José Luis Valdés Ugalde
08/02/2015
Occidente frente al islamismo extremista y viceversa. La obsesión de cada cual con su opuesto ha llevado al límite las tensiones en la región, pero también ha contaminado el debate político y la seguridad internacional. En las capitales europeas se teme lo peor al tiempo que se rastrea al cada vez mayor número de ciudadanos de Occidente que se han afiliado al yihadismo del Estado Islámico (EI). El Reino Unido, Francia y España encabezan la lista y algunos como Alemania y Holanda los siguen peligrosamente. La estrategia de paz ensombrece frente a los desplantes de violencia terrorista. La narrativa de las partes ha adquirido un tono críticamente bélico. Después del asesinato de los editores, caricaturistas y empleados de la revista satírica Charlie Hebdo en París, el EI ha reiterado la fatwa que obliga a la ablación a más de un millón de mujeres en Mosul, territorio iraquí controlado por los extremistas. Quien no la obedezca será ejecutado. El colmo ha sido el sanguinario asesinato del piloto jordano Muaz Kasasbeh, quien fue quemado vivo por esta organización a principios de enero, incluso en tiempos en que Jordania se encontraba negociando con el EI el intercambio de prisioneros. Jordania ha declarado que su respuesta sería “terrible” y ya ha redoblado junto a los europeos sus esfuerzos en la alianza con EU para derrotar al terrorismo.
No se recuerda, ni siquiera en los momentos estelares del radicalismo armado del maoísmo en varios puntos de las Américas y en el sudeste asiático, entre otros sitios significativos, acciones maximalistas de la brutal magnitud a la que lamentablemente ya nos están acostumbrando los extremistas islámicos. Incluso en aquel entonces, existía algún punto de partida racional que explicara el conflicto y, eventualmente, la negociación para terminarlo. Con el EI y Al-Qaeda (AQ) esto no es ni será posible. En su oscuro confort ideológico plagado de interpretaciones excéntricas del Corán y de los supuestos designios del profeta Mohamed, que tanto desastre han causado al mundo musulmán moderado de Europa, para el EI y AQ la paz no es ni pensable ni viable ni deseable. Al contrario. Se trata de ejercer el radicalismo terrorista hasta que reviente la cuerda de la tolerancia en todas partes y así, entonces, poder justificar su existencia y declararse víctimas del ogro occidental. Ya lo advirtió Timothy Garton Ash en su llamado a no ceder ante la amenaza contra la libertad de expresión al día siguiente de los ataques de enero en París, y reiterado en su texto, Defying the Assassin’s Veto, publicado en el número más reciente de The New York Review of Books. Es imposible no convenir con Ash en su argumento fundamental: el mundo del libre pensamiento, del pensamiento crítico, no se puede permitir que la intimidación violenta en contra de la libre expresión gane la batalla. Se trata de un chantaje inadmisible, aun cuando esto implique serios riesgos. Ciertamente es una opción difícil de asumir y en algunos casos resulta dolorosa.
En México se conocen los riesgos y las consecuencias de investigar y publicar acerca de esa violencia alarmantemente similar a la del terrorismo que representa el crimen organizado. También se conoció esto en España, en el RU e Irlanda del Norte, en Italia y Alemania cuando sus expresiones terroristas aniquilaron a miles de inocentes en el nombre de una causa ideológica. No obstante, aquellos conflictos de raíces locales fueron eventualmente resueltos por la vía de la negociación política. El extremismo del yihadismo, tanto en su vertiente local como externa, no da margen para el arreglo descrito. Esto obliga a Europa a replantear su muy fallida política de cohesión social, más en concreto, me refiero a los graves desaciertos cometidos en el proceso de integrar a la comunidad musulmana por parte de GB, Francia y España, principalmente. Por cierto, países de Europa en donde han ocurrido los atentados más dolorosos por parte del extremismo islámico. La lección: los aliados occidentales podrán legítimamente redoblar las medidas que garanticen la seguridad de sus sociedades; no obstante, políticas de seguritización sin políticas efectivas hacia la integración de la población musulmana en sus países serán inefectivas en el corto plazo, que es del que realmente se dispone a estas alturas. De otra forma el extravío de estos dos mundos podría llegar a ser irremediable y realmente virulento.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Unlimited tolerance must lead to the disappearance of tolerance.
Karl Popper
Occidente frente al islamismo extremista y viceversa. La obsesión de cada cual con su opuesto ha llevado al límite las tensiones en la región, pero también ha contaminado el debate político y la seguridad internacional. En las capitales europeas se teme lo peor al tiempo que se rastrea al cada vez mayor número de ciudadanos de Occidente que se han afiliado al yihadismo del Estado Islámico (EI). El Reino Unido, Francia y España encabezan la lista y algunos como Alemania y Holanda los siguen peligrosamente. La estrategia de paz ensombrece frente a los desplantes de violencia terrorista. La narrativa de las partes ha adquirido un tono críticamente bélico. Después del asesinato de los editores, caricaturistas y empleados de la revista satírica Charlie Hebdo en París, el EI ha reiterado la fatwa que obliga a la ablación a más de un millón de mujeres en Mosul, territorio iraquí controlado por los extremistas. Quien no la obedezca será ejecutado. El colmo ha sido el sanguinario asesinato del piloto jordano Muaz Kasasbeh, quien fue quemado vivo por esta organización a principios de enero, incluso en tiempos en que Jordania se encontraba negociando con el EI el intercambio de prisioneros. Jordania ha declarado que su respuesta sería “terrible” y ya ha redoblado junto a los europeos sus esfuerzos en la alianza con EU para derrotar al terrorismo.
No se recuerda, ni siquiera en los momentos estelares del radicalismo armado del maoísmo en varios puntos de las Américas y en el sudeste asiático, entre otros sitios significativos, acciones maximalistas de la brutal magnitud a la que lamentablemente ya nos están acostumbrando los extremistas islámicos. Incluso en aquel entonces, existía algún punto de partida racional que explicara el conflicto y, eventualmente, la negociación para terminarlo. Con el EI y Al-Qaeda (AQ) esto no es ni será posible. En su oscuro confort ideológico plagado de interpretaciones excéntricas del Corán y de los supuestos designios del profeta Mohamed, que tanto desastre han causado al mundo musulmán moderado de Europa, para el EI y AQ la paz no es ni pensable ni viable ni deseable. Al contrario. Se trata de ejercer el radicalismo terrorista hasta que reviente la cuerda de la tolerancia en todas partes y así, entonces, poder justificar su existencia y declararse víctimas del ogro occidental. Ya lo advirtió Timothy Garton Ash en su llamado a no ceder ante la amenaza contra la libertad de expresión al día siguiente de los ataques de enero en París, y reiterado en su texto, Defying the Assassin’s Veto, publicado en el número más reciente de The New York Review of Books. Es imposible no convenir con Ash en su argumento fundamental: el mundo del libre pensamiento, del pensamiento crítico, no se puede permitir que la intimidación violenta en contra de la libre expresión gane la batalla. Se trata de un chantaje inadmisible, aun cuando esto implique serios riesgos. Ciertamente es una opción difícil de asumir y en algunos casos resulta dolorosa.
En México se conocen los riesgos y las consecuencias de investigar y publicar acerca de esa violencia alarmantemente similar a la del terrorismo que representa el crimen organizado. También se conoció esto en España, en el RU e Irlanda del Norte, en Italia y Alemania cuando sus expresiones terroristas aniquilaron a miles de inocentes en el nombre de una causa ideológica. No obstante, aquellos conflictos de raíces locales fueron eventualmente resueltos por la vía de la negociación política. El extremismo del yihadismo, tanto en su vertiente local como externa, no da margen para el arreglo descrito. Esto obliga a Europa a replantear su muy fallida política de cohesión social, más en concreto, me refiero a los graves desaciertos cometidos en el proceso de integrar a la comunidad musulmana por parte de GB, Francia y España, principalmente. Por cierto, países de Europa en donde han ocurrido los atentados más dolorosos por parte del extremismo islámico. La lección: los aliados occidentales podrán legítimamente redoblar las medidas que garanticen la seguridad de sus sociedades; no obstante, políticas de seguritización sin políticas efectivas hacia la integración de la población musulmana en sus países serán inefectivas en el corto plazo, que es del que realmente se dispone a estas alturas. De otra forma el extravío de estos dos mundos podría llegar a ser irremediable y realmente virulento.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
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