Hemos sido testigos desde principios de año del desorden descomunal que llegó a la Casa Blanca con el arribo de Trump a la Presidencia
17 de Septiembre de 2017
Para empezar, la elección de miembros en el gabinete de ideología de extrema derecha, que van del supremacismo blanco, al desconocimiento del calentamiento global. Despidos prematuros de consejeros importantes y cercanos, vetos presidenciales fallidos contra ciudadanos de seis naciones, mayoritariamente musulmanas, incumplimiento de la expulsión de los más de 11 millones de ciudadanos indocumentados, la mayoría de ellos mexicanos, a lo cual se añade su fracaso en la intentona de agregar más kilómetros al muro ya existente en la frontera con México. Su vacilante respuesta (y en el fondo empatía) frente al terrorismo racista de los supremacistas blancos y neonazis, que atentaron contra la vida de manifestantes en Charlottesville, Virginia, matando a una de ellas, haciéndolo aparecer como lo que realmente es: como un Presidente racista y xenófobo. Su mal gusto al retar a las vencidas a cada líder que saluda de mano en cada visita de Estado, queriendo dar la impresión de que el que manda es él. Este comportamiento gestual y corporal, esta estética del poder ha sido repudiada por propios y extraños dentro y fuera de EU y evidencian una nueva e inconveniente (dada la realidad conflictiva que afecta el sistema global) postura unilateralista. Y lo peor, el Rusiagate que está por producir importantes resultados por parte del fiscal especial, Robert Mueller y que podría llevar al encauzamiento en el Congreso del desafuero y posterior destitución de Trump. Todos estos importantes eventos han sido provocados por el muy cuestionable estilo para conducir los asuntos del Estado por parte de Trump y por la incapacidad de sus asesores y de él mismo para instalarse en la ecuanimidad y dejar de responder a impulsos cada vez que toma decisiones.
No deja de ser paradójico, al tiempo que interesante, que desde la salida del exgeneral Michael Flynn y del jefe del gabinete, Reince Priebus, los sustitutos en ambos puestos sean militares de alto rango y amplia experiencia en el campo de batalla: el nuevo consejero de Seguridad Nacional es el teniente general Herbert Raymond McMaster y el nuevo jefe de gabinete es el general retirado John Kelly, veterano de la intervención en Afganistán. Estos dos actores, junto con el secretario de defensa, el también general James Mattis, mejor conocido como “mad dog” (perro furioso) y primer militar en un cargo que se encomendaba por tradición a un civil, están definiendo en gran medida los asunto del Estado, tanto a nivel nacional como internacional. Esto incluye, desde luego, la destitución de Steve Bannon, quien fungía como asesor especial de Trump y representaba la cabeza de playa más importante en el centro del poder estadunidense de los supremacistas blancos responsables del desastre en Virginia. De esta situación sin precedentes en la política tradicional estadunidense, la paradoja consiste en que sean los militares quienes estén poniendo en orden y acotando a Trump (si es que esta hazaña fuera posible) y dándole un sesgo de cierta racionalidad a algunas de sus decisiones, tanto corrigiendo sus dichos sobre la OTAN, sobre Corea del Norte, sobre China, sobre Irán, e incluso sobre México.
Se podría conjeturar que la medida de suspender el programa, Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, promulgado por Obama, mejor conocido como DACA y que en caso de cancelación afectará a más de 800 mil dreamers (la mayoría mexicanos), es una de estas decisiones que, aun siendo terriblemente injusta, puede no terminar tan mal. Trump decidió con esto mandar al Congreso un aviso que lo forzaría a llegar a una alternativa antes de que se inicien las deportaciones masivas, en el curso de los seis próximos meses. Trump y los demócratas parecen estar llegando a un acuerdo que forzaría a los republicanos en el Congreso a no quedarse atrás y aprobar una ley de amnistía que daría la nacionalidad a este subgrupo de indocumentados.
Si esta hipótesis se cumple, Trump lograría cuatro cosas: distanciarse de los ultraconservadores republicanos, quitarle a Obama el mérito de regularizar a esta población y adjudicárselo él, obtener finalmente un triunfo político, nada menor, que le es imprescindible, toda vez que, entre otras cosas, podría aportarle voto latino y hacer posible la conservación de su mayoría congresional y, por último, mejorar la relación con México. La moneda está en el aire, pues los mismos demócratas estarán también buscando la tajada política que empujar este acuerdo les daría en las elecciones intermedias. Si se diera la comprobación de esta hipótesis, podríamos presenciar una nueva correlación de fuerzas y el futuro del trumpismo, y también hasta dónde la racionalidad militar le atinó en esta ocasión.
17 de Septiembre de 2017
A la memoria de Manuel Andrade
Para empezar, la elección de miembros en el gabinete de ideología de extrema derecha, que van del supremacismo blanco, al desconocimiento del calentamiento global. Despidos prematuros de consejeros importantes y cercanos, vetos presidenciales fallidos contra ciudadanos de seis naciones, mayoritariamente musulmanas, incumplimiento de la expulsión de los más de 11 millones de ciudadanos indocumentados, la mayoría de ellos mexicanos, a lo cual se añade su fracaso en la intentona de agregar más kilómetros al muro ya existente en la frontera con México. Su vacilante respuesta (y en el fondo empatía) frente al terrorismo racista de los supremacistas blancos y neonazis, que atentaron contra la vida de manifestantes en Charlottesville, Virginia, matando a una de ellas, haciéndolo aparecer como lo que realmente es: como un Presidente racista y xenófobo. Su mal gusto al retar a las vencidas a cada líder que saluda de mano en cada visita de Estado, queriendo dar la impresión de que el que manda es él. Este comportamiento gestual y corporal, esta estética del poder ha sido repudiada por propios y extraños dentro y fuera de EU y evidencian una nueva e inconveniente (dada la realidad conflictiva que afecta el sistema global) postura unilateralista. Y lo peor, el Rusiagate que está por producir importantes resultados por parte del fiscal especial, Robert Mueller y que podría llevar al encauzamiento en el Congreso del desafuero y posterior destitución de Trump. Todos estos importantes eventos han sido provocados por el muy cuestionable estilo para conducir los asuntos del Estado por parte de Trump y por la incapacidad de sus asesores y de él mismo para instalarse en la ecuanimidad y dejar de responder a impulsos cada vez que toma decisiones.
No deja de ser paradójico, al tiempo que interesante, que desde la salida del exgeneral Michael Flynn y del jefe del gabinete, Reince Priebus, los sustitutos en ambos puestos sean militares de alto rango y amplia experiencia en el campo de batalla: el nuevo consejero de Seguridad Nacional es el teniente general Herbert Raymond McMaster y el nuevo jefe de gabinete es el general retirado John Kelly, veterano de la intervención en Afganistán. Estos dos actores, junto con el secretario de defensa, el también general James Mattis, mejor conocido como “mad dog” (perro furioso) y primer militar en un cargo que se encomendaba por tradición a un civil, están definiendo en gran medida los asunto del Estado, tanto a nivel nacional como internacional. Esto incluye, desde luego, la destitución de Steve Bannon, quien fungía como asesor especial de Trump y representaba la cabeza de playa más importante en el centro del poder estadunidense de los supremacistas blancos responsables del desastre en Virginia. De esta situación sin precedentes en la política tradicional estadunidense, la paradoja consiste en que sean los militares quienes estén poniendo en orden y acotando a Trump (si es que esta hazaña fuera posible) y dándole un sesgo de cierta racionalidad a algunas de sus decisiones, tanto corrigiendo sus dichos sobre la OTAN, sobre Corea del Norte, sobre China, sobre Irán, e incluso sobre México.
Se podría conjeturar que la medida de suspender el programa, Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, promulgado por Obama, mejor conocido como DACA y que en caso de cancelación afectará a más de 800 mil dreamers (la mayoría mexicanos), es una de estas decisiones que, aun siendo terriblemente injusta, puede no terminar tan mal. Trump decidió con esto mandar al Congreso un aviso que lo forzaría a llegar a una alternativa antes de que se inicien las deportaciones masivas, en el curso de los seis próximos meses. Trump y los demócratas parecen estar llegando a un acuerdo que forzaría a los republicanos en el Congreso a no quedarse atrás y aprobar una ley de amnistía que daría la nacionalidad a este subgrupo de indocumentados.
Si esta hipótesis se cumple, Trump lograría cuatro cosas: distanciarse de los ultraconservadores republicanos, quitarle a Obama el mérito de regularizar a esta población y adjudicárselo él, obtener finalmente un triunfo político, nada menor, que le es imprescindible, toda vez que, entre otras cosas, podría aportarle voto latino y hacer posible la conservación de su mayoría congresional y, por último, mejorar la relación con México. La moneda está en el aire, pues los mismos demócratas estarán también buscando la tajada política que empujar este acuerdo les daría en las elecciones intermedias. Si se diera la comprobación de esta hipótesis, podríamos presenciar una nueva correlación de fuerzas y el futuro del trumpismo, y también hasta dónde la racionalidad militar le atinó en esta ocasión.
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