¿Por dónde anda rodando hoy la soberanía nacional? ¿Es un ente errante o en proceso de transformación, dada la dinámica que la globalización ha imprimido a la dinámica internacional? Es, por cierto, esta una discusión pertinente, ahora que se está renegociando el TLCAN.
29 de Octubre de 2017
Desde que la soberanía se proyectó como un derecho territorial de los estados nacionales a finales del siglo XVII hasta nuestros días, ésta ha sido entendida como el reconocimiento de la capacidad que cada estado-nación tiene de autogestionarse; es decir, su naturaleza internacional es tan reconocida como la interna —son vinculantes—, aunque no por ello una sea más o menos importante que la otra. Esta idea sobre el Estado persiste y tiene una consistencia histórica objetiva, pero lo cierto es que la realidad local y global han cambiado entre el siglo XX y XXI, y se nos presentan nuevos aspectos de este proceso, dignos de considerar. El impulso de la globalización —nos guste o no— es una certitud que ha transformado las relaciones socio-políticas a todos los niveles. Tanto entre estados como entre individuos. Desde que los procesos de integración avanzaron galopantemente en todo el mundo, la globalización ha transnacionalizado la política y la economía.
¿Cómo se define la soberanía en un mundo en el que se habla de la desaparición de las fronteras territoriales y el creciente decaimiento del Estado nacional? Para poder explicar la situación de la soberanía en el marco de la globalización habría que analizar la situación del Estado moderno para establecer un marco de referencia, toda vez que la soberanía es una característica inherente a éste, no se concibe sin él.
Ante el panorama mundial contemporáneo, es inevitable pensar que la soberanía, al igual que el Estado, son categorías que se componen de distintas tipologías, ya que el momento histórico (entre siglos) y las condiciones sociales mundiales son otras. Pero ¿hasta dónde es visible que la soberanía esté desapareciendo? ¿En qué medida la ha restringido o transformado la globalización? ¿Se trata de un fenómeno fragmentado por la movilidad a la que ha estado sujeta por los flujos crecientes y veloces que ha impuesto la globalización? Ya no se puede decir que la soberanía siga siendo la misma que Rousseau conceptualizó en su momento, porque entonces ya no existiría estado soberano alguno, debido a las relaciones de interdependencia transnacional que dominan el orden internacional desde el fin de la Guerra Fría.
El momento actual, no obstante, es crítico. Los movimientos soberanistas extremistas ya no provienen sólo de la izquierda, como en los tiempos del viejo populismo. Hoy provienen de las extremas derechas que niegan la matriz liberal democrática en donde se gestaron. Con el triunfo de Trump, la tentación populista se reforzó transnacionalmente. Después del Brexit, se ensancha la brecha para que el nacionalismo nativista y chovinista —provisto de una narrativa denigrante contra todo el que se oponga— se empoderó en el seno de los sistemas democráticos. Está por verse si se va a aprovechar la asunción de la demagogia populista del trumpismo para celebrar el fin de la democracia liberal. El resultado electoral en EU, así como es un resultado del proceso democrático, es también una expresión de su crisis sistémica; lo mismo ocurre en Europa, en donde han reemergido fuerzas extremistas como el UKIP británico, Ley y Justicia en Polonia, el Fidesz húngaro y los Partidos de la Libertad en Austria y Holanda. Esto sucede, tanto porque se cuestiona la validez de dos conceptos que clásicamente han caminado juntos y que hoy se miran con extrañeza: democracia y liberalismo; como por el hecho de que el subproducto electoral más visible representa una amenaza directa a lo que queda de éste, precario, pero único sistema político posible para la convivencia civilizada.
El soberanismo (no la defensa de la soberanía democrática) atenta desde adentro en contra del sistema democrático, al tiempo que niega la realidad multifactorial del mundo de hoy. El soberanismo trumpista puede lastimar el sistema global sin mejorarlo, pero lo que no ve es que ante la polémica complejidad del fenómeno globalizador, su aislacionismo será su sentencia de muerte.
29 de Octubre de 2017
Desde que la soberanía se proyectó como un derecho territorial de los estados nacionales a finales del siglo XVII hasta nuestros días, ésta ha sido entendida como el reconocimiento de la capacidad que cada estado-nación tiene de autogestionarse; es decir, su naturaleza internacional es tan reconocida como la interna —son vinculantes—, aunque no por ello una sea más o menos importante que la otra. Esta idea sobre el Estado persiste y tiene una consistencia histórica objetiva, pero lo cierto es que la realidad local y global han cambiado entre el siglo XX y XXI, y se nos presentan nuevos aspectos de este proceso, dignos de considerar. El impulso de la globalización —nos guste o no— es una certitud que ha transformado las relaciones socio-políticas a todos los niveles. Tanto entre estados como entre individuos. Desde que los procesos de integración avanzaron galopantemente en todo el mundo, la globalización ha transnacionalizado la política y la economía.
¿Cómo se define la soberanía en un mundo en el que se habla de la desaparición de las fronteras territoriales y el creciente decaimiento del Estado nacional? Para poder explicar la situación de la soberanía en el marco de la globalización habría que analizar la situación del Estado moderno para establecer un marco de referencia, toda vez que la soberanía es una característica inherente a éste, no se concibe sin él.
Ante el panorama mundial contemporáneo, es inevitable pensar que la soberanía, al igual que el Estado, son categorías que se componen de distintas tipologías, ya que el momento histórico (entre siglos) y las condiciones sociales mundiales son otras. Pero ¿hasta dónde es visible que la soberanía esté desapareciendo? ¿En qué medida la ha restringido o transformado la globalización? ¿Se trata de un fenómeno fragmentado por la movilidad a la que ha estado sujeta por los flujos crecientes y veloces que ha impuesto la globalización? Ya no se puede decir que la soberanía siga siendo la misma que Rousseau conceptualizó en su momento, porque entonces ya no existiría estado soberano alguno, debido a las relaciones de interdependencia transnacional que dominan el orden internacional desde el fin de la Guerra Fría.
El momento actual, no obstante, es crítico. Los movimientos soberanistas extremistas ya no provienen sólo de la izquierda, como en los tiempos del viejo populismo. Hoy provienen de las extremas derechas que niegan la matriz liberal democrática en donde se gestaron. Con el triunfo de Trump, la tentación populista se reforzó transnacionalmente. Después del Brexit, se ensancha la brecha para que el nacionalismo nativista y chovinista —provisto de una narrativa denigrante contra todo el que se oponga— se empoderó en el seno de los sistemas democráticos. Está por verse si se va a aprovechar la asunción de la demagogia populista del trumpismo para celebrar el fin de la democracia liberal. El resultado electoral en EU, así como es un resultado del proceso democrático, es también una expresión de su crisis sistémica; lo mismo ocurre en Europa, en donde han reemergido fuerzas extremistas como el UKIP británico, Ley y Justicia en Polonia, el Fidesz húngaro y los Partidos de la Libertad en Austria y Holanda. Esto sucede, tanto porque se cuestiona la validez de dos conceptos que clásicamente han caminado juntos y que hoy se miran con extrañeza: democracia y liberalismo; como por el hecho de que el subproducto electoral más visible representa una amenaza directa a lo que queda de éste, precario, pero único sistema político posible para la convivencia civilizada.
El soberanismo (no la defensa de la soberanía democrática) atenta desde adentro en contra del sistema democrático, al tiempo que niega la realidad multifactorial del mundo de hoy. El soberanismo trumpista puede lastimar el sistema global sin mejorarlo, pero lo que no ve es que ante la polémica complejidad del fenómeno globalizador, su aislacionismo será su sentencia de muerte.
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