En su discurso del martes pasado ante el Congreso, Donald Trump bajó el tono provocador y quiso introducir contenidos programáticos y anunciar sin mucho éxito resultados de su primer mes en el poder; nos quiso mostrar a un "nuevo Trump".
05 de Marzo de 2017
Simultáneamente a esto, un nuevo escándalo como el de Michael Flynn, exasesor de Seguridad Nacional de triste memoria, afloraba en el seno de su gabinete. Su recién nombrado fiscal general, Jeff Sessions, acaba de ser denunciado por haber tenido contactos con el embajador ruso, Sergey Kislyak, durante la campaña e incluso después del triunfo de Trump. También es acusado de haber mentido al Senado durante las audiencias de confirmación, sobre los pormenores de dichos contactos. Ya se sabía que otros miembros de la campaña trumpista, J.D. Gordon y Carter Page, se habían reunido con el diplomático ruso; de hecho, Page renunció por esto a la campaña el 26 de septiembre. Para rematar, se acaba de conocer que Jared Kushner, yerno y asesor especial de Trump, junto con el fallido Flynn se reunieron con el tal embajador en la Torre Trump, en diciembre pasado. De nuevo, la trama TrumPutinista persigue a la Presidencia más groseramente escandalosa, discriminatoria, mentirosa y mediocre que ha tenido EU desde Truman y Nixon.
Se hace cada vez más evidente que en algo anduvieron metidos los rusos, como para que de alguna manera se explique tal insistencia de parte de los trumpistas en hablar con el embajador, quien, a estas alturas, podría contar muchas historias; desde el complot contra la campaña de Hillary Clinton hasta el muy particular interés en lograr que su aliado Trump fuera presidente. Su currículum es rico en actividades en las que el acopio de información de inteligencia y las actividades de vigilancia han sido su fuerte. Las ya muchas reuniones de los hombres de más confianza de Trump con el embajador ruso obligan a pensar, por lo menos, dos cosas: uno, que celebrar tales reuniones en un lugar tan emblemático como es la Torre Trump hace sospechar en mucho que fueron instruidos por su jefe para encargarles cumplir con tan alta misión, de la que se tienen que revelar contenidos y, dos, que de los contenidos de los que seguramente el FBI guarda evidencia se descifrarán los muchos misterios de la operación TrumPutinista durante y después del proceso electoral, primero, para ganar la Presidencia y, segundo, para afianzar los múltiples resultados, hoy en secreto. Es más que seguro que la investigación habrá de continuar y cercará aún más a esta Presidencia tan impredecible.
Dado que los escándalos y la mitomanía trumpista no cejan en asolar a un gobierno del cual no queda claro qué tan cohesionado quedará después de tantas sacudidas, Trump se propuso distraer la atención e intentó hacer un discurso de Estado ante el Congreso y, por lo visto, no le salió muy bien. Presumió un aumento de los empleos que en realidad ocurrió durante el gobierno de Obama; además, este dato no es corroborable, debido a que el reporte oficial del Departamento del Trabajo anunciará hasta el 10 de marzo los informes de febrero, primer mes completo de gobierno. Respecto a migración, construcción de infraestructura, gasto militar y gasto social escuchamos puras generalidades y no se sabe aún con precisión cómo hará Trump para pagar un aumento en el gasto militar de 54 mil millones de dólares, más mil billones (un trillón en EU) en la construcción de infraestructura y el reemplazo del programa de salud de Obama, y al mismo tiempo reducir impuestos. A lo que sí apuntan estas medidas, por lo menos en el tema militar, es a que Trump emprenderá acciones de fuerza para negociar desde la dureza; también se avizoran nuevos tiempos de unilateralismo en política exterior, si seguimos su narrativa aislacionista a todos los niveles de su política internacional. No se había visto en tiempos recientes en EU tal desorden político-administrativo que no augura nada sano. Dentro de todo, lo que sí parece que se mantendrá al acecho de Trump es la sombra rusa.
05 de Marzo de 2017
Simultáneamente a esto, un nuevo escándalo como el de Michael Flynn, exasesor de Seguridad Nacional de triste memoria, afloraba en el seno de su gabinete. Su recién nombrado fiscal general, Jeff Sessions, acaba de ser denunciado por haber tenido contactos con el embajador ruso, Sergey Kislyak, durante la campaña e incluso después del triunfo de Trump. También es acusado de haber mentido al Senado durante las audiencias de confirmación, sobre los pormenores de dichos contactos. Ya se sabía que otros miembros de la campaña trumpista, J.D. Gordon y Carter Page, se habían reunido con el diplomático ruso; de hecho, Page renunció por esto a la campaña el 26 de septiembre. Para rematar, se acaba de conocer que Jared Kushner, yerno y asesor especial de Trump, junto con el fallido Flynn se reunieron con el tal embajador en la Torre Trump, en diciembre pasado. De nuevo, la trama TrumPutinista persigue a la Presidencia más groseramente escandalosa, discriminatoria, mentirosa y mediocre que ha tenido EU desde Truman y Nixon.
Se hace cada vez más evidente que en algo anduvieron metidos los rusos, como para que de alguna manera se explique tal insistencia de parte de los trumpistas en hablar con el embajador, quien, a estas alturas, podría contar muchas historias; desde el complot contra la campaña de Hillary Clinton hasta el muy particular interés en lograr que su aliado Trump fuera presidente. Su currículum es rico en actividades en las que el acopio de información de inteligencia y las actividades de vigilancia han sido su fuerte. Las ya muchas reuniones de los hombres de más confianza de Trump con el embajador ruso obligan a pensar, por lo menos, dos cosas: uno, que celebrar tales reuniones en un lugar tan emblemático como es la Torre Trump hace sospechar en mucho que fueron instruidos por su jefe para encargarles cumplir con tan alta misión, de la que se tienen que revelar contenidos y, dos, que de los contenidos de los que seguramente el FBI guarda evidencia se descifrarán los muchos misterios de la operación TrumPutinista durante y después del proceso electoral, primero, para ganar la Presidencia y, segundo, para afianzar los múltiples resultados, hoy en secreto. Es más que seguro que la investigación habrá de continuar y cercará aún más a esta Presidencia tan impredecible.
Dado que los escándalos y la mitomanía trumpista no cejan en asolar a un gobierno del cual no queda claro qué tan cohesionado quedará después de tantas sacudidas, Trump se propuso distraer la atención e intentó hacer un discurso de Estado ante el Congreso y, por lo visto, no le salió muy bien. Presumió un aumento de los empleos que en realidad ocurrió durante el gobierno de Obama; además, este dato no es corroborable, debido a que el reporte oficial del Departamento del Trabajo anunciará hasta el 10 de marzo los informes de febrero, primer mes completo de gobierno. Respecto a migración, construcción de infraestructura, gasto militar y gasto social escuchamos puras generalidades y no se sabe aún con precisión cómo hará Trump para pagar un aumento en el gasto militar de 54 mil millones de dólares, más mil billones (un trillón en EU) en la construcción de infraestructura y el reemplazo del programa de salud de Obama, y al mismo tiempo reducir impuestos. A lo que sí apuntan estas medidas, por lo menos en el tema militar, es a que Trump emprenderá acciones de fuerza para negociar desde la dureza; también se avizoran nuevos tiempos de unilateralismo en política exterior, si seguimos su narrativa aislacionista a todos los niveles de su política internacional. No se había visto en tiempos recientes en EU tal desorden político-administrativo que no augura nada sano. Dentro de todo, lo que sí parece que se mantendrá al acecho de Trump es la sombra rusa.
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