Jose Luis Valdes Ugalde, 13/07/2015
Son misteriosos los intríngulis del debate ideológico
propio de la cultura política mexicana, cuyo radar ha sido siempre oblicuo y su
ubicuidad obtusa. Me referiré a la izquierda.
Desde las fusiones del PSUM-PMS-PRD existe un pleito
exaltado en el debate entre la clase política “de izquierda” por demostrar
quién está a la vanguardia de la causa; o cuáles son los grupos más ejemplares
que la representan. Así, por ejemplo, el PT (hoy apéndice de Morena), partido
tutelado por el salinismo y que tiene como senador a Manuel Bartlett, es de
izquierda porque apoyó a Cárdenas o a AMLO; o Cárdenas es de izquierda porque
se opone a la Reforma Energética y defiende el oro negro; o AMLO porque lucha
contra la corrupción, pero se exime de hablar de sus ingresos y su situación
fiscal, o acerca del aborto y los matrimonios homosexuales. Ésta es una
izquierda norteada, aunque socorrida.
Omite los que creo son los temas centrales del debate
global de la izquierda en diversas partes del mundo. En estos tiempos
postideológicos y algo borrosos, en México se sigue confundiendo liderazgo
fuerte, discurso nacionalista, lucha antisistema, defensa de los pobres, et
al., como sinónimo de izquierda. A falta de una institucionalidad
democrática fuerte, emerge el liderazgo mesiánico como alternativa (de
izquierda). Esta debilidad se la debemos al autoritarismo priista que ha
inoculado a la cultura política nacional: la izquierda que éste prohijó es
esencialmente intolerante y desorientada.
En los que estimo son tiempos postideológicos, las
izquierdas (no los extremismos de izquierda antirreformista o los movimientos
anarquistas europeos que en el nombre de la redención del “buen salvaje”, se
montan en el caballo chavista/bolivariano) se han actualizado respecto de los
temas más sentidos entre la población: minorías, derechos humanos, derechos de
las mujeres, de los homosexuales, de los viejos, de los infantes esclavizados;
el aborto, el racismo, educación de calidad, el matrimonio tradicional,
especulación financiera, concentración y generación de la riqueza, lavado de
dinero, salario mínimo, economía y ecología sustentables, distribución del
ingreso, equidades varias, etcétera. Son estos los temas que dominan el debate
entre la izquierda racional y razonable europea y estadunidense. Hay, sin
embargo, un misterio o una reiterada necedad en el hecho de que los aparatos
populistas, como Podemos, no parecen haber entendido las claves del progreso
político (como tampoco lo han hecho los liderazgos iluminados, de AMLO, Evo o
Correa) ni, en consecuencia, la máxima hegeliana reinterpretada por Marx en el
sentido de que toda vieja sociedad abriga las semillas de sus sucesores, al
igual que todo organismo viviente abriga las semillas de sus descendientes. No
hay, al parecer, claridad histórica para este sector (más informal) del llamado
progresismo (como no existe entre algunos frentes de la socialdemocracia),
sobre su origen y destino en la lucha por el poder.
Por ejemplo, se percibe en los primeros un maximalismo
demagógico (y una irresponsabilidad histórica), alrededor de la cláusula
plebiscitaria o de la democracia directa, que no es otra cosa, siendo honestos
intelectualmente, que una tergiversación democrática. En Grecia, por ejemplo,
al convocar el primer ministro, Alexis Tsipras, el plebiscito sobre el rescate
europeo a ese país, descargó toda su incompetencia en el pueblo griego y
recurrió a la democracia de excepción, mejor conocida como democracia
plebiscitaria. ¿En dónde quedaron los votos que llevaron a su partido, Syriza,
aliado con los neonazis, al poder, con el mandato de gobernar en nombre de
éstos? ¿Para qué entonces apelar a la democracia representativa? Imaginemos que
Alemania o Francia tuvieran que hacerle al escapismo y llamar a plebiscito cada
vez que se teme tomar una decisión de Estado. Esta noción de referéndum es la
misma que usó AMLO desde el Gobierno del DF y es la zona de confort clásica
para aquellos que desde su medianía no tienen imaginación o entereza política
alguna para afrontar con categoría los desafíos del poder. Los que creemos en
la necesidad de una izquierda democrática, original, audaz y auténticamente
progresista, estamos convencidos de que la crítica a esta clase de izquierda es
un imponderable de la democracia.
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