El nuevo siglo ha estado marcado por hechos extraordinarios y para los que la gobernanza internacional no estaba preparada. Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando se atentó mortalmente contra objetivos civiles en Estados Unidos, se puso en evidencia la fragilidad de las instituciones internacionales, como la ONU, que quedaron expuestas a la negligencia de un gobierno in-eficaz y corrupto como el de George W. Bush, quien violentó a capricho los ordenamiento, globales en su obsesión de venganza.
17 de Abril de 2016
A la memoria de mi madre
El resultado: un sistema internacional lastimado como consecuencia del chovinismo de un actor que en ese momento se mostraba como no racional. El Leviatán liberal se desvanecía temporalmente y se alejaba del orden civilizatorio que había contribuido a fundar desde 1945. El establecimiento estadunidense habría de remontar este retraso y recuperar el centro racional de decisiones en política exterior.
La elección (2008) y reelección (2012) de Barack Obama es quizás la síntesis más acabada del sueño de Abraham Lincoln y tiempo después el de Martin Luther King. Lo cierto es que también fue en los hechos el desenlace menos esperado y deseado por algunos actores y sectores pertrechados en el extremismo ultramontano de la extrema derecha estadunidense. Al menos, en este aspecto del análisis de la democracia estadunidense, su elección es también evidencia y expresión (polémica incluida) de que el sueño americano, del que tanto hablan los clásicos, da cabida en la jefatura del Estado, incluso, a un representante de lo que tiempo atrás se catalogó como un ente anómalo (los afroestadunidenses han sido vistos en Estados Unidos como ajenos y parte de la “otredad” que históricamente le ha resultado tan repulsiva a los representantes más recalcitrantes de la ultraconciencia WASP). Simultáneamente, la democracia estadunidense se dispuso a preparar la hechura de una nueva política global acorde con las necesidades del siglo XXI que descansaría en los fundamentos teóricos y prácticos del poder inteligente. Hoy, de nueva cuenta, esta estrategia fundamental para conservar una relación global de avanzada y no del pasado, está expuesta por los excesos retóricos del Partido Republicano (PR), que aunque se lo propusiera como responsablemente debería haberlo hecho hace años, hoy no podrá ya contener la ofensiva de una derecha primitiva encabezada por Donald Trump, Ted Cruz y Paul Ryan, entre otros varios agentes políticos. Muy a pesar de los impulsos racistas que los han llevado al rechazo y repudio por Obama, los propios republicanos, principalmente los moderados, se verán forzados a reconocer que la de Obama es la alternativa racional más potable y que la única posibilidad de contener a cualquiera de los candidatos republicanos, será la de votar por los demócratas, muy posiblemente por Hillary Clinton, la candidata más elegible de entre las dos alternativas demócratas y quizá la única que pueda garantizar la continuidad de una política exterior de distensión. Se trata de la política más viable en estos críticos momentos en que el sistema internacional se ve amenazado por actores formales e informales. El regreso a la política exterior guerrerista y altanera que caracterizó la política internacional estadunidense de la Guerra Fría y que está detrás de la narrativa de Trump y Cruz se ve inviable y por demás inconveniente en estos tiempos, que además son también tiempos de declive hegemónico de la expotencia dominante. Este año habremos de ver si los estadunidenses le hacen justicia a los nuevos y desafiantes tiempos de este nuevo siglo y optan por una opción moderada, civilizada y un futuro promisorio para Estados Unidos y el resto del mundo que de una u otra forma depende de este resultado electoral.
A la memoria de mi madre
El resultado: un sistema internacional lastimado como consecuencia del chovinismo de un actor que en ese momento se mostraba como no racional. El Leviatán liberal se desvanecía temporalmente y se alejaba del orden civilizatorio que había contribuido a fundar desde 1945. El establecimiento estadunidense habría de remontar este retraso y recuperar el centro racional de decisiones en política exterior.
La elección (2008) y reelección (2012) de Barack Obama es quizás la síntesis más acabada del sueño de Abraham Lincoln y tiempo después el de Martin Luther King. Lo cierto es que también fue en los hechos el desenlace menos esperado y deseado por algunos actores y sectores pertrechados en el extremismo ultramontano de la extrema derecha estadunidense. Al menos, en este aspecto del análisis de la democracia estadunidense, su elección es también evidencia y expresión (polémica incluida) de que el sueño americano, del que tanto hablan los clásicos, da cabida en la jefatura del Estado, incluso, a un representante de lo que tiempo atrás se catalogó como un ente anómalo (los afroestadunidenses han sido vistos en Estados Unidos como ajenos y parte de la “otredad” que históricamente le ha resultado tan repulsiva a los representantes más recalcitrantes de la ultraconciencia WASP). Simultáneamente, la democracia estadunidense se dispuso a preparar la hechura de una nueva política global acorde con las necesidades del siglo XXI que descansaría en los fundamentos teóricos y prácticos del poder inteligente. Hoy, de nueva cuenta, esta estrategia fundamental para conservar una relación global de avanzada y no del pasado, está expuesta por los excesos retóricos del Partido Republicano (PR), que aunque se lo propusiera como responsablemente debería haberlo hecho hace años, hoy no podrá ya contener la ofensiva de una derecha primitiva encabezada por Donald Trump, Ted Cruz y Paul Ryan, entre otros varios agentes políticos. Muy a pesar de los impulsos racistas que los han llevado al rechazo y repudio por Obama, los propios republicanos, principalmente los moderados, se verán forzados a reconocer que la de Obama es la alternativa racional más potable y que la única posibilidad de contener a cualquiera de los candidatos republicanos, será la de votar por los demócratas, muy posiblemente por Hillary Clinton, la candidata más elegible de entre las dos alternativas demócratas y quizá la única que pueda garantizar la continuidad de una política exterior de distensión. Se trata de la política más viable en estos críticos momentos en que el sistema internacional se ve amenazado por actores formales e informales. El regreso a la política exterior guerrerista y altanera que caracterizó la política internacional estadunidense de la Guerra Fría y que está detrás de la narrativa de Trump y Cruz se ve inviable y por demás inconveniente en estos tiempos, que además son también tiempos de declive hegemónico de la expotencia dominante. Este año habremos de ver si los estadunidenses le hacen justicia a los nuevos y desafiantes tiempos de este nuevo siglo y optan por una opción moderada, civilizada y un futuro promisorio para Estados Unidos y el resto del mundo que de una u otra forma depende de este resultado electoral.
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