Los que vivimos el temblor del 85 fuimos sacudidos por el hecho mismo in situ. Lo más importante: ante la tragedia presenciamos la emergencia de una sociedad civil proactiva y rebelde frente al Estado incompetente y corrupto que la ciudadanía lleva cargando hasta el cansancio
01 de Octubre de 2017
Las grietas del sismo de 2017 se emparentan con aquel sismo histórico que movió a la gente, sus mentes, almas y corazones, que en su acción espontánea mostraron que aún no han sido secuestrados por la sombra omnipresente de la corrupción histórica y sistémica que ha penetrado el Estado hasta su médula.
Las tesis que discuten es hasta dónde es posible responsabilizar a la sociedad por el gobierno que la representa, se muestran frágiles ante la tragedia y la acción colectiva y que por oleadas se produjo esta vez, al igual que en 1985.
Desde entonces ya nada ha sido igual y pudimos ver cómo una nueva forma de organización social nacía, superando a las instituciones del Estado, incluidos los institutos políticos. Más no se logró erradicar la pegajosa lacra de la impunidad que está impregnada en las paredes y muros de carga de la institución estatal. Y desde luego que no sería posible lograrlo si los representantes de la sociedad por excelencia en cualquier democracia, los partidos, no se renovaban desmarcándose del entramado de complicidades de Estado que los ha hecho más proclives a la complicidad con la continuidad de un sistema político, incapaz y torpe, que actores proactivos y enérgicos hacia su desmantelamiento y reconstrucción. Es el sistema político en su conjunto, no la sociedad atrapada en los laberinticos de su ineficacia, lo que evidencia, hoy más que nunca, que los que están en la paria equivocada son los miembros de la clase política, no la sociedad civil que demanda hoy más democracia y respeto a sus derechos cívicos y ciudadanos.
En ese sentido, éste puede significar el aviso más elocuente y terminal para lograr la edificación de un sistema político que apele a la organización horizontal de la distribución de los derechos y deberes ciudadanos y políticos. Los partidos han respondido desde la emergencia y anuncian con bombo y platillo la renuncia a sus multimillonarias prerrogativas que subsidian los damnificados por el terremoto y la sociedad en su conjunto.
A la sociedad esto le resulta peor en el medio de la tragedia, pero, sobre todo, lo ve como una injusticia histórica debido a la ausencia representativa real de los partidos y al hecho de que han tendido a convertirse en entidades de intereses privados y no públicos, como los obliga la Constitución. Razón de más para que la gente exija que no merecen más recibir su dinero y menos utilizarlo en su nombre, toda vez que el mismo no sirve del todo a la acción democrática.
El INE y el Congreso habrán de revisar a fondo las soluciones y normativas urgentes que se ajusten a la emergencia económica y política del país. ¿Será esta decisión de los partidos congruente en el largo plazo? ¿Dejarán de depender cual parásitos de la ubre societal y, por tanto, convertirse en auténticos representantes del interés colectivo? ¿Será esto suficiente para que renueven y logren ser los factores de la renovación democrática de la República? ¿O es la de ellos una simple reacción demagógica a la crisis y la demanda social de renovación, con el fin de lograr una sobrevivencia de corto plazo? Esto, en lo que se refiere al malestar político y al horror impreciso que la sociedad presenció solitaria, pero en cadena, desesperanzada, pero agarrada de la mano. Solidaria con su prójimo.
Octavio Paz escribió sobre esto mismo en 1985, después de aquel terrible terremoto (Escombros y semillas, El País, 10 de octubre de 1985). “Los gérmenes del renacimiento están en su origen”. Y agregó: “La reacción del pueblo de la Ciudad de México mostró que en las profundidades de la sociedad hay muchos gérmenes democráticos. Estas semillas de solidaridad, fraternidad y asociación no son ideológicas. Son más antiguas, y han vivido dormidas en el subsuelo histórico de México”. ¿Palabras clave que inspiran la confianza en esta patria fibrosa?
01 de Octubre de 2017
Las grietas del sismo de 2017 se emparentan con aquel sismo histórico que movió a la gente, sus mentes, almas y corazones, que en su acción espontánea mostraron que aún no han sido secuestrados por la sombra omnipresente de la corrupción histórica y sistémica que ha penetrado el Estado hasta su médula.
Las tesis que discuten es hasta dónde es posible responsabilizar a la sociedad por el gobierno que la representa, se muestran frágiles ante la tragedia y la acción colectiva y que por oleadas se produjo esta vez, al igual que en 1985.
Desde entonces ya nada ha sido igual y pudimos ver cómo una nueva forma de organización social nacía, superando a las instituciones del Estado, incluidos los institutos políticos. Más no se logró erradicar la pegajosa lacra de la impunidad que está impregnada en las paredes y muros de carga de la institución estatal. Y desde luego que no sería posible lograrlo si los representantes de la sociedad por excelencia en cualquier democracia, los partidos, no se renovaban desmarcándose del entramado de complicidades de Estado que los ha hecho más proclives a la complicidad con la continuidad de un sistema político, incapaz y torpe, que actores proactivos y enérgicos hacia su desmantelamiento y reconstrucción. Es el sistema político en su conjunto, no la sociedad atrapada en los laberinticos de su ineficacia, lo que evidencia, hoy más que nunca, que los que están en la paria equivocada son los miembros de la clase política, no la sociedad civil que demanda hoy más democracia y respeto a sus derechos cívicos y ciudadanos.
En ese sentido, éste puede significar el aviso más elocuente y terminal para lograr la edificación de un sistema político que apele a la organización horizontal de la distribución de los derechos y deberes ciudadanos y políticos. Los partidos han respondido desde la emergencia y anuncian con bombo y platillo la renuncia a sus multimillonarias prerrogativas que subsidian los damnificados por el terremoto y la sociedad en su conjunto.
A la sociedad esto le resulta peor en el medio de la tragedia, pero, sobre todo, lo ve como una injusticia histórica debido a la ausencia representativa real de los partidos y al hecho de que han tendido a convertirse en entidades de intereses privados y no públicos, como los obliga la Constitución. Razón de más para que la gente exija que no merecen más recibir su dinero y menos utilizarlo en su nombre, toda vez que el mismo no sirve del todo a la acción democrática.
El INE y el Congreso habrán de revisar a fondo las soluciones y normativas urgentes que se ajusten a la emergencia económica y política del país. ¿Será esta decisión de los partidos congruente en el largo plazo? ¿Dejarán de depender cual parásitos de la ubre societal y, por tanto, convertirse en auténticos representantes del interés colectivo? ¿Será esto suficiente para que renueven y logren ser los factores de la renovación democrática de la República? ¿O es la de ellos una simple reacción demagógica a la crisis y la demanda social de renovación, con el fin de lograr una sobrevivencia de corto plazo? Esto, en lo que se refiere al malestar político y al horror impreciso que la sociedad presenció solitaria, pero en cadena, desesperanzada, pero agarrada de la mano. Solidaria con su prójimo.
Octavio Paz escribió sobre esto mismo en 1985, después de aquel terrible terremoto (Escombros y semillas, El País, 10 de octubre de 1985). “Los gérmenes del renacimiento están en su origen”. Y agregó: “La reacción del pueblo de la Ciudad de México mostró que en las profundidades de la sociedad hay muchos gérmenes democráticos. Estas semillas de solidaridad, fraternidad y asociación no son ideológicas. Son más antiguas, y han vivido dormidas en el subsuelo histórico de México”. ¿Palabras clave que inspiran la confianza en esta patria fibrosa?
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