José Luis Valdés Ugalde
25/01/2015
¿Quién tiene más derechos, la prometida pureza del islam moderno, que a la vez se ha desvinculado de su esencia al tiempo que ha puesto en entredicho in situ los valores ilustrados que le dan sentido a la cultura occidental, o esta última? ¿Cuál de los dos niega la política? ¿Cuál de los dos da vida e impulsa los derroteros de la modernidad? Tanto uno como el otro pretenden alcanzar el universalismo, uno fuera del contexto cultural que le dio su original sentido de pertenencia (el islam) y el otro en el contexto mismo de Occidente en donde la génesis de la Ilustración tiene lugar. Ya por su dogmatismo religioso como por la forma de practicar el Corán en una gran parte de casos, tanto en Europa como en sus territorios originarios, el Islam apela al pasado más que al presente o futuro. En Occidente, las tradiciones que hereda la Ilustración a la vida pública son, en su mayor parte, expresiones que buscan seguir con las transformaciones tecnológicas y políticas del tiempo presente. Son la excepción a esto instituciones políticas como el Frente Nacional francés o el Pegida alemán, entre otros, cuyos ejes programáticos condenan la diversidad, la pluralidad y la tolerancia: son totalitarios; como también en gran medida lo es el extremismo islámico, que recurre a las armas y al terrorismo para hacerse oír. Aquellos son islamofóbicos, racistas, excluyentes y, en mucho, autoritarios e intolerantes y con características fascistas, al igual que lo son el Estado Islámico y Al-Qaeda (EI y AQ). Y todo esto está también contra los valores esenciales de la democracia republicana. Por lo demás, los movimientos islámicos en Europa o EU no están partidizados, mientras que los primeros sí. Desde el 9/11 estamos enfrascados en esta discusión que, en mi opinión, va más allá del choque de civilizaciones que anunció Huntington en el libro con igual título. No se diga desde los atentados del 7 de enero (7/01) en París, que significan el agravio más reciente contra la modernidad democrática por parte del islamismo radicalizado. Sin querer agotar el debate aquí, lo que está en el fondo del perol argumental es que en la actualidad la mayor fuerza de la tradición democrática en aquellos países que han sufrido ataques de este tipo, es que los credos en conflicto, los intereses y las maneras de ver el mundo, se pueden resolver a través de la negociación, mientras que lo único que no está a negociación es el uso de la violencia para dirimir diferencias. Y el islam fue incluido en este gran contexto como uno más de esos credos.
Grandes matices rodean el debate después del 7/01. No obstante, es precisamente el anterior argumento el que no acaba de quedar claro para la mayoría de ciudadanos islámicos (más o menos secularizados) en Occidente. Pero tampoco acaba de quedar claro para la clase política occidental hasta dónde la tolerancia que enmarca el multiculturalismo, cuya cuna ha sido precisamente Occidente, tiene verdaderos alcances frente a la sádica violencia que el yihadismo, en nombre del islam, ha provocado en el mundo entero. Ciertamente, la integración social (poco exitosa en Francia y en el RU), el respeto a la diversidad racial y cultural, valores nodales del multiculturalismo, deben darse en el marco de la
reciprocidad. De esto dependerá que en Europa y otras partes del mundo, actores musulmanes y no musulmanes puedan alcanzar una convivencia civilizada. De otra forma estos valores se quedarán sin viabilidad, y expuestos a la verborrea demagógica y beligerante de diversos sectores sociales y políticos europeos. Históricamente ha sido la extrema derecha la que se ha opuesto a la tolerancia, abogando por el exterminio de cualquier señal o signo que amenace la “identidad occidental”. Ya la izquierda y el centro político empiezan a rasgar los velos de la corrección política para pronunciarse en forma crítica, aunque aún juiciosa, y cuestionar los verdaderos alcances que el multiculturalismo tendrá y si sobrevivirá en el marco de la guerra emprendida por el EI y AQ.
Los hermanos Kuachi, Amédy Coulibaly y todos los yihadistas detrás del 9/11 (EU), del 3/04 (España), o del 5/05 (Londres) sabían lo que hacían y ya lo lograron: llevar a su límite vital el derecho a la cultura de la tolerancia frente a su intolerancia y su violencia asesina.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
¿Quién tiene más derechos, la prometida pureza del islam moderno, que a la vez se ha desvinculado de su esencia al tiempo que ha puesto en entredicho in situ los valores ilustrados que le dan sentido a la cultura occidental, o esta última? ¿Cuál de los dos niega la política? ¿Cuál de los dos da vida e impulsa los derroteros de la modernidad? Tanto uno como el otro pretenden alcanzar el universalismo, uno fuera del contexto cultural que le dio su original sentido de pertenencia (el islam) y el otro en el contexto mismo de Occidente en donde la génesis de la Ilustración tiene lugar. Ya por su dogmatismo religioso como por la forma de practicar el Corán en una gran parte de casos, tanto en Europa como en sus territorios originarios, el Islam apela al pasado más que al presente o futuro. En Occidente, las tradiciones que hereda la Ilustración a la vida pública son, en su mayor parte, expresiones que buscan seguir con las transformaciones tecnológicas y políticas del tiempo presente. Son la excepción a esto instituciones políticas como el Frente Nacional francés o el Pegida alemán, entre otros, cuyos ejes programáticos condenan la diversidad, la pluralidad y la tolerancia: son totalitarios; como también en gran medida lo es el extremismo islámico, que recurre a las armas y al terrorismo para hacerse oír. Aquellos son islamofóbicos, racistas, excluyentes y, en mucho, autoritarios e intolerantes y con características fascistas, al igual que lo son el Estado Islámico y Al-Qaeda (EI y AQ). Y todo esto está también contra los valores esenciales de la democracia republicana. Por lo demás, los movimientos islámicos en Europa o EU no están partidizados, mientras que los primeros sí. Desde el 9/11 estamos enfrascados en esta discusión que, en mi opinión, va más allá del choque de civilizaciones que anunció Huntington en el libro con igual título. No se diga desde los atentados del 7 de enero (7/01) en París, que significan el agravio más reciente contra la modernidad democrática por parte del islamismo radicalizado. Sin querer agotar el debate aquí, lo que está en el fondo del perol argumental es que en la actualidad la mayor fuerza de la tradición democrática en aquellos países que han sufrido ataques de este tipo, es que los credos en conflicto, los intereses y las maneras de ver el mundo, se pueden resolver a través de la negociación, mientras que lo único que no está a negociación es el uso de la violencia para dirimir diferencias. Y el islam fue incluido en este gran contexto como uno más de esos credos.
Grandes matices rodean el debate después del 7/01. No obstante, es precisamente el anterior argumento el que no acaba de quedar claro para la mayoría de ciudadanos islámicos (más o menos secularizados) en Occidente. Pero tampoco acaba de quedar claro para la clase política occidental hasta dónde la tolerancia que enmarca el multiculturalismo, cuya cuna ha sido precisamente Occidente, tiene verdaderos alcances frente a la sádica violencia que el yihadismo, en nombre del islam, ha provocado en el mundo entero. Ciertamente, la integración social (poco exitosa en Francia y en el RU), el respeto a la diversidad racial y cultural, valores nodales del multiculturalismo, deben darse en el marco de la
reciprocidad. De esto dependerá que en Europa y otras partes del mundo, actores musulmanes y no musulmanes puedan alcanzar una convivencia civilizada. De otra forma estos valores se quedarán sin viabilidad, y expuestos a la verborrea demagógica y beligerante de diversos sectores sociales y políticos europeos. Históricamente ha sido la extrema derecha la que se ha opuesto a la tolerancia, abogando por el exterminio de cualquier señal o signo que amenace la “identidad occidental”. Ya la izquierda y el centro político empiezan a rasgar los velos de la corrección política para pronunciarse en forma crítica, aunque aún juiciosa, y cuestionar los verdaderos alcances que el multiculturalismo tendrá y si sobrevivirá en el marco de la guerra emprendida por el EI y AQ.
Los hermanos Kuachi, Amédy Coulibaly y todos los yihadistas detrás del 9/11 (EU), del 3/04 (España), o del 5/05 (Londres) sabían lo que hacían y ya lo lograron: llevar a su límite vital el derecho a la cultura de la tolerancia frente a su intolerancia y su violencia asesina.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
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