José Luis Valdés Ugalde
06/04/2014, en Excélsior
Mis últimas contribuciones sobre la cuestión rusa y el autoritarismo de Putin como factor desestabilizador del sistema europeo e internacional han provocado respuestas encolerizadas de algunos de los lectores, que son de llamar la atención. Más aún porque recurren al epíteto y al insulto, y no al argumento para rebatir mis razonamientos. Son voces que más que indignadas o pensantes, representan la evidencia de una sintaxis atormentada, intolerante e incivil, que incluso los ayatolás más conspicuos de los extremos políticos ya han abandonado. Son voces que no creen ni quieren vivir en la democracia. Su exceso sintáctico se revierte contra la voluntad original que perseguían en su momento, lo cual las autodescalifica enteramente. Una de ellas refiere que “el putinismo que condena se traduce en la más fiel, auténtica y contundente expresión de democracia en la que los ciudadanos de un país (Crimea) fueron consultados y decidieron libremente y sin presión de nadie su destino, y formar parte de Rusia. No quisieron estar sometidos al imperio capitalista de EU y la UE en la que sus miembros están en la más espantosa crisis económica y de desempleo”. Ignoro en qué fuentes basa uno de mis críticos, autor de este enunciado, sus sentencias, pero hasta hoy, todos los indicadores anuncian un decrecimiento de Rusia que apunta al 1.3% y la aparición muy probable de una pronta recesión. En este espacio argumenté, en anteriores colaboraciones, que los BRICS (Rusia, uno de ellos) han dejado de crecer y que tanto EU como la UE verán un repunte relativo en su crecimiento y recuperación. La idea de que la UE “vive su más espantosa crisis económica” no la acepta ni el más sectario de los economistas serios.
Necesaria esta acotación, por lo preocupante que resulta la muy infundada y fanática noción que se tiene de los más vivos problemas locales y mundiales desde esas trincheras, que no han superado aún la tullida narrativa de la Guerra Fría. Son también preocupantes porque impactan la calidad del debate en México y en otras partes del mundo (otro de mis críticos parece pertenecer a la Universidad de Nuevo México). Todo esto ocurre cuando existe consenso en contra de las acciones antidemocráticas de Putin, cuando Maduro escala la represión y la intransigencia autoritaria del chavismo con la inaudita complicidad de democracias como Brasil y Uruguay. Respecto del caso venezolano, como en el ruso, también hay consenso en que la política antidemocrática acompaña el fracaso económico que ha convertido a ese país en un polvorín. No hay individuo juicioso que acepte que se trata de dos casos de democracia política y economía eficiente y funcional. En democracia, se requiere ofrecer la diversidad de opciones que merezca la demanda social y, en consecuencia, contar con la libertad para votar por ellas. Por su parte, una economía eficiente y próspera es aquella que se ocupa, al tiempo, de cuidar los indicadores macroeconómicos, de lograr una distribución económica que tienda a la equidad y al bienestar de la gente. Una economía que no crece y carece de regulaciones distributivas eficientes, como ocurre con Rusia y Venezuela, provocan tanto el fracaso económico como el político. Está demostrado que desde el putsch nazi, en los 20, que devino en el bestial fascismo, cuya memoria aún lastima a Europa y al mundo, como desde los tiempos del totalitarismo estalinista y las dictaduras globales, así como de los excesos militaristas y del capitalismo salvaje, que de 2001 a 2008 hundieron a EU en una de sus peores crisis políticas y económicas, el extremismo analítico, discursivo, o el del ejercicio del poder son en sí mismos reflejos totalitarios, no admisibles en el marco de la convivencia civilizada. Tienen garantizado su fracaso. Ejemplos, aparte de los mencionados, hay muchos. Ya abundaremos sobre ellos y ojalá que no se repitan en su peor versión golpista y belicosa. Willy Brandt, el político alemán más talentoso de su generación y fundador de la Ostpolitik, basó todo su quehacer en el principio de la tolerancia democrática, que determinó la recuperación democrática europea y económica alemana. Su vivo legado nos reconcilia con las palabras de Max Weber: “Toda experiencia histórica afirma que uno no obtendría lo posible, si en este mundo lo imposible no fuera buscado una y otra vez”.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
Mis últimas contribuciones sobre la cuestión rusa y el autoritarismo de Putin como factor desestabilizador del sistema europeo e internacional han provocado respuestas encolerizadas de algunos de los lectores, que son de llamar la atención. Más aún porque recurren al epíteto y al insulto, y no al argumento para rebatir mis razonamientos. Son voces que más que indignadas o pensantes, representan la evidencia de una sintaxis atormentada, intolerante e incivil, que incluso los ayatolás más conspicuos de los extremos políticos ya han abandonado. Son voces que no creen ni quieren vivir en la democracia. Su exceso sintáctico se revierte contra la voluntad original que perseguían en su momento, lo cual las autodescalifica enteramente. Una de ellas refiere que “el putinismo que condena se traduce en la más fiel, auténtica y contundente expresión de democracia en la que los ciudadanos de un país (Crimea) fueron consultados y decidieron libremente y sin presión de nadie su destino, y formar parte de Rusia. No quisieron estar sometidos al imperio capitalista de EU y la UE en la que sus miembros están en la más espantosa crisis económica y de desempleo”. Ignoro en qué fuentes basa uno de mis críticos, autor de este enunciado, sus sentencias, pero hasta hoy, todos los indicadores anuncian un decrecimiento de Rusia que apunta al 1.3% y la aparición muy probable de una pronta recesión. En este espacio argumenté, en anteriores colaboraciones, que los BRICS (Rusia, uno de ellos) han dejado de crecer y que tanto EU como la UE verán un repunte relativo en su crecimiento y recuperación. La idea de que la UE “vive su más espantosa crisis económica” no la acepta ni el más sectario de los economistas serios.
Necesaria esta acotación, por lo preocupante que resulta la muy infundada y fanática noción que se tiene de los más vivos problemas locales y mundiales desde esas trincheras, que no han superado aún la tullida narrativa de la Guerra Fría. Son también preocupantes porque impactan la calidad del debate en México y en otras partes del mundo (otro de mis críticos parece pertenecer a la Universidad de Nuevo México). Todo esto ocurre cuando existe consenso en contra de las acciones antidemocráticas de Putin, cuando Maduro escala la represión y la intransigencia autoritaria del chavismo con la inaudita complicidad de democracias como Brasil y Uruguay. Respecto del caso venezolano, como en el ruso, también hay consenso en que la política antidemocrática acompaña el fracaso económico que ha convertido a ese país en un polvorín. No hay individuo juicioso que acepte que se trata de dos casos de democracia política y economía eficiente y funcional. En democracia, se requiere ofrecer la diversidad de opciones que merezca la demanda social y, en consecuencia, contar con la libertad para votar por ellas. Por su parte, una economía eficiente y próspera es aquella que se ocupa, al tiempo, de cuidar los indicadores macroeconómicos, de lograr una distribución económica que tienda a la equidad y al bienestar de la gente. Una economía que no crece y carece de regulaciones distributivas eficientes, como ocurre con Rusia y Venezuela, provocan tanto el fracaso económico como el político. Está demostrado que desde el putsch nazi, en los 20, que devino en el bestial fascismo, cuya memoria aún lastima a Europa y al mundo, como desde los tiempos del totalitarismo estalinista y las dictaduras globales, así como de los excesos militaristas y del capitalismo salvaje, que de 2001 a 2008 hundieron a EU en una de sus peores crisis políticas y económicas, el extremismo analítico, discursivo, o el del ejercicio del poder son en sí mismos reflejos totalitarios, no admisibles en el marco de la convivencia civilizada. Tienen garantizado su fracaso. Ejemplos, aparte de los mencionados, hay muchos. Ya abundaremos sobre ellos y ojalá que no se repitan en su peor versión golpista y belicosa. Willy Brandt, el político alemán más talentoso de su generación y fundador de la Ostpolitik, basó todo su quehacer en el principio de la tolerancia democrática, que determinó la recuperación democrática europea y económica alemana. Su vivo legado nos reconcilia con las palabras de Max Weber: “Toda experiencia histórica afirma que uno no obtendría lo posible, si en este mundo lo imposible no fuera buscado una y otra vez”.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
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