José Luis Valdés Ugalde
11/01/2015
Hay una mutación mortal en el corazón del Islam.
Salman Rushdie
Recientemente Manuel Vicent escribía en el El País “que la cultura moderna consiste en que las agujas magnéticas de todas las brújulas se han vuelto locas y señalan en todas las direcciones al gusto de cualquier explorador, que se haya extraviado en la propia niebla. (...) Ya no existen agujas que indiquen el Norte, ni maestros que marquen con el dedo una enseñanza ni revolucionarios que guíen con el brazo de bronce nuestro destino”. En 1988, viviendo en Londres, atestigüé momentos cruciales para la cultura y la política occidentales. Dos que me marcaron: la fatwa de muerte emitida por el Ayatolah Khomeini contra Salman Rushdie por la publicación de Los versos satánicos; y la hospitalización de Pinochet en un hospital cercano a mi casa, así como la protesta tumultuosa de una masa que creció hasta su posterior confinamiento temporal en una casa de seguridad, a solicitud del juez Baltasar Garzón.
Pinochet ha muerto sin pena ni gloria, pero Rushdie sigue escribiendo en algún lugar del Reino Unido, vigilado por agentes de los servicios secretos británicos. Rushdie figura en la lista de los más buscados en Occidente por el extremismo islámico, en concreto por Al Qaeda (AQ), como el número dos, después de Stéphane Charbonnier, el editor masacrado el 7 de enero en París por dos gatilleros que presumiblemente reivindicaron con esto al profeta Mahoma, y que, además, asesinaron a 11 más, hiriendo a otros 11 que se encontraban en las instalaciones de la revista satírica, Charlie Hebdo, que dirigía Charbonnier.
El 7 de enero no se olvidará. Una nueva forma de totalitarismo religioso emerge, se mantiene y quiere tiranizar por medio de la violencia y las balas. Y este es el peor y más incontenible de todos de los que hemos tenido noticia: usa el terror como instrumento en contra de la ciudadanía, del arte, de la política, de la cultura en el nombre de una verdad única y excluyente. Busca arrinconarnos en la oscuridad y arrasar con los valores democráticos más esenciales. Y esto ocurre en el seno mismo del espacio físico, social y político que dio vida a la ilustración y a los principios fundacionales de la democracia occidental. La que también acogió en el siglo pasado y en el actual a la diáspora musulmana. La versión extrema del Islam, el yihadismo racista y fascista del Estado Islámico, AQ, grupos convergentes dentro y fuera de Occidente, así como todo lo que se solidarice o simpatice con ellos, se han convertido en el peor enemigo del Islam y son los principales enemigos de su preservación en el marco de una convivencia tolerante y civilizada.
Estos factotums de terror organizado y cobarde son enemigos del progreso civilizatorio, cuya vocación esencial es el laicismo, la libertad de la palabra, de la creencia, de la escritura y de toda manifestación estética que por definición gozan de la libertad universal. Charlie Hebdo satirizaba lo que encontraba que era digno de exponer. Se especializó en religiones. Más en concreto, se burlaba del extremismo islámico del que precisamente fue víctima. Sus portadas lo dicen todo. Los gatilleros de París fueron bien entrenados por AQ, presumiblemente en Yemen, y lejos de matar con balas sus contenidos, han inmortalizado el mensaje del semanario; mayor estupidez y ceguera sólo es posible en el territorio de los extremismos, todos ellos desfasados de la historia. Este atentado del fundamentalismo islámico en París no sólo nos expone a todos, sino que nos vuelve también sus víctimas. El silencio que se parapetó detrás de las amenazas al semanario y de este acto de “terrorismo de ida y vuelta”, como lo llama Garzón, es el mismo que se ha guardado por mucho tiempo frente al crimen organizado (CO) transnacional del que somos también víctimas los mexicanos y ante el cual han habido silencios, complicidades y graves omisiones. El CO, en tanto parte de una red globalizada de ejercicio mafioso de la violencia terrorista, es tan peligroso como el yihadismo, aunque se ejerza desde distintas fuentes: son actores y actos que atentan contra los cimientos esenciales de la vida en común de nuestra y de las generaciones futuras, a las que no les podemos heredar el extravío ni la imposición del secuestro a sus libertades como forma de vida.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Hay una mutación mortal en el corazón del Islam.
Salman Rushdie
Recientemente Manuel Vicent escribía en el El País “que la cultura moderna consiste en que las agujas magnéticas de todas las brújulas se han vuelto locas y señalan en todas las direcciones al gusto de cualquier explorador, que se haya extraviado en la propia niebla. (...) Ya no existen agujas que indiquen el Norte, ni maestros que marquen con el dedo una enseñanza ni revolucionarios que guíen con el brazo de bronce nuestro destino”. En 1988, viviendo en Londres, atestigüé momentos cruciales para la cultura y la política occidentales. Dos que me marcaron: la fatwa de muerte emitida por el Ayatolah Khomeini contra Salman Rushdie por la publicación de Los versos satánicos; y la hospitalización de Pinochet en un hospital cercano a mi casa, así como la protesta tumultuosa de una masa que creció hasta su posterior confinamiento temporal en una casa de seguridad, a solicitud del juez Baltasar Garzón.
Pinochet ha muerto sin pena ni gloria, pero Rushdie sigue escribiendo en algún lugar del Reino Unido, vigilado por agentes de los servicios secretos británicos. Rushdie figura en la lista de los más buscados en Occidente por el extremismo islámico, en concreto por Al Qaeda (AQ), como el número dos, después de Stéphane Charbonnier, el editor masacrado el 7 de enero en París por dos gatilleros que presumiblemente reivindicaron con esto al profeta Mahoma, y que, además, asesinaron a 11 más, hiriendo a otros 11 que se encontraban en las instalaciones de la revista satírica, Charlie Hebdo, que dirigía Charbonnier.
El 7 de enero no se olvidará. Una nueva forma de totalitarismo religioso emerge, se mantiene y quiere tiranizar por medio de la violencia y las balas. Y este es el peor y más incontenible de todos de los que hemos tenido noticia: usa el terror como instrumento en contra de la ciudadanía, del arte, de la política, de la cultura en el nombre de una verdad única y excluyente. Busca arrinconarnos en la oscuridad y arrasar con los valores democráticos más esenciales. Y esto ocurre en el seno mismo del espacio físico, social y político que dio vida a la ilustración y a los principios fundacionales de la democracia occidental. La que también acogió en el siglo pasado y en el actual a la diáspora musulmana. La versión extrema del Islam, el yihadismo racista y fascista del Estado Islámico, AQ, grupos convergentes dentro y fuera de Occidente, así como todo lo que se solidarice o simpatice con ellos, se han convertido en el peor enemigo del Islam y son los principales enemigos de su preservación en el marco de una convivencia tolerante y civilizada.
Estos factotums de terror organizado y cobarde son enemigos del progreso civilizatorio, cuya vocación esencial es el laicismo, la libertad de la palabra, de la creencia, de la escritura y de toda manifestación estética que por definición gozan de la libertad universal. Charlie Hebdo satirizaba lo que encontraba que era digno de exponer. Se especializó en religiones. Más en concreto, se burlaba del extremismo islámico del que precisamente fue víctima. Sus portadas lo dicen todo. Los gatilleros de París fueron bien entrenados por AQ, presumiblemente en Yemen, y lejos de matar con balas sus contenidos, han inmortalizado el mensaje del semanario; mayor estupidez y ceguera sólo es posible en el territorio de los extremismos, todos ellos desfasados de la historia. Este atentado del fundamentalismo islámico en París no sólo nos expone a todos, sino que nos vuelve también sus víctimas. El silencio que se parapetó detrás de las amenazas al semanario y de este acto de “terrorismo de ida y vuelta”, como lo llama Garzón, es el mismo que se ha guardado por mucho tiempo frente al crimen organizado (CO) transnacional del que somos también víctimas los mexicanos y ante el cual han habido silencios, complicidades y graves omisiones. El CO, en tanto parte de una red globalizada de ejercicio mafioso de la violencia terrorista, es tan peligroso como el yihadismo, aunque se ejerza desde distintas fuentes: son actores y actos que atentan contra los cimientos esenciales de la vida en común de nuestra y de las generaciones futuras, a las que no les podemos heredar el extravío ni la imposición del secuestro a sus libertades como forma de vida.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
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