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La guerra de Obama (I)

José Luis Valdés Ugalde 21/09/2014

Todos los esfuerzos hechos para no caer en las garras de la guerra, por quien se consideró en su momento como un prematuro Premio Nobel de la Paz, han fracasado. Barack Obama decidió este mes de septiembre lo inevitable: usar sus prerrogativas presidenciales dado el convulsionado clima político interno y emprender una ofensiva contra el Estado Islámico (EI) en Irak y eventualmente en Siria, en la forma de bombardeos aéreos quirúrgicos y con una amplia alianza detrás, que sienta un precedente de trascendencia. Bush, padre, Bill Clinton y Bush, hijo, tuvieron los tres sus respectivas guerras. El primero bombardeó Bagdad y quiso derrocar a Hussein; su hijo, sumido en un profundo conflicto de identidad, mental y emocionalmente perturbado y que estaba en realidad para paciente de la siquiatría moderna y no para gobernar, lo quiso vengar y ese sí, de plano, invadió Irak en 2003 y derrocó al dictador. Lo hizo unilateralmente, violando la ley internacional, lastimando la estabilidad del orden global y ocasionando de hecho la mayor tragedia estratégica de Washington en política exterior desde la guerra de Vietnam, todo lo cual obliga a Obama a un nuevo desplazamiento guerrerista en la zona. Clinton, por su parte, intervino en 1995 en el conflicto en Bosnia con el fin de detener la guerra y el genocidio en la ex Yugoslavia.

La historia tiene un sentido negro del humor. La de Irak es una guerra que parece no tener fin, pero que hoy por hoy es un conflicto en una etapa muy superior a la anterior, que obliga a su contención. Lo hereda Obama a raíz de las torpes obsesiones de George W. Bush y de ese grupo compacto de maximalistas, The Project for The New American Century, que pretendía a toda costa dominar al mundo y continuar en la línea del unipolarismo militarista, abandonado tiempo atrás. Su obsesión por dominar encegueció a Bush, Cheney, Wolfowitz y compañía; les impidió comprender que la guerra fría ya había terminado. Se emplearon a fondo en Irak en 2003 e iniciaron una guerra ilegal y fallida que hoy repercute en riesgos de enormes dimensiones para la seguridad regional e internacional. A pesar de que en 2013 Obama declarara que la guerra de Irak, “como todas las guerras, debe terminar”, el Presidente inicia hoy una ofensiva contra el EI con el propósito explícito de detener el caos ocasionado por esta facción radicalizada y de hecho divorciada de Al Qaeda, y parar su lunático intento de instaurar un Califato en Irak y Siria, así como detener la devastación y la violación a los derechos humanos que el EI ha causado conforme avanza y toma posiciones alrededor de Bagdad. Hasta el momento de escribir esto, se trata de una ofensiva que lleva alrededor de 150 bombardeos aéreos de EU en contra de un ejército irregular de sólo diez mil integrantes. No obstante, no es poca cosa advertir que a esta ofensiva del EI la precede un hecho: los grupos radicalizados islámicos han crecido cerca de 60% en los últimos cuatro años, mientras que los ataques de Al Qaeda y sus allegados (no se incluye al EI) se han triplicado. Esto ocurre al tiempo que Al Qaeda pretende radicalizar a los musulmanes de la India y Libia.

No deja de ser paradójico que un Presidente que como precandidato y candidato se opuso a la guerra en Irak y se confrontó sobre estas bases con Hillary Clinton, primero, (como senadora votó a favor de la invasión de Irak) y con McCain, después (también votó a favor), y que inició su mandato con el firme propósito de terminar “la guerra contra el terror” de Bush y de desmilitarizar Oriente Próximo, esté hoy viendo cómo se consume su segundo periodo y se define su legado, de nuevo sumido en una polémica —aunque en mi opinión, inevitable— decisión de recurrir a la fuerza para contener el riesgo a la seguridad mundial que la ofensiva del EI supone. Los ciclos de las guerras no perdonan. Aunque EU haya tenido una participación significativa en la mayoría de ellas en el siglo actual y en el pasado, hoy en día la guerra que confronta Obama, líder de un hegemón debilitado, tiene otra cara que ya habíamos vislumbrado. Se trata de una confrontación entre actores estatales y no estatales, y con quienes la diplomacia no sirve para nada. En esta ocasión las implicaciones para la seguridad internacional son aún más graves que con Al Qaeda.

*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin

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