El daño sufrido por el sistema político estadunidense en los últimos ocho años ha sido severo
21 de agosto
En los últimos ocho años, desde que Obama se proclamó Presidente se ha desatado una batalla campal por el poder y que ha sido atizada más desde el fanatismo extremista de la derecha que por la razón política. La crisis terminal que sufre el Partido Republicano (PR) es una expresión de ello. Su polémico candidato lo es, también, sólo que de forma más grotesca. Si bien los demócratas no han sufrido una descomposición similar, sí vivieron durante las primarias un intenso proceso de renovación, en gran medida gracias a la aparición del senador socialista por Vermont, Bernie Sanders. Sin embargo, a pesar del radicalismo mostrado en su campaña, lejos de desmembrar al partido, lo unificó. Logró que Hillary Clinton incorporara a su programa de gobierno tres temas que pueden transformar a EU: medidas más estrictas frente a Wall Street, causante de la peor recesión de la era moderna, universidad gratuita para sectores importantes de jóvenes y aumento al salario mínimo, que podría incrementar a 15 dólares la hora. Finalmente, Sanders apoyó la candidatura de Clinton y se comprometió a trabajar por la derrota de Trump. Esto no pasó en el PR. Ted Cruz no sólo no apoyó a Trump: animó a sus seguidores a que “votaran a conciencia”; en pocas palabras, que no lo hicieran por él. En otra demostración de rebeldía frente a Trump, el gobernador del estado clave de Ohio, John Kasich, no asistió a la convención del PR realizada en Cleveland.
El equilibrio de poder partidista no sólo se ha perdido, también el PR ha perdido su centro político, aspecto que lo mantenía como un partido conservador moderado creíble. Por su lado, la equidad en el sistema de votación deja mucho que desear. Hay un buen número de estados gobernados por el PR que han impuesto medidas restrictivas para el ejercicio del voto entre población votante potencialmente demócrata, como los afroestadunidenses y los latinos (que se contuvo, gracias a un fallo de la SCJ). Por su parte, el Congreso sigue reproduciendo una relación jugosa pero peligrosa para la democracia estadunidense, entre intereses especiales y políticos en campaña y posteriormente congresistas. Es de hacer notar que la Asociación Nacional del Rifle compra con parsimoniosa regularidad a grupos importantes de congresistas a los cuales los soborna por la vía del pago de campañas y, posteriormente, les exige el voto en favor cuando de liberar indiscriminadamente la compra y uso de las armas de fuego se trate. O bien, les exige su oposición a cualquier medida (hoy muchas en apogeo después de los muy trágicos incidentes armados ocurridos en ese país) sugerida por el Ejecutivo federal y otros actores políticos para contener la venta de armamento a personas con antecedentes penales, con enfermedades mentales o en la lista de alto riesgo del FBI y otras agencias de seguridad. Éste es sólo uno de los muchos focos rojos que atentan contra el espíritu democrático esencial del legislativo estadunidense.
Todo lo anterior muestra hasta qué grado el sistema electoral y político de EU confronta una crisis de legitimidad sistémica. Y nos lleva a pensar que nuestros vecinos confrontan un gran desafío que obligaría a implementar muy pronto una reforma político-electoral profunda. Ante el embate de Trump y los impulsos regresivos que su candidatura representa para todos, se antoja pensar y desear que su derrota ante Clinton represente una oportunidad para que el sistema político se regenere. De hecho, el momento estadunidense es tan crítico (y la disidencia republicana que se ha inclinado por apoyar a Clinton, así parece asumirlo) que será sólo Clinton con el apoyo de Sanders y de la clase política decente en su conjunto los que puedan reformar tanto el viciado sistema político como el modelo económico, que de distributivo no tiene nada, toda vez que el 1% de la población sigue detentando la mayoría de la riqueza estadunidense. Se trata quizá de una oportunidad histórica única (gracias en gran medida a que el trumpismo apareció en el firmamento político) para recuperar los valores esenciales de la democracia liberal de EU y de paso sanear a fondo su actuación frente a los muy complejos y variados peligros que afronta el sistema internacional. Paradójico pero cierto: al establishment sólo lo salva el establishment.
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