29 de Noviembre de 2015
Vladimir Putin creía que lo tenía todo asegurado. Ya se estaba preparando para intentar amansar a sus muy preconstruidos enemigos, con su geopolítica regional en Siria y, de paso, sacar tajada frente al boicot que Occidente le impuso a Moscú por su inolvidable intromisión en Crimea y, posteriormente, en Ucrania, todo lo cual se ha convertido en un escenario clásico de los tiempos de la Guerra Fría.
Cerró filas con China y con Turquía, con quienes firmó sendos acuerdos comerciales, incluidos varios sobre gasoductos con Turquía. Se iniciaba una etapa de prosperidad en su política exterior en una área de influencia, que asumía como propia, para cerrar otra de desprestigio. Le duró poco. Su espíritu guerrerista, sovietista y provocador lo traicionó de nuevo.
Turquía reportó hace pocos días la violación de su espacio aéreo por parte de Rusia en más de diez ocasiones y Ankara derribó el caza ruso responsable de esta violación de la soberanía turca y, además, amenazó a Moscú con hacerlo de nuevo en caso de otra provocación similar de la Federación Rusa. Y China calló. Mientras Putin sacaba la tarjeta amarilla a EU y a las potencias de Occidente, sus sinodales, incluyendo Turquía, miembro de la OTAN, le sacaron la roja. Hoy en día, el Presidente ruso se siente traicionado por Turquía y se queja de haber sido apuñalado por la espalda. Es, en esta narrativa conspiracionista, víctima de una conspiración turca y, sobre todo, estadunidense y occidental. De nuevo, todos actúan en contra suya y de Rusia.
Ante los varios reportes de inteligencia que validan la enérgica respuesta turca, resulta que ya tenemos una variación sumamente crítica en el conflicto escenificado en Siria. Por lo pronto, el EI ya irrumpió, desde Paris 13/11, en la vida de todos nosotros (incluso, México se ha convertido ya en blanco). Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, amenaza a Putin y le sugiere que “no juegue con fuego” y que no se adentre en su espacio aéreo soberano, al tiempo que ofrece la rama de olivo; y, en el ínter, Putin reimpone visas a los turcos para entrar a Rusia y advierte de los riesgos sobre la relación comercial con Ankara, a quien presumiblemente sancionará económicamente.
Lo cierto es que de haber podido convertirse en un actor racional, confiable y en un apoyo responsable en el conflicto sirio, Moscú, confundiendo los hechos objetivos que dominan ese terrible conflicto humanitario y de seguridad, vuelve a mandar señales equivocadas a todos los actores involucrados y, de pasada, pierde toda legitimidad internacional. O de qué otra forma se puede interpretar que Putin acusara exaltadamente a Turquía y a todos los demás involucrados (excepto Irán) de ser cómplices del EI, sólo porque condenaron la violación del espacio aéreo turco y se pusieron del lado de Ankara.
Putin dibuja, de nuevo, un círculo perverso alrededor de un conflicto que ya alcanza grandes magnitudes. Estamos siendo testigos, otra vez, de la diplomacia imprudente que domina desde hace tiempo la política externa de Moscú, que además de ver moros con tranchete en todo lo que se mueve a su alrededor, condiciona la solución de una muy grave crisis de alcances globales a los caprichos autocráticos de él y del grupo de cleptócratas que lo rodea.
Vladimir Putin creía que lo tenía todo asegurado. Ya se estaba preparando para intentar amansar a sus muy preconstruidos enemigos, con su geopolítica regional en Siria y, de paso, sacar tajada frente al boicot que Occidente le impuso a Moscú por su inolvidable intromisión en Crimea y, posteriormente, en Ucrania, todo lo cual se ha convertido en un escenario clásico de los tiempos de la Guerra Fría.
Cerró filas con China y con Turquía, con quienes firmó sendos acuerdos comerciales, incluidos varios sobre gasoductos con Turquía. Se iniciaba una etapa de prosperidad en su política exterior en una área de influencia, que asumía como propia, para cerrar otra de desprestigio. Le duró poco. Su espíritu guerrerista, sovietista y provocador lo traicionó de nuevo.
Turquía reportó hace pocos días la violación de su espacio aéreo por parte de Rusia en más de diez ocasiones y Ankara derribó el caza ruso responsable de esta violación de la soberanía turca y, además, amenazó a Moscú con hacerlo de nuevo en caso de otra provocación similar de la Federación Rusa. Y China calló. Mientras Putin sacaba la tarjeta amarilla a EU y a las potencias de Occidente, sus sinodales, incluyendo Turquía, miembro de la OTAN, le sacaron la roja. Hoy en día, el Presidente ruso se siente traicionado por Turquía y se queja de haber sido apuñalado por la espalda. Es, en esta narrativa conspiracionista, víctima de una conspiración turca y, sobre todo, estadunidense y occidental. De nuevo, todos actúan en contra suya y de Rusia.
Ante los varios reportes de inteligencia que validan la enérgica respuesta turca, resulta que ya tenemos una variación sumamente crítica en el conflicto escenificado en Siria. Por lo pronto, el EI ya irrumpió, desde Paris 13/11, en la vida de todos nosotros (incluso, México se ha convertido ya en blanco). Recep Tayyip Erdogan, presidente turco, amenaza a Putin y le sugiere que “no juegue con fuego” y que no se adentre en su espacio aéreo soberano, al tiempo que ofrece la rama de olivo; y, en el ínter, Putin reimpone visas a los turcos para entrar a Rusia y advierte de los riesgos sobre la relación comercial con Ankara, a quien presumiblemente sancionará económicamente.
Lo cierto es que de haber podido convertirse en un actor racional, confiable y en un apoyo responsable en el conflicto sirio, Moscú, confundiendo los hechos objetivos que dominan ese terrible conflicto humanitario y de seguridad, vuelve a mandar señales equivocadas a todos los actores involucrados y, de pasada, pierde toda legitimidad internacional. O de qué otra forma se puede interpretar que Putin acusara exaltadamente a Turquía y a todos los demás involucrados (excepto Irán) de ser cómplices del EI, sólo porque condenaron la violación del espacio aéreo turco y se pusieron del lado de Ankara.
Putin dibuja, de nuevo, un círculo perverso alrededor de un conflicto que ya alcanza grandes magnitudes. Estamos siendo testigos, otra vez, de la diplomacia imprudente que domina desde hace tiempo la política externa de Moscú, que además de ver moros con tranchete en todo lo que se mueve a su alrededor, condiciona la solución de una muy grave crisis de alcances globales a los caprichos autocráticos de él y del grupo de cleptócratas que lo rodea.
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