José Luis Valdés Ugalde 06/09/2015
La historia de las migraciones da cuenta de procesos trágicos y desenlaces no siempre felices. Desde la diáspora judía, pasando por la migración de refugiados españoles y latinoamericanos, hasta la migración económica de mexicanos expulsados hacia EU.
El movimiento de personas ha afectado la cohesión de comunidades nacionales e impactado en el proceso de integración que sus miembros han tenido que emprender en el seno de los países de acogida. Las migraciones se han convertido en un controvertido tema de política nacional e internacional. Siendo un asunto de la agenda nacional que depende de la efectiva aplicación de políticas públicas, es también un tema de carácter político que generalmente enfrenta a las partes en conflicto. Hoy en día, presenciamos una crisis humanitaria de tremendas dimensiones en Europa. Se trata del primer éxodo del siglo. Los datos al respecto son verdaderamente dramáticos. A los 71 muertos por asfixia encontrados en un transporte húngaro de traficantes de personas en Austria, se agregan los siete muertos en las costas libias el pasado domingo, para hacer un total de dos mil 500 personas muertas en el Mediterráneo desde enero de este año (en 2014 murieron, según datos de ACNUR, tres mil 500 personas). Y la cifra está subiendo. Siendo la cifra total de emigrantes a Europa de 300 mil personas, en su gran mayoría refugiados de guerra provenientes de Siria, Irak y Afganistán (y mucho antes la emigración económica del norte de África). Sólo a Grecia han llegado cerca de 200 mil y a Italia 110 mil; esto representa un incremento notable si se considera que en 2014 fueron 219 mil migrantes los que cruzaron el Mediterráneo.
La emergencia que esto supone ha puesto a la ofensiva a algunos y a la defensiva a otros. Alemania encabeza el grupo que junto a Francia e Italia, aseguran que este drama humanitario es “una advertencia para Europa que debe abordar el problema de migración en forma rápida y con un espíritu de solidaridad para encontrar soluciones... Europa, como un continente rico, puede hacer frente a este problema”, palabras de la Canciller alemana, Angela Merkel. Por su parte, Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia se niegan a aceptar esta propuesta y a reconocer la exigencia de Alemania de reactivar el sistema de cuotas de refugiados en función del tamaño y la capacidad económica de cada país, toda vez que la Convención de Dublín (hoy regulación de Dublín II), que determina las responsabilidades de asilo de cada Estado de la UE, no ha funcionado satisfactoriamente. Sólo Alemania está recibiendo 800 mil refugiados, en su mayoría sirios; cifra muy superior a los que han aceptado otros países de la UE. Es evidente que la solución radica en reactivar la acogida a los miles de jóvenes, mujeres, niños y viejos que se han quedado sin futuro debido a la cruel masacre cometida por un lado, por Bashar al-Assad, el tirano sirio y por el otro, por los yihadistas de ISIS y Al-Qaeda. Ambos actores, uno formal y el otro informal, han desquiciado el orden regional ocasionando esta tragedia monumental. No obstante, es claro también que se tienen que adjudicar responsabilidades por el pecado de omisión en unos casos y por el de la conducta internacional de algunos actores que originaron esta crisis regional. La torpe invasión de Irak en marzo de 2003 por la coalición encabezada alevosamente por George W. Bush (a quien debería juzgársele por crímenes de guerra), significó el inicio de esta guerra y de este éxodo, además de la grave omisión de Obama respecto a intervenir frente al genocidio perpetrado por Al-Assad.
No sólo son razones humanitarias las que obligarían a los países renuentes a comprometerse, sino también de carácter político. En este sentido, la tragedia humanitaria que hoy presenciamos, aunque en un sentido nos pertenezca a todos, les pertenece más directamente a los países que absurdamente fueron cómplices de los delirios mitómanos de Bush (Reino Unido, Australia, Polonia, España y Portugal entre otros) y que hoy ven con reserva asumir su responsabilidad histórica frente a la descomposición generalizada de la región y el posterior exilio (del que se han apoderado rápidamente las bandas de traficantes de humanos del crimen organizado) que se provocó desde entonces por su obsesión militarista.
La emergencia que esto supone ha puesto a la ofensiva a algunos y a la defensiva a otros. Alemania encabeza el grupo que junto a Francia e Italia, aseguran que este drama humanitario es “una advertencia para Europa que debe abordar el problema de migración en forma rápida y con un espíritu de solidaridad para encontrar soluciones... Europa, como un continente rico, puede hacer frente a este problema”, palabras de la Canciller alemana, Angela Merkel. Por su parte, Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia se niegan a aceptar esta propuesta y a reconocer la exigencia de Alemania de reactivar el sistema de cuotas de refugiados en función del tamaño y la capacidad económica de cada país, toda vez que la Convención de Dublín (hoy regulación de Dublín II), que determina las responsabilidades de asilo de cada Estado de la UE, no ha funcionado satisfactoriamente. Sólo Alemania está recibiendo 800 mil refugiados, en su mayoría sirios; cifra muy superior a los que han aceptado otros países de la UE. Es evidente que la solución radica en reactivar la acogida a los miles de jóvenes, mujeres, niños y viejos que se han quedado sin futuro debido a la cruel masacre cometida por un lado, por Bashar al-Assad, el tirano sirio y por el otro, por los yihadistas de ISIS y Al-Qaeda. Ambos actores, uno formal y el otro informal, han desquiciado el orden regional ocasionando esta tragedia monumental. No obstante, es claro también que se tienen que adjudicar responsabilidades por el pecado de omisión en unos casos y por el de la conducta internacional de algunos actores que originaron esta crisis regional. La torpe invasión de Irak en marzo de 2003 por la coalición encabezada alevosamente por George W. Bush (a quien debería juzgársele por crímenes de guerra), significó el inicio de esta guerra y de este éxodo, además de la grave omisión de Obama respecto a intervenir frente al genocidio perpetrado por Al-Assad.
No sólo son razones humanitarias las que obligarían a los países renuentes a comprometerse, sino también de carácter político. En este sentido, la tragedia humanitaria que hoy presenciamos, aunque en un sentido nos pertenezca a todos, les pertenece más directamente a los países que absurdamente fueron cómplices de los delirios mitómanos de Bush (Reino Unido, Australia, Polonia, España y Portugal entre otros) y que hoy ven con reserva asumir su responsabilidad histórica frente a la descomposición generalizada de la región y el posterior exilio (del que se han apoderado rápidamente las bandas de traficantes de humanos del crimen organizado) que se provocó desde entonces por su obsesión militarista.
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