José Luis Valdés Ugalde
09/08/2015
Los pendientes heredados por el calderonismo aún nos cobran réditos en seguridad, democracia y política exterior. Soy de los que piensan que el expresidente y su muy mediano equipo de asesores en Los Pinos, secuestraron la política exterior lo cual causó severos daños a las relaciones internacionales de México, en particular la que sostenemos con EU.
El antiimperialismo ramplón de FCH tuvo serias consecuencias en tanto que fue un fracaso si es que se intentó como una prenda de negociación de política interna y también lo fue en virtud de que minó la confianza entre algunos actores en Washington. La prueba: Cuba. México ya no es percibido como el actor/testigo de honor en medidas de tal audacia como el descongelamiento de las relaciones con la isla; Washington optó por su socio canadiense.
Ahora que los republicanos han quedado tocados por el “efecto Trump” y se siguen corriendo cada vez más a la derecha, siguiendo el guión de los renegados del Tea Party (lo cual puede frustrar sus aspiraciones presidenciales), tal y como lo mostró el reciente debate de los precandidatos, urge que México haga pesar sus intereses en la relación bilateral, sobre todo, en el tema migratorio. El año que entra se elegirá nuev@ president@ y es muy seguro que la influencia de Obama, ahora proyectado en temas claves, como el pacto nuclear con Irán, la cuestión cubana, la migración, la Reforma de Salud y el debate sobre cambio climático (tema que los republicanos enfrentan medievalmente), impactará sobre sectores del electorado. Tanto Hillary Clinton como los republicanos tendrán más Obama de lo que creen durante la campaña, toda vez que, a diferencia de otros tiempos, el presidente saliente se ha decidido a hacer política hasta el último momento, usando los temas mencionados y en los que parece no sólo no estar equivocado, sino con posibilidades de tener éxito. Se trata de un final de gestión inédito en EU, tanto en lo que toca a las temáticas de fondo como a las posibilidades de que la polémica que estas despiertan puedan ser capitalizadas por los demócratas ante el virtual rechazo del PR, que la opinión pública no reconoce, en tanto que favorece por mayoría el pacto con Irán y el reacercamiento con Cuba. Ante esta huida de la realidad de los republicanos, será muy probable que el centro político representado por Clinton (algo empujada hacia la izquierda por la presión de Elizabeth Warren y Bernie Sanders, representantes de la izquierda demócrata) tenga posibilidades de conservar la Casa Blanca. El debate demócrata ha demostrado ser más ecuánime que el republicano. Y la herencia de Obama más sana e íntegra que la de George W. Bush. Y esto pesará en la contienda al tiempo que se verá hasta dónde los votantes renuncian, como parece que ocurrirá, a apoyar a los extremos o a los excesos del Tea Party. La importante herencia política del obamismo nunca la entendió Calderón (como nunca entendió EU); tampoco la entienden otros en el continente, como Maduro, Correa o Evo, que van muy por detrás de Castro en los avances pragmáticos de su política hacia EU. Si el gobierno de México acaso ha tenido la visión de entender esta nueva opción neo-Rooseveltiana y se dispone a hacer política bilateral en serio, más vale que lo haga con la idea de acomodar sus posiciones en ese centro político que puede triunfar en 2016. Lo más importante para México y EU hoy será construir una plataforma de confianza que en tiempos electorales suele cuestionarse, cuando no minarse, por narrativas extremistas, ahora representadas por todos los precandidatos republicanos casi por igual. México tendrá que coadyuvar a lograr el convencimiento de amplios sectores de opinión en EU de que una Reforma Migratoria es tan necesaria como inevitable y apoyar en este sentido la posición de Obama que comparte Clinton. Por otro lado, se tendrá que apaciguar en sus impulsos nacionalistas, ceder soberanía y aceptar la extradición de los capos que EU quiere enjuiciar en su territorio. Ante la segunda fuga de El Chapo y el evidente fracaso del sistema de seguridad, esto se vuelve un imponderable. Junto con esta medida, entre otras, México ofrecería confianza, preservaría soberanía, garantizaría mayor seguridad y alertaría al crimen organizado. Sólo así se cerrarían filas con nuestro socio.
Los pendientes heredados por el calderonismo aún nos cobran réditos en seguridad, democracia y política exterior. Soy de los que piensan que el expresidente y su muy mediano equipo de asesores en Los Pinos, secuestraron la política exterior lo cual causó severos daños a las relaciones internacionales de México, en particular la que sostenemos con EU.
El antiimperialismo ramplón de FCH tuvo serias consecuencias en tanto que fue un fracaso si es que se intentó como una prenda de negociación de política interna y también lo fue en virtud de que minó la confianza entre algunos actores en Washington. La prueba: Cuba. México ya no es percibido como el actor/testigo de honor en medidas de tal audacia como el descongelamiento de las relaciones con la isla; Washington optó por su socio canadiense.
Ahora que los republicanos han quedado tocados por el “efecto Trump” y se siguen corriendo cada vez más a la derecha, siguiendo el guión de los renegados del Tea Party (lo cual puede frustrar sus aspiraciones presidenciales), tal y como lo mostró el reciente debate de los precandidatos, urge que México haga pesar sus intereses en la relación bilateral, sobre todo, en el tema migratorio. El año que entra se elegirá nuev@ president@ y es muy seguro que la influencia de Obama, ahora proyectado en temas claves, como el pacto nuclear con Irán, la cuestión cubana, la migración, la Reforma de Salud y el debate sobre cambio climático (tema que los republicanos enfrentan medievalmente), impactará sobre sectores del electorado. Tanto Hillary Clinton como los republicanos tendrán más Obama de lo que creen durante la campaña, toda vez que, a diferencia de otros tiempos, el presidente saliente se ha decidido a hacer política hasta el último momento, usando los temas mencionados y en los que parece no sólo no estar equivocado, sino con posibilidades de tener éxito. Se trata de un final de gestión inédito en EU, tanto en lo que toca a las temáticas de fondo como a las posibilidades de que la polémica que estas despiertan puedan ser capitalizadas por los demócratas ante el virtual rechazo del PR, que la opinión pública no reconoce, en tanto que favorece por mayoría el pacto con Irán y el reacercamiento con Cuba. Ante esta huida de la realidad de los republicanos, será muy probable que el centro político representado por Clinton (algo empujada hacia la izquierda por la presión de Elizabeth Warren y Bernie Sanders, representantes de la izquierda demócrata) tenga posibilidades de conservar la Casa Blanca. El debate demócrata ha demostrado ser más ecuánime que el republicano. Y la herencia de Obama más sana e íntegra que la de George W. Bush. Y esto pesará en la contienda al tiempo que se verá hasta dónde los votantes renuncian, como parece que ocurrirá, a apoyar a los extremos o a los excesos del Tea Party. La importante herencia política del obamismo nunca la entendió Calderón (como nunca entendió EU); tampoco la entienden otros en el continente, como Maduro, Correa o Evo, que van muy por detrás de Castro en los avances pragmáticos de su política hacia EU. Si el gobierno de México acaso ha tenido la visión de entender esta nueva opción neo-Rooseveltiana y se dispone a hacer política bilateral en serio, más vale que lo haga con la idea de acomodar sus posiciones en ese centro político que puede triunfar en 2016. Lo más importante para México y EU hoy será construir una plataforma de confianza que en tiempos electorales suele cuestionarse, cuando no minarse, por narrativas extremistas, ahora representadas por todos los precandidatos republicanos casi por igual. México tendrá que coadyuvar a lograr el convencimiento de amplios sectores de opinión en EU de que una Reforma Migratoria es tan necesaria como inevitable y apoyar en este sentido la posición de Obama que comparte Clinton. Por otro lado, se tendrá que apaciguar en sus impulsos nacionalistas, ceder soberanía y aceptar la extradición de los capos que EU quiere enjuiciar en su territorio. Ante la segunda fuga de El Chapo y el evidente fracaso del sistema de seguridad, esto se vuelve un imponderable. Junto con esta medida, entre otras, México ofrecería confianza, preservaría soberanía, garantizaría mayor seguridad y alertaría al crimen organizado. Sólo así se cerrarían filas con nuestro socio.
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