José Luis Valdés Ugalde 05/04/2015
Suponíamos que el invento multicultural europeo hace 30 años alejaría de toda sospecha a los estados que, por norma, garantizaban la preservación de la inclusión y la diversidad, así como los derechos humanos de las poblaciones migrantes. Desde la formación de la Unión, Europa había apostado por basar su estabilidad social en el colchón multicultural que daba sentido a la coexistencia de sus inmigrantes. Aunque la patente de corso del multiculturalismo es angloamericana; Europa, de Gran Bretaña a Alemania, Francia y al sureste del continente, ha afrontado el permanente flujo poblacional, principalmente del sur, de Asia y del oriente del globo.
No obstante, existe una confusión en términos. Primeramente, es un mito que los gobiernos europeos adoptaron políticas multiculturales debido a que las poblaciones minoritarias deseaban afirmar sus diferencias, al tiempo que se “integraban” a las sociedades de adopción. En realidad era inefectivo que se partiera de esta idea en la implementación de las políticas multiculturales, debido a que el problema más grave que afrontaban las minorías indias, caribeñas o paquistaníes en el RU (todas ellas partes de la migración laboral) era la explosiva mezcla de racismo con desigualdad que, hacia finales de los 70 y principios de los 80, exacerbó los ánimos políticos y provocó revueltas de negros y asiáticos principalmente. No era la religión ni la etnicidad (no hay indicios de que los inmigrantes se plantearan la cuestión cultural políticamente), sino los derechos ciudadanos de diversas poblaciones integradas al mercado de trabajo, más no incluidas socialmente. A partir de entonces, y a pesar de sus miedos a que el “sentido de identidad” se contaminara o racializara y con el fin de evitar que los conflictos políticos crecieran, los británicos se animaron por incluir a las minorías en el ámbito de la política, vía el reconocimiento de organizaciones representativas de sus intereses. Esto implicó que minorías negras, indias y paquistaníes tuvieran acceso, tanto al nivel municipal como nacional a la participación política. El acento puesto en la etnicidad, por sobre los derechos sociales como origen del diferendo, era insuficiente para acallar la protesta y nivelar las diferencias. Este es el gran problema con el multiculturalismo en Europa.
En el caso alemán y el francés las cosas pintaron distinto. Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, sufrió el decrecimiento de su fuerza de trabajo, por lo cual se vio obligada a importar trabajadores. A diferencia de los británicos que importaron a los migrantes de sus excolonias, los alemanes volvieron su vista al sur: Grecia, Italia, España y Turquía, principalmente fueron países proveedores. Al tiempo que esto ocurría, esta fuerza de trabajo no arribaba como inmigrante, sino como Gastarbeiter (trabajadores huésped), quienes tenían que volver a sus países de origen una vez solucionado el problema para la economía alemana. El caso es que, como ocurre en EU, estos migrantes de ser una necesidad temporal se convirtieron en una necesidad permanente, principalmente los turcos. Francia, que junto al RU enfrenta hoy al radicalismo religioso, acogió inevitablemente a inmigrantes de sus excolonias, pero que, al igual que en Alemania, eran predominantemente seculares. No obstante, Francia opta por lo que Malik concibe como asimilacionismo, que es el polo opuesto de multiculturalismo, es decir los franceses han insistido en tratar a sus inmigrantes como “individuos”, en lugar de como miembros de una cultura o comunidad minoritaria dada. En todo caso, los tres países se encuentran igualmente divididos socialmente, a pesar de su diferentes políticas multiculturales. Y hoy más, debido al extremismo islámico.
Hoy los tiempos europeos nos muestran una nueva forma de confrontación no esperada. Siguiendo a Rieff, el multiculturalismo siempre ha sido una forma breve de referirse a ese futuro armonioso. Como sentimiento era irreprochable, pero como ideología nunca ha sido congruente. Los postulados del multiculturalismo no aciertan en cuanto a las categorías intelectuales. El multiculturalismo en Europa ha demostrado ser una doctrina para tiempos de paz y prosperidad económica, no para tiempos de transformación económica y política. Por tanto, Europa se encuentra, en el marco de una relativamente armoniosa y tolerante política de inclusión social, atrapada entre la dependencia de la fuerza laboral de los inmigrantes y la agitación que atraviesa el mundo islámico y subdesarrollado.
*Investigador y profesor de la UNAM
Twitter: @JLValdesUgalde
Suponíamos que el invento multicultural europeo hace 30 años alejaría de toda sospecha a los estados que, por norma, garantizaban la preservación de la inclusión y la diversidad, así como los derechos humanos de las poblaciones migrantes. Desde la formación de la Unión, Europa había apostado por basar su estabilidad social en el colchón multicultural que daba sentido a la coexistencia de sus inmigrantes. Aunque la patente de corso del multiculturalismo es angloamericana; Europa, de Gran Bretaña a Alemania, Francia y al sureste del continente, ha afrontado el permanente flujo poblacional, principalmente del sur, de Asia y del oriente del globo.
No obstante, existe una confusión en términos. Primeramente, es un mito que los gobiernos europeos adoptaron políticas multiculturales debido a que las poblaciones minoritarias deseaban afirmar sus diferencias, al tiempo que se “integraban” a las sociedades de adopción. En realidad era inefectivo que se partiera de esta idea en la implementación de las políticas multiculturales, debido a que el problema más grave que afrontaban las minorías indias, caribeñas o paquistaníes en el RU (todas ellas partes de la migración laboral) era la explosiva mezcla de racismo con desigualdad que, hacia finales de los 70 y principios de los 80, exacerbó los ánimos políticos y provocó revueltas de negros y asiáticos principalmente. No era la religión ni la etnicidad (no hay indicios de que los inmigrantes se plantearan la cuestión cultural políticamente), sino los derechos ciudadanos de diversas poblaciones integradas al mercado de trabajo, más no incluidas socialmente. A partir de entonces, y a pesar de sus miedos a que el “sentido de identidad” se contaminara o racializara y con el fin de evitar que los conflictos políticos crecieran, los británicos se animaron por incluir a las minorías en el ámbito de la política, vía el reconocimiento de organizaciones representativas de sus intereses. Esto implicó que minorías negras, indias y paquistaníes tuvieran acceso, tanto al nivel municipal como nacional a la participación política. El acento puesto en la etnicidad, por sobre los derechos sociales como origen del diferendo, era insuficiente para acallar la protesta y nivelar las diferencias. Este es el gran problema con el multiculturalismo en Europa.
En el caso alemán y el francés las cosas pintaron distinto. Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial, sufrió el decrecimiento de su fuerza de trabajo, por lo cual se vio obligada a importar trabajadores. A diferencia de los británicos que importaron a los migrantes de sus excolonias, los alemanes volvieron su vista al sur: Grecia, Italia, España y Turquía, principalmente fueron países proveedores. Al tiempo que esto ocurría, esta fuerza de trabajo no arribaba como inmigrante, sino como Gastarbeiter (trabajadores huésped), quienes tenían que volver a sus países de origen una vez solucionado el problema para la economía alemana. El caso es que, como ocurre en EU, estos migrantes de ser una necesidad temporal se convirtieron en una necesidad permanente, principalmente los turcos. Francia, que junto al RU enfrenta hoy al radicalismo religioso, acogió inevitablemente a inmigrantes de sus excolonias, pero que, al igual que en Alemania, eran predominantemente seculares. No obstante, Francia opta por lo que Malik concibe como asimilacionismo, que es el polo opuesto de multiculturalismo, es decir los franceses han insistido en tratar a sus inmigrantes como “individuos”, en lugar de como miembros de una cultura o comunidad minoritaria dada. En todo caso, los tres países se encuentran igualmente divididos socialmente, a pesar de su diferentes políticas multiculturales. Y hoy más, debido al extremismo islámico.
Hoy los tiempos europeos nos muestran una nueva forma de confrontación no esperada. Siguiendo a Rieff, el multiculturalismo siempre ha sido una forma breve de referirse a ese futuro armonioso. Como sentimiento era irreprochable, pero como ideología nunca ha sido congruente. Los postulados del multiculturalismo no aciertan en cuanto a las categorías intelectuales. El multiculturalismo en Europa ha demostrado ser una doctrina para tiempos de paz y prosperidad económica, no para tiempos de transformación económica y política. Por tanto, Europa se encuentra, en el marco de una relativamente armoniosa y tolerante política de inclusión social, atrapada entre la dependencia de la fuerza laboral de los inmigrantes y la agitación que atraviesa el mundo islámico y subdesarrollado.
*Investigador y profesor de la UNAM
Twitter: @JLValdesUgalde
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