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El carambolista


¿Vivimos en un mundo hobbesiano, cuyo “estado de naturaleza” nos arroja de nueva cuenta a una guerra de “todos contra todos”, como nos lo anunciara Thomas Hobbes en su Leviatán? Eric Hobsbawm en Age of Extremes, se refería al siglo XX como el más sangriento de la historia: dos grandes guerras y varias más de carácter regional, así como conflictos armados de carácter más informal.

21 de Febrero de 2016


Tú detestas a todos los que hacen el mal
y destruirás a los mentirosos.
San Agustín


En el siglo XXI, aún sin una gran guerra, hemos quedado expuestos a un desorden que se instala en nuestras vidas desde el mismo 9/11 y que se ha pronunciado con el estallido de problemas varios en Oriente Medio, región en disputa entre el Estado Islámico y Al-Qaeda, y los aliados de Washington; en países de África en donde Boko Haram aterroriza a mujeres, niños y ancianos; al sur de la antigua zona de influencia soviética, en Crimea y en Ucrania, que Vladimir Putin ha invadido e intentado controlar, respectivamente. Además, la crisis de los refugiados de guerra provocada por el genocidio sirio y la guerra en los diferentes frentes de Irak y otros países, ha empezado a impactar en el debate sobre el tema, pero, sobre todo, en las políticas migratorias y de asilo de Occidente —existe también la guerra sucia del discurso, cuyo ejemplo es Trump a quien el Papa le acaba de dar un mazazo en esa lengua pedestre y gangrenada.

Sin agregar el calentamiento global, las hambrunas en África, las epidemias, la inestabilidad financiera y la estatalidad limitada, diría que estos son algunos de los casos que procede mencionar por ahora, sobre la crisis del desequilibrio global. No obstante, tenemos en casa y en otras regiones del mundo la amenaza del crimen organizado (CO) que ha provocado como nunca antes destapar la caja de Pandora del Estado, que ha quedado al desnudo: en México, su inoperancia, vinculada a su corrupción e impunidad ha dificultado enormemente la gobernanza eficaz y democrática que ya sería hora de que los mexicanos se regalaran sin cortapisas. Para nuestra mala fortuna los aparatos e instituciones estatales no han quedado inmunes al virus bifásico, corrupción-impunidad (exacerbada por el CO) que ha expuesto al máximo la sana convivencia social, así como la legitimidad obligada que habría de haber en la relación Estado-sociedad.

El mundo de hoy carece de liderazgos que inspiren, acompañen y coadyuven a la solución de estas severas crisis que provocan carencias. Estoy cierto, como quien cree en la razón y en la ciencia, que el papa Francisco, cuyo liderazgo de masas no se pone en duda, ha hecho presencia y ha logrado transmitir lúcidamente a las instituciones relacionadas, incluida la Iglesia, una rotunda evaluación crítica por su ceguera e inoperancia frente a los problemas que no sólo están a su alcance, sino ante los cuales tiene que ser proactiva. La vocación reformista de Bergoglio (casi revolucionaria, dadas las pobres condiciones del papado que hereda) ya se había puesto de manifiesto desde 2013 en que asume. Fue factor de concordia en la reanudación de relaciones diplomáticas entre EU y Cuba, su encíclica sobre el medio ambiente (“Laudato si: sobre el cuidado de la casa común”) lo dice todo y sus pronunciamientos respecto a los derechos religiosos de las minorías, especialmente los niños expuestos a la infame pederastia de la curia católica, son temas destacados de su gestión. Antes de llegar a México pasó por La Habana y, después de mil años de distanciamiento, firmó ahí la paz con el patriarca Cirilo (“somos hermanos”), máximo líder de la Iglesia cristiana ortodoxa, lo cual puede coadyuvar a cambiar la correlación de fuerzas en Oriente Medio. La proactividad del Papa lo revela como un astuto político que conoce el oficio y lo utiliza para beneficio de la paz y el bien común. Generalmente tiene una valoración de la realidad que le permite tener una visión estratégica que lo lleva a concatenar hechos en forma lúcida. Ignoro si habrá jugado carambola, pero se ha revelado como un carambolista político, lúcido y tenaz; como un modernizador progresista. Se trata de un liderazgo fresco y necesario en el convulsionado y tenso mundo de hoy. En México dejó claro al Estado, clero y sociedad que no se vale seguir eludiendo la realidad. Que urge afrontar los problemas y que urge desterrar la mentira y el chanchullo que degradan la vida nacional y su futuro institucional. Habrá que esperar y ver si no nos entró por uno y nos salió por el otro.

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