Para poder entender lo que pasa en México y, más en específico, en la capital del país, quizá haya que recomenzar la historia nacional.
10 de Julio de 2016
Y para resolver las onerosas crisis que nos supone entrar al territorio del progreso, entonces quizá habría que cuestionar el viaje hacia el futuro al que el gobierno pretende encaminarse demagógicamente y a ciegas. Tenemos una Reforma Educativa que ahora ¡se negocia! por la manifiesta debilidad del Estado ante su Frankenstein magisterial y por las aspiraciones políticas de diversos actores políticos, fundamentalmente dos: Osorio y Nuño. De nuevo, uno tras otro, los proyectos específicos enmarcados en el plan de desarrollo, a expensas de la profunda deficiencia sistémica del aparato estatal. En el marco de la realidad educativa, el modelo de la educación básica e intermedia es un fracaso histórico imperdonable del Estado mexicano.
Es, incluso, una traición estratégica, toda vez que las deficiencias estructurales del modelo han generado un retardo transgeneracional de enormes proporciones en los egresados, decadencia política y un impacto muy negativo en la sostenibilidad del reemplazamiento de cuadros nuevos, frescos y bien preparados para conducir los destinos futuros del conjunto del país. O sea, una falla geológica de la estructura que ha abandonado a su suerte el desarrollo nacional al abandonar a la mayoría de los educandos del sistema primario. La SEP produce con nuestro subsidio fuerza de trabajo mediocre y explotable, no una preparada para la productividad estratégica que una gran visión de Estado debería de buscar. Se trata de una población de mexicanos condenada al estancamiento en su carrera a la educación terciaria, a la subordinación en el mercado de servicios mayoritariamente, en el que se acaban refugiando (en el mejor de los escenarios), pero no siempre con el potencial de mejorar sus estándares de calidad y su ímpetu emprendedor. Son una mayoría que deviene en minoría marginalizada. Aunque en teoría somos un país de 13 años de escolaridad, somos también uno con una ciudadanía sin contenido educativo duro. Para rematar y como desprendimiento del autoritarismo impune histórico, público y privado, que domina la vida diaria, padecemos una ciudadanía que tiene cada vez menos sustancia cívica. Las banquetas, las calles, la lucha por el espacio urbano, los hábitos de limpieza callejera (en la Ciudad de México los botes de basura no existen y uno tiene que cargar con la basura en los bolsillos) son, al menos en la gran CDMX, muestra fehaciente de nuestra decadencia como sociedad civil. No se diga de la existencia de una autoridad pública rupestre, que desde la patrulla policiaca, el mostrador de la delegación y el juzgado, muestra perversamente su frustración disfrutando la humillación a que someten a la ciudadanía que se les acerca. Al menos en la calle brilla por su ausencia la autoridad policiaca que no se baja de sus flamantes patrullas, que han resultado ostentosas y más caras que las de Berlín, París o Londres. Y esto ocurre, a pesar de que la ciudad se pueda estar hundiendo en el caos vial y de inseguridad más desquiciante, tal y como el que sufrió el pasado viernes 1 de julio.
En este contexto, resulta notable, sin embargo, observar el compromiso por impulsar la educación superior y de posgrado por parte de instancias como Conacyt, a pesar de las resistencias del Estado a aportar el 1% como porcentaje del PIB para ciencia y tecnología, promesa incumplida desde Fox. Y resulta también notable que países como Alemania, en el marco del Año Dual que celebramos, sigan apostando por México. Alemania es el principal socio europeo de México. Y para México es el quinto en importancia. Sólo en 2015 el intercambio comercial fue de más de 17 billones de dólares. Alemania es el cuarto país de destino de nuestros talentos emigrados, después de EU, Francia y Canadá; 33% de estudiantes mexicanos en Alemania estudia ingenierías y ciencia y alrededor del 9% de alemanes en México se concentra en ciencias sociales. Somos deficitarios en comercio, pero no en intercambio educativo; lo primero puede cambiar si en lo segundo nos emparejamos. Alemania ya vio en México un gran potencial a pesar de su decadencia. ¿Podrá México verlo así? O concluiremos nuestro romance alemán con una adaptación de nuestra histórica máxima: “pobre México, tan cerca de sí mismo y tan lejos de Alemania”.
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