¿Qué sigue después de la nube que se nos montó, después de las elecciones en el Estado de México y en las otras entidades donde se repitieron, en versión moderna, los viejos vicios que nos persiguen desde que el sistema de partido único (y hoy el sistema pluripartidista) secuestró la vida y tranquilidad de varias generaciones de mexicanos?
25 de Junio de 2017
¿Qué hacer frente al marasmo que se presenta cada vez que, en periodo electoral, asistimos a un retroceso democrático y no al viaje hacia el progreso mexicano que bien podríamos lograr, de proponernos mirar hacia enfrente y no hacia atrás (como decía Paz cuando comparaba nuestra cultura política con la de EU), y sacudirnos varias lacras históricas que pesan desde hace siglos, hoy reproducidas en la peor de sus versiones dinosáuricas, prácticamente en todas esas entidades que se dicen de interés público, que son los partidos políticos; y, más aún, que pesan y penetran la infame cultura política mexicana?
Desde las alturas del Estado, pasando por lo más bajo del sistema de estamentos medievales a los que nos hemos sometido los mexicanos, lo que ya no se puede aceptar es que el laberinto socio-político-cultural mexicano nos siga sometiendo al nefando ogro filantrópico que de una manera u otra todos los mexicanos traemos en nuestro sistema, en los genes de nuestro ser nacional, nuestra política exterior y hasta en nuestros símbolos patrios; éste es un hecho tan irresuelto como retrasado.
Y ante el cual, la imaginación política de los actores tradicionales de la política mexicana no han logrado prefigurar con la prístina claridad en que sí lo hicieron en el pasado, aunque a la manera de sus tiempos y ópticas respectivas, personajes como Revueltas, Lombardo, Caso, Gómez Morín, Heberto Castillo y autores como Reyes o Paz, y tantas otras mentes de diversas ideologías, que se entregaron a la causa de pensar un México distinto para el beneficio de todos y no un Mexico en donde se usa a los mexicanos (voto incluido) para lograr concretar los beneficios de particulares cada vez más atrincherados en la protección de cotos de poder económico y político, no precisamente bien habidos: he ahí el eje Salinas-Slim y todos sus derivados pulpescos que lo rodean.
Además del fango vertido sobre la democracia, como lo escribió lúcidamente Roger Bartra, asistimos a un México con una sociedad lastimada por las pugnas políticas de arriba y que presencia desde abajo sin blindaje alguno, y por un régimen de sobrevivencia económica que de milagro no ha provocado erupciones sociales sistémicas y organizadas; eso sí, este deterioro lo han aprovechado bien los grupos informales, (como los cárteles a los que tanto oxígeno les dio la torpeza estratégica de Felipe Calderón). Los complejos tiempos e inequitativas condiciones de la globalización apartan, hoy por hoy (por diversas razones que no discutiré), del firmamento de la política, los escenarios de levantamientos revolucionarios a los que asistimos en décadas pasadas.
Sin embargo, como ha ocurrido en países desarrollados en donde se tuvo una gran inestabilidad social y efervescencia revolucionaria armada, como Italia, España, Alemania, los tiempos actuales exigen mejores condiciones de convivencia democrática y de equidad económica.
Si bien los políticos mexicanos lograron aplacar sus incendiados ánimos en el curso de la transición democrática largamente accidentada (que permearon a la sociedad civil), hoy el alto desánimo político, decepción emocional y baja autoestima que se ve en el seno de la sociedad, en sus organizaciones sociales y hasta en sus universidades públicas, exige respuesta de demócratas de verdad.
Continuar por el sendero de la complacencia va a empeorar todo y lo va a poner al rojo vivo. Los actores políticos lo tienen que entender. Ya Jalisco sentó precedente: bajar el presupuesto a los partidos y ahora, a subirles el tope mínimo de votación al 5% para conservar el registro, es lo mínimo -por ahora- que las instituciones del estado nos deben en esta ardua espera plagada de violencia, inseguridad e impunidad. Eso es lo que impera hacer. Después vendrá el control de daños.
Twitter: @JLValdesUgalde
25 de Junio de 2017
¿Qué hacer frente al marasmo que se presenta cada vez que, en periodo electoral, asistimos a un retroceso democrático y no al viaje hacia el progreso mexicano que bien podríamos lograr, de proponernos mirar hacia enfrente y no hacia atrás (como decía Paz cuando comparaba nuestra cultura política con la de EU), y sacudirnos varias lacras históricas que pesan desde hace siglos, hoy reproducidas en la peor de sus versiones dinosáuricas, prácticamente en todas esas entidades que se dicen de interés público, que son los partidos políticos; y, más aún, que pesan y penetran la infame cultura política mexicana?
Desde las alturas del Estado, pasando por lo más bajo del sistema de estamentos medievales a los que nos hemos sometido los mexicanos, lo que ya no se puede aceptar es que el laberinto socio-político-cultural mexicano nos siga sometiendo al nefando ogro filantrópico que de una manera u otra todos los mexicanos traemos en nuestro sistema, en los genes de nuestro ser nacional, nuestra política exterior y hasta en nuestros símbolos patrios; éste es un hecho tan irresuelto como retrasado.
Y ante el cual, la imaginación política de los actores tradicionales de la política mexicana no han logrado prefigurar con la prístina claridad en que sí lo hicieron en el pasado, aunque a la manera de sus tiempos y ópticas respectivas, personajes como Revueltas, Lombardo, Caso, Gómez Morín, Heberto Castillo y autores como Reyes o Paz, y tantas otras mentes de diversas ideologías, que se entregaron a la causa de pensar un México distinto para el beneficio de todos y no un Mexico en donde se usa a los mexicanos (voto incluido) para lograr concretar los beneficios de particulares cada vez más atrincherados en la protección de cotos de poder económico y político, no precisamente bien habidos: he ahí el eje Salinas-Slim y todos sus derivados pulpescos que lo rodean.
Además del fango vertido sobre la democracia, como lo escribió lúcidamente Roger Bartra, asistimos a un México con una sociedad lastimada por las pugnas políticas de arriba y que presencia desde abajo sin blindaje alguno, y por un régimen de sobrevivencia económica que de milagro no ha provocado erupciones sociales sistémicas y organizadas; eso sí, este deterioro lo han aprovechado bien los grupos informales, (como los cárteles a los que tanto oxígeno les dio la torpeza estratégica de Felipe Calderón). Los complejos tiempos e inequitativas condiciones de la globalización apartan, hoy por hoy (por diversas razones que no discutiré), del firmamento de la política, los escenarios de levantamientos revolucionarios a los que asistimos en décadas pasadas.
Sin embargo, como ha ocurrido en países desarrollados en donde se tuvo una gran inestabilidad social y efervescencia revolucionaria armada, como Italia, España, Alemania, los tiempos actuales exigen mejores condiciones de convivencia democrática y de equidad económica.
Si bien los políticos mexicanos lograron aplacar sus incendiados ánimos en el curso de la transición democrática largamente accidentada (que permearon a la sociedad civil), hoy el alto desánimo político, decepción emocional y baja autoestima que se ve en el seno de la sociedad, en sus organizaciones sociales y hasta en sus universidades públicas, exige respuesta de demócratas de verdad.
Continuar por el sendero de la complacencia va a empeorar todo y lo va a poner al rojo vivo. Los actores políticos lo tienen que entender. Ya Jalisco sentó precedente: bajar el presupuesto a los partidos y ahora, a subirles el tope mínimo de votación al 5% para conservar el registro, es lo mínimo -por ahora- que las instituciones del estado nos deben en esta ardua espera plagada de violencia, inseguridad e impunidad. Eso es lo que impera hacer. Después vendrá el control de daños.
Twitter: @JLValdesUgalde
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