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El recurso del mono

José Luis Valdés Ugalde 31/05/2015 

Diríase “del insulto del mono” que es la parábola utilizada, sin cansancio, por la conciencia racista muy desde sus orígenes (desde Darwin), pero aún vigente en nuestros días.  


De acuerdo con Kant, en Von den verschiedenen Rassen der Menschen, “todos los hombres sobre la extensa superficie de la tierra pertenecen a una y la misma especie natural, puesto que todos sin excepción procrean entre sí niños fértiles, no obstante las enormes diferenciaciones que pudieran encontrarse en su aspecto” (la traducción es cortesía de Ana Tamarit).

Sabemos que llamar a alguien “mono” es racista, pero es poco comprendido porque la imaginación de los europeos (y posteriormente de Occidente) asocia al “mono” con los indígenas o los descendientes de africanos. La narrativa cultural occidental dimensionó a los monos como figuras ambiguas, anticivilizatorias, tramposas, jocosas (el paradigmático Bono). Esto ocurrió al lado de la creencia de los evolucionistas de que el hombre provenía de los grandes monos y de África. Es decir, se asumía que el pasado del hombre se vinculaba con el continente negro, muy a pesar de la posterior plasticidad fenotípica que alcanzó la evolución humana. En el siglo XVIII, la idea de Dios impactó la manera de pensar sobre las especies. Aunque se aceptaba la idea de su unidad, se creyó que Dios había creado especies humanas separadas; de tal forma que se concebía a la raza blanca como la más privilegiados (más cercana a los ángeles) y la de los negros africanos y aborígenes como la menos privilegiada (más cerca de los monos). Una forma de racismo moderno se impuso en adelante. Esto ocurre porque en la tradición argumental de Europa, que vincula al hombre con el mono, se afianza una conexión ulterior: la cercanía de los africanos con los monos. Del siglo XIX en adelante, tanto en Estados Unidos como en el resto de las Américas, se asumió que aquellos de origen no europeo eran más monos que humanos. Dicha “categoría” muy arbitraria, pero normal dados los tiempos, incluía a los esclavos africanos, a los indios nativos y posteriormente a los chinos y los mexicanos; al tiempo que justificó la esclavitud en las plantaciones y el colonialismo. Fue una vía eficiente, utilizada por los europeos para diferenciarse cultural y biológicamente, con el objetivo de demostrar sus credenciales como raza superior. Desde el nazismo, el “racismo científico” fue depositado en las manos de la extrema derecha y aunque con variantes importantes, los prejuicios raciales aún no se han erradicado hoy del consciente colectivo occidental, sobre todo, por el hecho de que aún no se ha penetrado el sistema educativo primario y secundario con una enseñanza a fondo de la historia del hombre. De otra forma no se explica por qué “el insulto del mono” no desaparece en Estados Unidos, u otros “insultos” raciales predominan en Occidente.

He sostenido que el racismo estadunidense se exacerbó en ese país desde que Obama llegó al poder. Su presidencia se ha acompañado del comienzo de una era post racista, pero no post racial, que ha desfigurado los términos de la relación política entre el Presidente y sus oponentes. Los Obama han sido objeto del insulto del mono referido durante el mandato entero. Todo racismo es la expresión de una actitud cultural (también de corrupción moral) que proviene de una deficiente cultura educativa y formativa. En México, en donde no se discute ni sanciona el racismo (como sí se hace en Estados Unidos), ha dominado un sentido de superioridad y de discriminación por parte de las élites en contra de los indígenas, que parece no tener fin. Fuera del dominio blanco, mestizo o criollo de éstas, se ignora el nivel de detalle del racismo de los otros sectores de población. Lo que se sabe es que la narrativa dominante en la clase media y media alta mexicana (de donde provienen “las voces influyentes” en los medios o en la política) sigue siendo discriminatoria. Ya se ha visto que ésta es privativa de izquierdas o derechas. Sus personeros siguen menospreciando, por torpeza o arrogancia, desde el diminutivo compasivo, a la “otredad” que les es anómala: los indígenas son “inditos”, los chinos “chinitos”, los negros “negritos”, etcétera. Está en la sociedad y el Estado erradicar en la República los prejuicios de género, clase y raza que nos oprimen, y evidencian como un país primitivo y decadente.

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