Donald Trump ha tenido recientemente una
serie de reveses que le pueden costar la presidencia. Finalmente, la
pesadilla que se presagiaba se ha hecho realidad: así como un par de
escorpiones no sobrevive en un combate a muerte, Trump, en su freudiano
embate contra Trump, está a punto de fulminar a ambos. Lo peor, este
embate puede llevar al Grand Old Party (GOP o Partido Republicano) a su
peor crisis desde la era de Barry Goldwater. Ahora sí, Trump pisó
terreno minado y le tocó los pies al mismo demonio.
07 de Agosto de 2016
Primero, invoca a la Rusia de Putin a entrometerse en asuntos internos de EU, al encomendar obsequiosamente a Moscú que espíe las cuentas de Hillary Clinton y, de pasada, por qué no, las del Partido Demócrata (cosa que ya atribuyó el FBI al Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa, sustituto de la no tan bien ponderada KGB). Después de esto, se aventó un cuerpo a cuerpo con el señor Khizr Khan y su esposa Ghazala, padres de un soldado estadunidense-musulmán muerto en Iraq en 2004. Los Khan acusaron a Trump de no tener alma y de ignorante e islamofóbico: Trump cayó en su propia trampa. Su islamofobia lo condujo a un sendero de no retorno: cuestionar la legitimidad de un héroe de guerra estadunidense por su origen musulmán. Y de pasada atacar a una “familia dorada”, como se llaman las familias de los caídos en el frente de guerra.
Ya antes, Trump arrastraba un déficit: la crisis provocada con sectores de mexicanos, de mujeres, de discapacitados, de periodistas, de afroestadunidenses (empezando por Obama) y demás sectores de la población que han sido víctimas de su visión torva de las diferencias étnico-sociales, y de su racismo conspicuo, no se diga lo que implica su negativa a presentar sus cuentas ante el fisco estadunidense. El remate: en un acto de soberbia, “retira” su apoyo para la reelección a Paul Ryan y a John McCain, personajes claves del GOP, a los que según reportes recientes ya decidió apoyar, contradiciendo su postura de hace días. No está de menos agregar a esta lista de agravios, que ya parecen ser generalizados entre los estadunidenses, su manifiesta simpatía con personajes autoritarios de la política mundial, como Kim Jong-un, déspota en Corea del Norte, Saddam Hussein o Vladimir Putin, cabeza del autoritarismo ruso con quien simpatiza profundamente. O sea, Trump contra todo y todos los que se dejen. Pero lo más grave aparece en el rubro de la compleja y bifásica relación entre política interna y externa. ¿Habrá sabido Trump, o se habrá dejado informar por sus asesores, de lo que es la “guerra híbrida”, que Moscú ha inteligido para desestabilizar a enemigos políticos globales que le estorban a Putin, a fin de hacer avanzar los impulsos narciso-soviético-zaristas que lo tienen obsesionado? Es probable que el otro narcisista del momento, Trump, ni siquiera esté al tanto de este y otros fenómenos que se están produciendo en el teatro global; he ahí el grave riesgo que los estadunidenses ya detectaron. Ucrania y antes Kazajistán, e incluso Polonia, son ejemplos de esta idea de contención, e incluso de ofensiva militar disfrazada que Putin ha concebido para dinamitar el balance de poder global y que consiste en provocar instintos autodestructivos internos a partir de las contradicciones internas. Se trata de una idea no propia, y que sólo Trump, como visible líder occidental (que no cabeza de playa), ha asumido como propia, al plantear, entre otras perlas, abandonar a la OTAN a su suerte, frente a la Rusia putinista omnipotente que hoy pretende ser vanguardia del cambio global.
Cada vez queda más claro que cuando Trump habla como antipolítico, más polémicamente político se vuelve su discurso con todas las consecuencias que esto le está provocando. No se diga la muy posible y afortunada factibilidad de que ni él ni nadie como él pueda convertirse alguna vez en presidente estadunidense.
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