconocer el totalitarismo como la amenaza del sigo pasado sería obsesionarse con este, al grado de volverse ciego a los numerosos pequeños y no tan pequeños males con los que el camino al infierno es pavimentado".
En efecto, el contexto histórico le da al hecho ocurrido su objetividad tan necesaria como inevitable. Le da también sus especificidad como un hecho único de la historia. El juicio a Ríos Montt es en sí relevante, diría que histórico. Aún así, hay que decir que el gran contexto sociopolítico que domina en ese y otros países, no es necesariamente mejorado por el evento. La condena a repetir el terror a la que nos expone a todos es latente. Así como en los últimos 13 años, la transición política mexicana (regreso del PRI incluido), no nos ha librado de la impunidad y la corrupción rampantes (incluso parece que aumentaron), ni del caos institucional de un Estado en crisis perpetua, las venas totalitarias en Centroamérica siguen abiertas y ocasionando el retraso perpetuo en nuestra vida política, económica y social: se trata de una región que sigue expuesta a la desgarradora disyuntiva de siempre: progreso o barbarie. Todo esto a pesar del juicio de marras.
Estudiamos y vivimos un pasado sin cuidar su memoria. Todavía dentro del subcontinente, pero yendo más hacia el fin del mundo, tenemos ahora a Argentina en una lamentable regresión que la está enfermando de resentimientos, de inflación y de desigualdad; condiciones todas que ocasionaron los tan trágicos golpismos en ese como en los demás países del Cono Sur. Recordamos nuestra historia sin "acordarnos" y sin "acordar" entre nosotros los términos de su entendimiento. De la misma manera en que retomo a Hannah Arendt, deseo reivindicar las noticias de Judt sobre el peligro de olvidar los hecho de la historia como resultado de las acciones del hombre. Es de él de quien depende qué tipo de espacio e interacción social construimos. Es también la humanidad la que ha sido actor, testigo y cómplice de las peores barbaries. Este y otros juicios han sido, aunque legítimos y procedentes, tardíos. Al igual que Eichman en Jerusalén, que Ríos Montt, o que de Videla, quien desafortunadamente murió sin pagar sus crímenes, la historia de la humanidad está y estará (en un sentido Hobessiano) plagada de exterminadores y hechos que atentan contra sí misma, como lo dijo Hosbawm al calificar el pasado como el siglo más sangriento de la historia.
La gran pregunta: que vendrá después de Ríos Montt: ¿más procesos contra todos los compinches que le acompañaron desde 1954, cuando se derrocó (e inició la tragedia) a Jacobo Arbenz, quien representaba el único modelo social demócrata potable en la subregión región de la época? Quedan muchos de estos personajes sueltos en nuestra región y otras. En todos lados y formas andan sueltos los destructores de humanidad. Sólo hay que recordar a Anders Behring, el asesino de socialdemócratas noruego, para recordar que la pasividad memoriosa le hace lamentable justicia a la máxima de Oscar Wilde cuando afirma que hay sólo un animal que siempre mata lo que más ama: el hombre.

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