Lo que cuenta de la precampaña de Donald Trump y de los acólitos republicanos que le hacen comparsa, es, entre otras cosas, lo que no se ve. No lo invisible, sino lo no visible. Esto ocurre, ya porque se ocultan, detrás de la narrativa de este peculiar personaje, aspectos de la realidad o porque quienes lo favorecen no quieren ver lo que Trump representa en el fondo y que va en contra de los intereses de la masa resucitada de estadunidenses profundos, generalmente pobres o clases medias precarias.
24 de Enero de 2016
Los muy ricos y poderosos, esos, no cuentan tanto pues no representan un alto índice de votos en la votación general. A pesar del despropósito de su campaña que ha llegado a rozar antitéticamente todos los principios y las etiquetas de la política de altura, éste es un logro importante, cuyo mérito, insisto en decirlo, obliga a que no subestimemos su candidatura. O en su defecto, el impacto que la misma ya está teniendo en la correlación de fuerzas del Partido Republicano (PR), en el clima político dominante y en el proceso ideológico estadunidense. Esto es lo que ha convertido a la precampaña en una extraordinaria y nunca vista desde los tiempos del populismo de derecha de Barry Goldwater.
En la precampaña republicana difícilmente hemos oído de Trump y socios propuestas concretas sobre varios temas respecto a los que Obama puede presumir de haber acertado durante sus siete años de mandato. Por ejemplo, la economía. Al tomar posesión de la presidencia EU vivía una segunda gran depresión, se perdían 800 mil trabajos por mes, 5 millones de personas perdían su casa y 13 trillones de dólares en riqueza familiar se esfumaban. La industria automotriz estaba al borde del colapso. En 2016, la economía crece en forma estable aunque no al ritmo deseable, el sector privado, que ha gozado de 70 meses de estabilidad, ha creado más de 14 millones de empleos y la industria automotriz logró su mejor año de la historia. Datos duros que no han sido incluidos en el debate del PR. Es de mencionar que se ha logrado cubrir a 18 millones de estadunidenses por concepto de seguro de salud y si esto no es revertido por la inercia conservadora, podría apuntar a convertirse en un derecho universal. Hay otros temas de política exterior como el pacto nuclear con Irán o el restablecimiento de relaciones con Cuba, que se han convertido en baluartes de una política exterior conciliadora y no guerrerista como la que heredó Bush y que quieren retomar los republicanos. Lo importante aquí es la ausencia de debate abierto y democrático que están queriendo imponer Trump y sus colegas. Ante la ausencia de debate serio, los republicanos han calificado a Obama de “niñito” o “estúpido” apelativos que subsumen su desprecio racial contra el presidente afro estadunidense (tal diminutivo es de uso peyorativo en EU contra las minorías raciales) quien terminó con el reinado blanco de la presidencia estadunidense. ¿Qué sigue? Probablemente habrá una recaída después del caucus en Iowa en donde se perfilarán las posibilidades potenciales de los dos partidos para sobrellevar la crisis en la que se ha sumido el sistema de partidos en EU. No obstante, pasará algo más: seremos testigos de la capacidad que tendrán o no la mayoría de los estadunidenses de continuar con una buena tradición modernizadora de la política estadunidense y que es catapultada por un personaje, que a ojo de sus detractores es una anomalía, pero que a la de otros es un transformador con rasgos cosmopolitas y con una gran visión de la cosa pública. Habrá que decir que, en el fondo, a Obama se le quieren negar estos atributos. Y el tono maximalista del discurso de la derecha maltrecha, encabezada por un outsider como Trump, lo refleja nítidamente. De tal forma que, hábil o no, la estrategia de la invisibilidad ha resultado efectiva por el momento. En esta etapa de las primarias ha podido ocultar su verdadera cara. No obstante, su sonsonete insolentemente rancio y antimoderno no podrá pasar desapercibido en el mediano plazo y muy pronto mostrará su verdadero rostro que, de acuerdo con las encuestas, le es desagradable a la mayoría de los votantes estadunidenses (toda vez que voten todos). No optar por esta opción será de mutuo beneficio para ellos y para el público de todo el mundo que ve con preocupación cómo este lepenismo estadunidense adquiere peligrosa consistencia, nada menos que a nuestras puertas.
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