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¿Y ahora, qué hacer con Trump? (III)



El Tea Party y la derecha irracional no acertó en su diagnóstico cuando alertó, por la vía de su testaferro y bufón, Glenn Beck, que “la quinta columna marxista” regresaba con el arribo de Obama al poder.

12 de Junio de 2016

EU sigue siendo el país capitalista de siempre, inserto en la democracia liberal que le ha dado rumbo por más de dos siglos; el peligro nunca existió. Es esa democracia liberal la que ahora está amenazada por Donald Trump, mejor conocido comoTrumpkenstein. Este subproducto de la descomposición política que sufre el sistema político y algunos de sus miembros es el segundo grave error que comete el Partido Republicano (PR), gracias a que se dejó controlar por ese partido dentro del partido que ha sido, desde 2008 el TP, un tumor intratable hasta ahora. El “candidato inevitable” se convierte ahora en el pescado en descomposición que agria el aroma de las cocinas republicanas. El mal aire que se empieza a respirar ahí nos da cuenta de lo complicada que la tendrán durante la contienda, toda vez que su candidato, autoritario, antipolítico, antisistema, antiliberal y, además, xenófobo, misógino y mitómano incorregible no quiere ni parece que querrá cambiar su narrativa de odio y resentimiento. Este discurso tuvo éxito durante las elecciones primarias y fue apoyado por once millones y medio de seguidores. No se ve probable que los más de 200 millones de votantes del padrón lo avalarán.

Muchos actores políticos, del PR incluidos, como Paul Ryan, John Kasich y Mitt Romney, se muestran preocupados por el extremismo y la inconsciencia de Trump. Creen con razón que Trump no tiene remedio: unos lo apoyan con reservas, otros lo desprecian. Después de todo sus cartas credenciales no lo ayudan. Después de sus dos divorcios, dicen sus biógrafos, Trump quedó resentido y elevó el tono de su retórica escatológica contra las mujeres, a las que ha llamado cerdas y perras. Este candidato, famoso por los innumerables romances, piensa que “en realidad no importa lo que digan de ti, mientras tengas a tu lado un joven y hermoso trasero”. Esto en lo que se refiere a las mujeres, que no es poca cosa en tiempos en que la defensa de la dignidad e integridad femeninas tienen una enorme vigencia, legitimidad y legalidad. A la comunidad islámica, que aspira a entrar a EU, Trump propone cancelarles el derecho universal que su país honró cuando sus propios ancestros alemanes y escoceses hicieron uso del mismo; no se diga la amenaza de eliminar a familiares de los islámicos sospechosos de atentar contra de la seguridad nacional. En los últimos días, el malquerido Trump ha sido acusado de racista por destacados cuadros del Partido Demócrata (PD), empezando por el Presidente. Esto ocurre después de que Trump declarara desde el resentimiento, que el juez federal Gonzalo Curiel, de origen mexicano, tenía un conflicto de intereses al acusarlo de fraude por los presuntos malos manejos que hiciera en la extinta Universidad Trump. Lo acusó de resentido por el hecho de que se propone seguir con la construcción del muro fronterizo. El ataque más feroz provino de la senadora por Massachusetts y probable compañera de fórmula de Clinton, Elizabeth Warren, quien además de racista lo calificó como una “vergüenza”.

Lo interesante del proceso político es que mientras los demócratas suben al irreductible Sanders al carro del triunfo de Clinton, los republicanos quieren bajar a Trump del bizarro autobús de la victoria que se construyó a sí mismo y fuera del control republicano. Se avizora una mayor insatisfacción de los responsables republicanos con los “patriotas en silla de ruedas” de su partido y con la candidatura de Trump, quienes ya asumen la imposibilidad de domarlo y hacerlo correrse a una posición más moderada con respecto de los temas mencionados y otros más. Lo cierto es que Trump se autobombardeó al perder la moderación en temas de alta sensibilidad. El PR está a un paso no sólo de no ganar la Casa Blanca, sino de fracturarse y de pasada dañar enormemente el conjunto del sistema político. Su irresponsabilidad es ya enorme y aparentemente ellos mismos están pensando (y, seguramente, así votarán) en que la única tabla de salvación para su partido y la estabilidad del conjunto del sistema sea el triunfo de Hillary Clinton, aunque esto suponga sacrificar el poder presidencial. De ese tamaño es la gravedad de la crisis que los republicanos dejaron crecer.

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