José Luis Valdés Ugalde 20/09/2015
Percepción es realidad se dice en el ámbito de los estudios globales. También es una máxima del realismo político.
Con Maquiavelo asistimos a un acontecimiento intelectual y político nodal: “representar” una imagen puede lograr rebasar a la “realidad real”, toda vez que “la política consiste en hacer creer”. Es así que ha sido pensada la política del Estado desde el siglo XVI, en que el pensador florentino y fundador de la ciencia política nos brindara su máxima obra, El príncipe. La política internacional está llena de casos que son fieles ejemplos de esto. Los casos venezolano y cubano son dos ejemplos representativos de este fenómeno y, al mismo tiempo, contradictorios en sus efectos reales, a ojos de la opinión pública en ambos países y en el mundo entero.
El Poder Judicial venezolano, a todas luces fiel a los designios del régimen encabezado por Nicolás Maduro, acaba de condenar en un juicio a puertas cerradas a más de 13 años de cárcel a Leopoldo López, legítimo opositor del autoritarismo madurista. Los cargos son simplistas y falsos: de acuerdo a la condena, López es culpable de haber incitado a la rebelión en un mitin de oposición al régimen, que López promovió en febrero de 2014, denominado “La Salida”, como una manera de exigir la renuncia de Maduro, a quien considera el culpable de la crisis total de Venezuela. En dicho mitin murieron 43 personas. Sus defensores afirman que esas muertes fueron causadas por provocadores del oficialismo y el asesinato de un estudiante participante en la manifestación; López se entregó a las autoridades y, desde entonces, ha sido confinado a la cárcel militar de Ramo Verde en las afueras de Caracas, prácticamente sin derecho a réplica para defender su caso; se le han negado los derechos constitucionales y, además, ha sido presumiblemente sometido a todo tipo de presiones y maltratos, propios de un régimen totalitario. Amnistía Internacional afirmó que la condena demuestra “la absoluta falta de independencia e imparcialidad judicial en Venezuela”. Con esta decisión nada sutil, Maduro evidenció que su poder es realidad desde su imposición autoritaria misma y su manipulación de los otros poderes del Estado, a expensas de los derechos ciudadanos de los venezolanos. Debido a la falta de garbo, que hace tiempo ha desplegado en su política interna y global, el gobierno de Venezuela puso en evidencia lo que verdaderamente es, sin intentar siquiera aplicar la fórmula maquiavélica y simular medidas que le ayudaran a refinar sus ásperas relaciones con sus vecinos (Colombia) y con otros actores de su entorno cercano (las Américas) y lejano (la Unión Europea). Pero, sobre todo, con esta decisión, el Poder Judicial madurista le infligió un duro golpe a la credibilidad de su régimen, que evidencia su gradual decadencia y presagia su potencial deterioro terminal en el corto plazo. Poco a poco, Maduro se ha convertido en el Donald Trump de la política latinoamericana y en el principal enemigo de sí mismo.
Cuba, en cambio, en un golpe de efecto inteligente, anunció la liberación de tres mil 522 prisioneros, no todos presos políticos, pero que en el preámbulo de la visita papal le da al régimen castrista una buena dosis de legitimidad, más aún hoy que el Congreso estadunidense debate la cuestión de los derechos humanos en la isla. Salta a la vista la enorme diferencia entre la decisión de Maduro, de prolongar el tiempo de calabozo a López, y la de La Habana de “moderar” su política al respecto, muy a pesar de que los prisioneros liberados no sean los demandados por la disidencia cubana. Los Castro, con gran colmillo en la política continental y al menos por el momento, han logrado atraer la atención por la medida; por ahora, “hacen creer” que van progresando y ganan un tiempo precioso en el marco de la visita papal y de la apertura con EU. Estará en manos de La Habana abrir el campo y responder a las exigencias de aclaración del Vaticano, de Washington y de la UE acerca de la autenticidad de la medida, la cual será todo lo limitada y cuestionable que se quiera, pero aligera relativamente el peso que carga La Habana, toda vez que sí acusa recibo del cargo de violación a los derechos humanos por parte del régimen. Una cuestión de oficio político: en los hechos, Venezuela queda (cínicamente) a la defensiva y Cuba (cínicamente) a la ofensiva debido al uso inteligente de una política realista (cínica) y pragmática.
Percepción es realidad se dice en el ámbito de los estudios globales. También es una máxima del realismo político.
Con Maquiavelo asistimos a un acontecimiento intelectual y político nodal: “representar” una imagen puede lograr rebasar a la “realidad real”, toda vez que “la política consiste en hacer creer”. Es así que ha sido pensada la política del Estado desde el siglo XVI, en que el pensador florentino y fundador de la ciencia política nos brindara su máxima obra, El príncipe. La política internacional está llena de casos que son fieles ejemplos de esto. Los casos venezolano y cubano son dos ejemplos representativos de este fenómeno y, al mismo tiempo, contradictorios en sus efectos reales, a ojos de la opinión pública en ambos países y en el mundo entero.
El Poder Judicial venezolano, a todas luces fiel a los designios del régimen encabezado por Nicolás Maduro, acaba de condenar en un juicio a puertas cerradas a más de 13 años de cárcel a Leopoldo López, legítimo opositor del autoritarismo madurista. Los cargos son simplistas y falsos: de acuerdo a la condena, López es culpable de haber incitado a la rebelión en un mitin de oposición al régimen, que López promovió en febrero de 2014, denominado “La Salida”, como una manera de exigir la renuncia de Maduro, a quien considera el culpable de la crisis total de Venezuela. En dicho mitin murieron 43 personas. Sus defensores afirman que esas muertes fueron causadas por provocadores del oficialismo y el asesinato de un estudiante participante en la manifestación; López se entregó a las autoridades y, desde entonces, ha sido confinado a la cárcel militar de Ramo Verde en las afueras de Caracas, prácticamente sin derecho a réplica para defender su caso; se le han negado los derechos constitucionales y, además, ha sido presumiblemente sometido a todo tipo de presiones y maltratos, propios de un régimen totalitario. Amnistía Internacional afirmó que la condena demuestra “la absoluta falta de independencia e imparcialidad judicial en Venezuela”. Con esta decisión nada sutil, Maduro evidenció que su poder es realidad desde su imposición autoritaria misma y su manipulación de los otros poderes del Estado, a expensas de los derechos ciudadanos de los venezolanos. Debido a la falta de garbo, que hace tiempo ha desplegado en su política interna y global, el gobierno de Venezuela puso en evidencia lo que verdaderamente es, sin intentar siquiera aplicar la fórmula maquiavélica y simular medidas que le ayudaran a refinar sus ásperas relaciones con sus vecinos (Colombia) y con otros actores de su entorno cercano (las Américas) y lejano (la Unión Europea). Pero, sobre todo, con esta decisión, el Poder Judicial madurista le infligió un duro golpe a la credibilidad de su régimen, que evidencia su gradual decadencia y presagia su potencial deterioro terminal en el corto plazo. Poco a poco, Maduro se ha convertido en el Donald Trump de la política latinoamericana y en el principal enemigo de sí mismo.
Cuba, en cambio, en un golpe de efecto inteligente, anunció la liberación de tres mil 522 prisioneros, no todos presos políticos, pero que en el preámbulo de la visita papal le da al régimen castrista una buena dosis de legitimidad, más aún hoy que el Congreso estadunidense debate la cuestión de los derechos humanos en la isla. Salta a la vista la enorme diferencia entre la decisión de Maduro, de prolongar el tiempo de calabozo a López, y la de La Habana de “moderar” su política al respecto, muy a pesar de que los prisioneros liberados no sean los demandados por la disidencia cubana. Los Castro, con gran colmillo en la política continental y al menos por el momento, han logrado atraer la atención por la medida; por ahora, “hacen creer” que van progresando y ganan un tiempo precioso en el marco de la visita papal y de la apertura con EU. Estará en manos de La Habana abrir el campo y responder a las exigencias de aclaración del Vaticano, de Washington y de la UE acerca de la autenticidad de la medida, la cual será todo lo limitada y cuestionable que se quiera, pero aligera relativamente el peso que carga La Habana, toda vez que sí acusa recibo del cargo de violación a los derechos humanos por parte del régimen. Una cuestión de oficio político: en los hechos, Venezuela queda (cínicamente) a la defensiva y Cuba (cínicamente) a la ofensiva debido al uso inteligente de una política realista (cínica) y pragmática.
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