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Mentiras, raza, sadismo y poder (V y último). La pesadilla

 Hemos sido testigos de la inédita elección de Trumpstein como presidente de EU. Nos equivocamos, en mucho basados en el puslos lectoral que las encuestas de opinión nos ofrecían, los que apostamos por confiar en que la opción del progreso y la civilidad política serían la piedra de toque de la votación. 
13 de Noviembre de 2016 
 
La sorpresiva elección de Trump es el triunfo del pasado sobre el futuro, de la regresión política sobre el avance progresivo y civilizado del arreglo democrático. Con su elección se enfrenta a un serio peligro el arreglo civilizatorio global. Con Trump en la Casa Blanca corren peligro los principios universales de la república democrática. Y representa el triunfo de las mentiras, la misoginia, el odio, el racismo, la violencia, la ceguera estratégica y el vandalismo político, que él y sus seguidores promovieron a fin de obtener el poder y seguramente mantendrán al sostener sus políticas duras frente a fenómenos como el de la migración. Se está viendo ya: los derechos civiles se ven amenazados por un amplio sector que se está pronunciando masivamente contra Trump en las ciudades de aquel país.
Paradójico, pero cruelmente cierto: la misma sociedad que dio un paso histórico gigantesco y eligió en 2008 a un afroestadunidense como presidente, ahora retrocedió y respaldó el discurso del miedo y la indecencia política más grave desde Richard Nixon. Como me lo decía el miércoles un empleado afroestadunidense en un mall de Washington, DC, “es tan grave que una personalidad como Trump llegue al poder, como que nosotros lo hayamos llevado ahí”. Vergüenza y cruda moral.
El gran problema de esta temible elección en la que las facciones más retardatarias e ignorantes del coro estadunidense votaron y mandaron, será cómo superar las tensiones entre lo que Trump prometió (muro fronterizo, expulsión de inmigrantes, represión contra musulmanes, castigo a mujeres que aborten, desconocimiento del cambio climático, etc.) y el “cómo”, “cuándo” y “qué” cumplirá de esta abominable miscelánea de desvaríos nativistas que fueron articulados en su discurso. ¿Construirá el muro y lo pagaremos? ¿Expulsará a los más de 11 millones de extranjeros irregulares? ¿Atacará a las familias musulmanas “sospechosas”? ¿Castigará a las mujeres que opten por ejercer sus derechos sobre los derroteros de su maternidad? ¿Abandonará a la OTAN? ¿Se aliará con Putin? ¿Reimpondrá la tortura a los presos enemigos? Estos pendientes impondrán tensión local y global al clima político y nos harán desatender temas imprescindibles de la agenda del presente y futuro de un mundo en el que pareciera que el enojo se duplica minuto a minuto.
Aunque no tendría por qué estar vacunado contra el asombro que producen los hechos de la realidad, como politólogo asumo que las contundentes realidades de la política es lo que cuenta para efectuar un análisis político certero. Tal es el caso de la próxima presidencia Trump. No obstante, por ahora no puedo más que quedarme con lo que observé y escuché de viva voz de Trump durante los largos y cansados quince meses que duró la contienda presidencial. Ha sido su tono insultante y despreciativo el que no me deja más que pensar en la regresión política en un país dividido y con un resultado electoral que evidencia más que elocuentemente lo que Piketty había anunciado: la población pobre se triplica en EU y en el mundo. Se trata de que el 1% de la población concentra los medios y los resultados productivos de la riqueza. En esta premisa basó Trump su triunfo. También la basó en la inviable e irreal consigna de volver a EU grande de nuevo. Esto último es lo que más aterra al mundo. Que EU opte de nuevo por la fuerza para dirimir conflictos y diferencias con sus opuestos. Si Trump revierte el pacto nuclear con Irán, cancela la reconciliación con La Habana, construye el muro, invade Siria o Irak, regresará al siglo pasado y entonces EU se preguntará de nuevo, como lo hizo Gore Vidal, “cómo es que logramos ser tan odiados”.

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