Algo debe de andar muy mal con la siquis de los republicanos en Estados Unidos como para haberse colgado desesperadamente de la candidatura de un hombre perdido en su laberinto mitómano y no haberse todavía desmarcado, muy a pesar de que su futuro está hoy más que nunca en entredicho.
30 de Octubre de 2016
Algo anda mal en la derecha de EU. Se negaron a ver, en el Partido Republicano (PR), el anuncio de su decadencia cuando Donald Trump le propinó un golpe de estado a los republicanos que aún no entiende del todo como un golpe final, un golpe de época a su saga política. Trump representa la antítesis del conservadurismo del partido de Lincoln, que en forma más civilizada que salvaje era conducido por decorosos representantes del PR. Lo que ocurre con este partido es que vive una descomposición ideológica de dimensiones aún inconmensurables y que de seguro se reflejarán en los resultados electorales de estados como Arizona en los que perderán, según las encuestas, estrepitosamente. Trump es un hombre enojado, corroído por la rabia y por la ira, lo que a su vez comparte con sus furiosos seguidores, quienes ahora amenazan, al igual que él, con no reconocer los resultados electorales si él no triunfa. Además, advierte que el proceso es fraudulento y que opera en su contra una conspiración orquestada por la prensa, los Clinton y los sectores progresistas.
Hace más de un año Trump lo empezó todo. Al principio no se vislumbró peligro alguno, hasta que ganó la nominación. Lo cierto es que en ese momento ya no supo qué hacer con Trump, sino seguir alimentándolo en su versión más brutal y majadera. De haber tenido 16 rivales, se quedó sólo con una, para ser precisos. Con tres debates presidenciales por delante, su misoginia, mitomanía, racismo y su xenofobia iban a ponerse a prueba en horario estelar y en cobertura nacional. Tenía que mostrar su mejor rostro. La élite republicana, envuelta en la confusión y en la impotencia suicida creciente, confiaba en que Trump asumiría una actitud racional y mesurada ante un público ya no sólo republicano sino nacional. ¿Qué pasó? Reapareció el Trump de siempre, ese que acaba siempre matando a Trump: Trumpestein. Desde que The Washington Post reveló un video en el cual Trump denigra a las mujeres, su caída fue estrepitosa. Ahora mismo está por detrás de Clinton en las encuestas en estados sin los cuales no llegará a la Presidencia, como Nevada y Arizona, que por primera vez en décadas votaría por la fórmula presidencial demócrata. Adam Haslett en The Nation (Vandal in Chief, 24 de octubre, 2016) ha coincidido con los conceptos vertidos por la prensa internacional, como Der Spiegel, que señalan a Trump como un hombre peligroso. Indica que durante los últimos 15 meses se ha presenciado un gran carnaval en el que Trump se ha convertido en el animador y receptor del descontento del EU blanco y cristiano, que ve cómo en la actualidad sus privilegios de raza y religión se van perdiendo ante la creciente emergencia de un EU multirracial. Más aún, en su afán por continuar con su discurso racial reivindicatorio, Trump se ha convertido en un vándalo político, quien a su vez ha secuestrado en forma infame a un sector marginado de la población, disminuido política y económicamente, que furiosamente responde a sus llamados a la violencia, también como vándalos, todo lo cual genera un temor legítimo de desestabilización en el escenario factible de la derrota trumpista en las urnas.
Esta debacle ha llevado a que la campaña se contamine. Y a que, particularmente en la facción golpista de Trump en el GOP, se recurra a todo tipo de artimañas para amañar la contienda. Tanto haciendo uso de una retórica sensacionalista en la que el discurso del miedo se impone, como llevando al extremo los varios flancos débiles de su contrincante demócrata, situación que ha producido un vacío programático de grandes dimensiones. Ahora mismo y ante la delantera que Clinton mantiene en la contienda, en una apuesta de pronóstico reservado, estamos presenciando el retorno al debate sobre el lío de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Trump y el GOP, en un último acto de su espectáculo político, intenta regresar a la lucha cuerpo a cuerpo en la cual Clinton ha mostrado fragilidad, pero también una capacidad de recuperación notable.
30 de Octubre de 2016
Algo anda mal en la derecha de EU. Se negaron a ver, en el Partido Republicano (PR), el anuncio de su decadencia cuando Donald Trump le propinó un golpe de estado a los republicanos que aún no entiende del todo como un golpe final, un golpe de época a su saga política. Trump representa la antítesis del conservadurismo del partido de Lincoln, que en forma más civilizada que salvaje era conducido por decorosos representantes del PR. Lo que ocurre con este partido es que vive una descomposición ideológica de dimensiones aún inconmensurables y que de seguro se reflejarán en los resultados electorales de estados como Arizona en los que perderán, según las encuestas, estrepitosamente. Trump es un hombre enojado, corroído por la rabia y por la ira, lo que a su vez comparte con sus furiosos seguidores, quienes ahora amenazan, al igual que él, con no reconocer los resultados electorales si él no triunfa. Además, advierte que el proceso es fraudulento y que opera en su contra una conspiración orquestada por la prensa, los Clinton y los sectores progresistas.
Hace más de un año Trump lo empezó todo. Al principio no se vislumbró peligro alguno, hasta que ganó la nominación. Lo cierto es que en ese momento ya no supo qué hacer con Trump, sino seguir alimentándolo en su versión más brutal y majadera. De haber tenido 16 rivales, se quedó sólo con una, para ser precisos. Con tres debates presidenciales por delante, su misoginia, mitomanía, racismo y su xenofobia iban a ponerse a prueba en horario estelar y en cobertura nacional. Tenía que mostrar su mejor rostro. La élite republicana, envuelta en la confusión y en la impotencia suicida creciente, confiaba en que Trump asumiría una actitud racional y mesurada ante un público ya no sólo republicano sino nacional. ¿Qué pasó? Reapareció el Trump de siempre, ese que acaba siempre matando a Trump: Trumpestein. Desde que The Washington Post reveló un video en el cual Trump denigra a las mujeres, su caída fue estrepitosa. Ahora mismo está por detrás de Clinton en las encuestas en estados sin los cuales no llegará a la Presidencia, como Nevada y Arizona, que por primera vez en décadas votaría por la fórmula presidencial demócrata. Adam Haslett en The Nation (Vandal in Chief, 24 de octubre, 2016) ha coincidido con los conceptos vertidos por la prensa internacional, como Der Spiegel, que señalan a Trump como un hombre peligroso. Indica que durante los últimos 15 meses se ha presenciado un gran carnaval en el que Trump se ha convertido en el animador y receptor del descontento del EU blanco y cristiano, que ve cómo en la actualidad sus privilegios de raza y religión se van perdiendo ante la creciente emergencia de un EU multirracial. Más aún, en su afán por continuar con su discurso racial reivindicatorio, Trump se ha convertido en un vándalo político, quien a su vez ha secuestrado en forma infame a un sector marginado de la población, disminuido política y económicamente, que furiosamente responde a sus llamados a la violencia, también como vándalos, todo lo cual genera un temor legítimo de desestabilización en el escenario factible de la derrota trumpista en las urnas.
Esta debacle ha llevado a que la campaña se contamine. Y a que, particularmente en la facción golpista de Trump en el GOP, se recurra a todo tipo de artimañas para amañar la contienda. Tanto haciendo uso de una retórica sensacionalista en la que el discurso del miedo se impone, como llevando al extremo los varios flancos débiles de su contrincante demócrata, situación que ha producido un vacío programático de grandes dimensiones. Ahora mismo y ante la delantera que Clinton mantiene en la contienda, en una apuesta de pronóstico reservado, estamos presenciando el retorno al debate sobre el lío de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Trump y el GOP, en un último acto de su espectáculo político, intenta regresar a la lucha cuerpo a cuerpo en la cual Clinton ha mostrado fragilidad, pero también una capacidad de recuperación notable.
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