13 de Diciembre de 2015
En política la construcción de liderazgos incluye, fundamentalmente, articular un discurso coherente con la realidad dominante. Implica que las acciones de los actores sean también congruentes con las expectativas democráticas de la ciudadanía, quien paga, después de todo, por las instituciones de la política democrática.
“El poder tiende a corromper
y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Lord Acton
La gobernanza democrática es un asunto también de eficiencia, de calidad, de responsabilidad y honestidad en el manejo de los recursos y la cosa pública. Dicha gobernanza descansa en la política como instrumento de mediación para dirimir las diferencias entre las partes, sean las que fueren. No es un espacio monopólico de una fuerza política o una corriente ideológica. En democracia, la gobernanza es el arte de la representación política que debe de ser conducida con aplomo y sensibilidad. Lo que si no es: el espacio desde el cual se articule un discurso totalizador y excluyente, pues esto resultaría en la antítesis de la gobernanza democrática, que es conducida por estadistas que debieran ser no sólo demócratas, sino también visionarios con una convicción amable de servicio a la nación entera y siempre pensando en implementar políticas que satisfagan el bien común.
La gobernanza democrática no es cueva desde la que se pertrechen facciones del poder o de creencias ideológicas, para imponer a los demás su credo o voluntad política, ya por la fuerza o por el conjunto de trampas técnicas o logísticas que, bien lo sabemos, están siempre a la mano de los actores políticos que habitan regímenes democráticos. Esto es, también, una antítesis de la vida democrática que padecemos en forma generalizada en las Américas (incluido Estados Unidos). Es una gran falla geológica de la política democrática, pero que se puede salvar con instituciones republicanas que funcionen. Tal es el caso de la Suprema Corte de Justicia en EU, la cual interviene como la última instancia y dirime en aquellos conflictos que han rebasado las fronteras de la negociación deseable.
En Venezuela acaba de haber elecciones como también las hubo en Argentina. En ambos casos el oficialismo fue derrotado. En el primero el chavismo-madurista fue vencido en las urnas por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), una amplia coalición de fuerzas que hoy representa la demanda generalizada de venezolanos por el cambio: la MUD obtuvo 112 contra 55 del oficialista Partido Socialista de Venezuela. Con este resultado contundente, la MUD asegura la mayoría calificada para legislar, entre otros, respecto a temas, como el de la amnistía a los presos políticos, incluso, el desafuero del presidente Maduro.
En Argentina, Mauricio Macri, candidato de la Unión-PRO (Propuesta Republicana) partido de centro conservador, derrotó al kirchnerismo, en medio de un estado de ánimo de fractura de consensos dentro del peronismo y de confrontación de aquél en contra del nuevo jefe de Estado. El estrecho triunfo de Macri es un hito en la historia argentina, dado que desde 1916, no había sido electo un Presidente no peronista o no radical. Por ahora, hemos visto ya, cómo frente a la propuesta conciliadora del nuevo Presidente, el kirchnerismo en el legislativo, más que el conjunto del peronismo, han decidido confrontarlo y no asistir (incluida la expresidenta) a la ceremonia de traspaso como respuesta al fallo judicial que adelantó el fin de la presidencia de Fernández y la toma de poder de Macri. Este hecho nos recuerda la recurrente polarización transicionista cuando de suceder a partidos de Estado se trata (recordemos el boicot priista al foxismo durante la fallida transición democrática de 2001).
Venezuela vive una polarización aún mayor. Ésta la ha desatado desde hace tiempo el tono intimidatorio de Maduro quien, en el fondo, no acaba de aceptar el resultado electoral. El aún Presidente ha declarado: “A mí no me va a parar nadie, ni la Asamblea burguesa ni la Asamblea de derecha. Esta batalla se pone buena”. A reserva de comentar pronto el futuro de Bolivia y de Ecuador, está visto que los procesos políticos en estos países han quedado desenmascarados y expuestos por su carácter poco democrático e incluyente. Por desgracia, no se ha visto el triunfo (el recomienzo) de la política democrática, la cual se lee con reserva por estos liderazgos, que en el fondo son conservadores. La demagogia bolivarista está cayendo en una espiral tanto de farsa como de tragedia. Al tiempo.
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