José Luis Valdés Ugalde
12/01/2014, Publicado en Excélsior
Para mi hijo Martín en su cumpleaños
En 2013 se celebró el 50 aniversario por el asesinato de John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963; las heridas y sobre todo las preguntas siguen abiertas y vigentes en EU. Su memoria sigue viva y se mantiene como un presidente muy popular, por encima de Reagan y de Roosevelt. La literatura sobre el magnicidio, trascendente momento en la vida política de los estadunidenses, ha llegado a reunir 40 mil libros que enfocan desde varios ángulos el primer magnicidio de la modernidad estadunidense que sembró más discordia de la que ya invadía la vida política del EU de los sesenta. La crisis política se recrudeció en 1968 con los asesinatos del líder por los derechos humanos, Martin Luther King Jr. (abril) y, posteriormente, del hermano del ex presidente, Robert (Bob) Kennedy, en junio, precisamente después de haber ganado las primarias demócratas en California que lo proyectaban como un serio contendiente para ganar la Presidencia. Tiempos crudos que no han sido olvidados y que se ponen de manifiesto de nueva cuenta en el marco de la confrontación ideológico-político, del ascenso de la intolerancia de extrema derecha, la misma que pudo haber estado detrás de estos tres magnicidios, de la violencia armada que EU vive al interior de su país y de la crítica y feroz guerra antiterrorista que Washington ha declarado a Al Qaeda y al extremismo islámico y que tanto desmán local e internacional ha causado.
Es probable que el sueño de los Kennedy y del reverendo King se haya cumplido con el ascenso de Obama a la Presidencia en 2008. Pero está visto que un presidente afroestadunidense, por el simple hecho de serlo y, en este caso, de también representar los intereses más sentidos de las comunidades desposeídas de EU, no puede lograr solo la transformación social que estas notables figuras tenían en mente y que en teoría representaba un salto significativo hacia la transformación socio- política estadunidense. Incluso hacia niveles de modernidad que podrían haber sido factores preventivos de las crisis sufridas en los setenta, ochenta y noventa, y más precariamente en este siglo. La actualidad de un crimen como éste, que es en sí mismo un hecho político, es enorme. No sólo por la copiosa literatura producida, sino principalmente por dos razones. Persiste la postura, en 77% de los estadunidenses, de que la teoría del asesino solitario encarnado por Lee Harvey Oswald y respaldada por la Comisión Warren, encargada de investigar el magnicidio, es falsa. La razón es que encubre la verdadera trama, que para los analistas de la conspiración incluye a la mafia, los anticastristas cubanos, la CIA y, más grave aún, al vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien en connivencia con J. Edgar Hoover, director del FBI, deciden matar a JFK toda vez que este planeaba poner fin a la Guerra Fría (incluido bajar la escalada en Vietnam) y, en consecuencia, desmantelar el establecimiento militar industrial, jugoso negocio y búnker de los halcones del Pentágono y de la CIA, de los que Kennedy nunca pudo deshacerse. El segundo elemento es que JFK tendría una agenda social para un segundo mandato, en mucho influida por el mucho mayor progresismo de su hermano Bob, que hubiera sentado bases profundas hacia una era post-Rooseveltiana. Johnson, quien asume como presidente, monta La Gran Sociedad, que en mucho retoma los varios asuntos en la agenda de los Kennedy, sobre todo aquellos referentes a los derechos de los afroestadunidenses y la implementación de una política social de gran calado que, en todo caso, tuvo gran importancia. Obama es el heredero natural, 50 años después, de los grandes temas de los sesenta que tenían sumido a EU en un semi apartheid, motivo de vergüenza para propios y extraños. Las grandes propuestas de cambio en salud, educación, justicia social, así como sus planes de practicar una política exterior moderada, son un crisol en donde se está cocinando el nuevo proyecto de sociedad que le urge a EU. Aún así y a pesar de ser la nación de más reciente aparición de la modernidad capitalista, las resistencias del extremismo de derecha, al más puro estilo subdesarrollado, hacen difícil pensar que esta transformación pendiente que hereda JFK se pueda realizar pronto.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
Para mi hijo Martín en su cumpleaños
En 2013 se celebró el 50 aniversario por el asesinato de John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963; las heridas y sobre todo las preguntas siguen abiertas y vigentes en EU. Su memoria sigue viva y se mantiene como un presidente muy popular, por encima de Reagan y de Roosevelt. La literatura sobre el magnicidio, trascendente momento en la vida política de los estadunidenses, ha llegado a reunir 40 mil libros que enfocan desde varios ángulos el primer magnicidio de la modernidad estadunidense que sembró más discordia de la que ya invadía la vida política del EU de los sesenta. La crisis política se recrudeció en 1968 con los asesinatos del líder por los derechos humanos, Martin Luther King Jr. (abril) y, posteriormente, del hermano del ex presidente, Robert (Bob) Kennedy, en junio, precisamente después de haber ganado las primarias demócratas en California que lo proyectaban como un serio contendiente para ganar la Presidencia. Tiempos crudos que no han sido olvidados y que se ponen de manifiesto de nueva cuenta en el marco de la confrontación ideológico-político, del ascenso de la intolerancia de extrema derecha, la misma que pudo haber estado detrás de estos tres magnicidios, de la violencia armada que EU vive al interior de su país y de la crítica y feroz guerra antiterrorista que Washington ha declarado a Al Qaeda y al extremismo islámico y que tanto desmán local e internacional ha causado.
Es probable que el sueño de los Kennedy y del reverendo King se haya cumplido con el ascenso de Obama a la Presidencia en 2008. Pero está visto que un presidente afroestadunidense, por el simple hecho de serlo y, en este caso, de también representar los intereses más sentidos de las comunidades desposeídas de EU, no puede lograr solo la transformación social que estas notables figuras tenían en mente y que en teoría representaba un salto significativo hacia la transformación socio- política estadunidense. Incluso hacia niveles de modernidad que podrían haber sido factores preventivos de las crisis sufridas en los setenta, ochenta y noventa, y más precariamente en este siglo. La actualidad de un crimen como éste, que es en sí mismo un hecho político, es enorme. No sólo por la copiosa literatura producida, sino principalmente por dos razones. Persiste la postura, en 77% de los estadunidenses, de que la teoría del asesino solitario encarnado por Lee Harvey Oswald y respaldada por la Comisión Warren, encargada de investigar el magnicidio, es falsa. La razón es que encubre la verdadera trama, que para los analistas de la conspiración incluye a la mafia, los anticastristas cubanos, la CIA y, más grave aún, al vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien en connivencia con J. Edgar Hoover, director del FBI, deciden matar a JFK toda vez que este planeaba poner fin a la Guerra Fría (incluido bajar la escalada en Vietnam) y, en consecuencia, desmantelar el establecimiento militar industrial, jugoso negocio y búnker de los halcones del Pentágono y de la CIA, de los que Kennedy nunca pudo deshacerse. El segundo elemento es que JFK tendría una agenda social para un segundo mandato, en mucho influida por el mucho mayor progresismo de su hermano Bob, que hubiera sentado bases profundas hacia una era post-Rooseveltiana. Johnson, quien asume como presidente, monta La Gran Sociedad, que en mucho retoma los varios asuntos en la agenda de los Kennedy, sobre todo aquellos referentes a los derechos de los afroestadunidenses y la implementación de una política social de gran calado que, en todo caso, tuvo gran importancia. Obama es el heredero natural, 50 años después, de los grandes temas de los sesenta que tenían sumido a EU en un semi apartheid, motivo de vergüenza para propios y extraños. Las grandes propuestas de cambio en salud, educación, justicia social, así como sus planes de practicar una política exterior moderada, son un crisol en donde se está cocinando el nuevo proyecto de sociedad que le urge a EU. Aún así y a pesar de ser la nación de más reciente aparición de la modernidad capitalista, las resistencias del extremismo de derecha, al más puro estilo subdesarrollado, hacen difícil pensar que esta transformación pendiente que hereda JFK se pueda realizar pronto.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
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