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Los anticivilizatorios



A un año de su despido, un abrazo para Aristegui. Estados Unidos ha sido una nación de inmigrantes. Así nació, así se hizo y así sigue siendo. Es de un crisol de razas en cuyo territorio están representadas las diversas etnias que componen el planeta y también a la mayoría, si no es que a todas las naciones del globo.


20 de Marzo de 2016

Es, también, una nación que, habiendo tenido una triste historia de apartheid, avanzó, con dificultades, hacia el progreso y la recuperación del tiempo perdido desde que reprimió a las poblaciones nativas estadunidenses en aras de la conquista territorial y posteriormente esclavizó a los africanos que importó. Fue Abraham Lincoln (el favorito de Obama), quien en 1862 lanzó la proclamación de la emancipación. Según su biógrafo, David Donald (1996), Lincoln ha sido el estadista por excelencia “de la justicia racial y la reconciliación nacional”. Fue además presidente pionero y miembro del nuevo Partido Republicano (PR) que veía la luz a la par que ocurría el mayor acontecimiento político de la historia étnica estadunidense. Ciertamente un PR muy distinto al que hoy se hace el harakiri.

El sentido de identidad estadunidense ha sido motivo de preocupación y estudio frecuente. También, se ha distinguido por ser un fenómeno complejo. Aun cuando el espíritu de nación que prevalece en la narrativa social dominante es poderoso, se trata de un impulso que varía en función del grupo social y las coordenadas geográficas. Lo mismo ocurre con la religión, con la ideología y, desde luego, con los impulsos discriminatorios o sectarios que generalmente dominan en todas las naciones. No obstante, en EU han dominado algunas características, que si bien lo asemejan a algunos países europeos y a Rusia, le hacen ser un país dominante único, una de ellas es el sentido de excepcionalidad, la idea de ser el pueblo elegido que ha llevado a ese país a relacionarse con el mundo con un sentido de superioridad que en algunos casos le ha dado más problemas que ventajas. La otra es la forma en cómo históricamente ha tratado el disenso y en cómo se ha conducido con actores cuyas visiones difieren de las propias: para muchos estadunidenses las únicas maneras de lidiar con gente cuyas visiones difieren de las propias es aislarse de ellas (o a ellas de uno), convertirlos o destruirlos.

Donald Trump (Ted Cruz no se queda atrás) ha irrumpido en el proceso electoral de EU como un portavoz de ambas tendencias. Sólo que lo hace en un contexto en donde la “otredad” ya no es necesariamente “ajenidad”, toda vez que EU avanzó hacia la constitución de una sociedad plural, quizá la más globalizada del planeta. Al tiempo que, a través de la retórica despótica y nacional-chovinista de Trump y Cruz, descubrimos la existencia de una realidad civilizatoria que a través del tiempo pudo lograr el proceso político, social y cultural de EU, también asistimos a su violenta y banal negación e intento de destrucción. Se trata de un proceso de degradación política, como de inauguración de una forma distinta y nueva de ejecutar la acción política. Trump representa la intolerancia originaria que llevó a la quema de brujas en Salem, pero también a la reivindicación casi teológica de la unicidad patriótica que en 2016 representa un retroceso y una repulsa del sentido civilizatorio más acabado que pudiera haber logrado país occidental alguno. Su grosero discurso chatarra contra todo y todos los que le desagradan y cuestionan, lo hace un caso único de intolerancia, todo lo cual resulta ser también campo idóneo (paradójicamente) para que la fuerza de una sociedad plural lo hunda una vez que sea candidato. Trump representa el espíritu más primitivo del estadunidense profundo, nativista, supremacista y cuyo enojo y sed de venganza en contra del atrevimiento presidencial de Obama ha sido catalizado, hábil pero irresponsablemente, por el magnate y sus patriotas en silla de ruedas. Se trata de un machismo político que en nombre de decir las cosas como son estafa a todo el mundo con falsedades y distorsiones de diversos cuños.

Quedará a cargo de la mayoría de la polarizada sociedad estadunidense lograr sacudirse este lastre y de pasada librar al mundo de un peligro de seguridad enorme, si es que Trump, e incluso, Cruz llegan a la Casa Blanca. El retroceso civilizatorio que supondría se vislumbra como amplio y profundo. Recuperemos a Santayana cuando dijo que aquellos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo.

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