El internacionalismo liberal había sido históricamente el cuadrante desde el que EU definía su política internacional.
04 de Marzo de 2018
Se trata de un espacio en que el multilateralismo y las instituciones internacionales, como la ONU, creadas por Washington y sus aliados en la segunda posguerra tenderían a la consecución de los arreglos económicos, políticos y sociales que le dieran certidumbre y equilibro a la gobernanza global, al tiempo que contendrían los peligros a la paz mundial que representaban para Occidente las acciones del bloque soviético.
Era, pues, un frente amplio de Occidente y a la vez un firme componente del control que los países occidentales pretendían detentar en el ámbito de la bipolaridad que dominó durante toda la guerra fría. Desde entonces, EU se caracterizó por ser, indistintamente de si los demócratas o los republicanos gobernaran, un “hegemón liberal”. En el mundo entero imperaba la dominación estadunidense y la pax americana era el signo de esos tiempos que expresaba que, bajo su sombrilla, se podía mantener una paz relativa. Con base en ello y en la implementación de políticas públicas de largo plazo, el proyecto político económico de EU pudo perdurar y afianzarse al interior del orden global. Hasta el fin de la Guerra Fría en 1989-90, Washington logró imponer sus reglas e incluso desdibujar el viejo poder soviético, el cual se fragmentó con la caída del muro de Berlín.
Fueron esos los tiempos de una hegemonía estadunidense en estado puro, de una hegemonía amplia. No obstante, a partir de los setenta y hasta nuestros días, es decir, de Nixon a Trump, el poder global de Washington declinó en forma relativa, pero a una velocidad considerable, al tiempo que el poder de China, la UE, Japón (aliado cómodo de EU), Rusia y los tigres asiáticos, crecieron o se mantuvieron como potencias regionales y globales (China y la UE, principalmente). A todo esto, izquierda y derecha (liberales y conservadores para la jerga que el debate ideológico estadunidense impone), mantenían el acuerdo (que George W. Bush tritura cuando invade Irak en contra del consenso global), de apuntalar el Centro Racional de decisiones, espacio desde el que se supone que el acuerdo tácito por respetar que las agencias de las que depende la política exterior actúen en forma racional y con la clara consigna de tomar decisiones razonables en la defensa del interés nacional. Durante su mandato, Obama logró rescatar el aparato institucional de política exterior y recuperar el equilibrio en la toma de decisiones sobre la cuestión internacional. Lo suyo fue la política inteligente.
Con la Presidencia de Trump se eclipsó este acuerdo tácito. No sólo por el barullo que provocó entre aliados y contrarios su narrativa desquiciada y provocadora, sino también porque desacomodó las fichas del tablero de ajedrez que EU había jugado tradicionalmente en política exterior, incluidos los avances diplomáticos que Obama, mal que bien, había logrado en Medio Oriente, Cuba, Europa y Asia. A la crisis democrática doméstica que rodea su anómala elección, se agrega que Trump le quita al principio de hegemonía, tan cuidado por Washington, su carácter “liberal”. Peor aún, en el contexto de su visible crisis hegemónica y de credibilidad, EU no tiene hoy —aunque conserve una cuota de poder hegemónico— un proyecto hegemónico, muy a pesar de querer ejercer una voluntad ad hoc en el discurso y en la política global real. El aislacionismo trumpista y su beligerante convicción por iniciar una guerra comercial contra tirios y troyanos podría significar que EU se acerca al abismo cada vez más rápido. Trump no ha cultivado semillas fértiles para la concordia y el acuerdo. Se mantiene en la beligerancia verbal, comercial, política y militar. Sus alianzas son precarias y son más el resultado del chantaje típico en él. Su política al respecto se ha desviado de las tradiciones diplomáticas que permitían negociar garantías, desde el consenso (precario, pero al fin, consenso) para asegurar el principio de la defensa colectiva, por ejemplo. En un mundo convulso, el conflicto se negocia. Adentro y afuera. La ceguera de Trump se evidencia en su negativa —ya por ignorancia despótica o incapacidad estratégica— a cumplir la palabra de Estado de EU y romper obsesivamente con la responsabilidad que cualquier poder hegemónico tiene que cumplir. Y este desequilibrio, extensivo a otros muchos que lo persiguen, incluida su mitomanía, pueden significar su fin y quizá el principio de la renovación política y moral que tanto urge a EU desde hace décadas.
04 de Marzo de 2018
Se trata de un espacio en que el multilateralismo y las instituciones internacionales, como la ONU, creadas por Washington y sus aliados en la segunda posguerra tenderían a la consecución de los arreglos económicos, políticos y sociales que le dieran certidumbre y equilibro a la gobernanza global, al tiempo que contendrían los peligros a la paz mundial que representaban para Occidente las acciones del bloque soviético.
Era, pues, un frente amplio de Occidente y a la vez un firme componente del control que los países occidentales pretendían detentar en el ámbito de la bipolaridad que dominó durante toda la guerra fría. Desde entonces, EU se caracterizó por ser, indistintamente de si los demócratas o los republicanos gobernaran, un “hegemón liberal”. En el mundo entero imperaba la dominación estadunidense y la pax americana era el signo de esos tiempos que expresaba que, bajo su sombrilla, se podía mantener una paz relativa. Con base en ello y en la implementación de políticas públicas de largo plazo, el proyecto político económico de EU pudo perdurar y afianzarse al interior del orden global. Hasta el fin de la Guerra Fría en 1989-90, Washington logró imponer sus reglas e incluso desdibujar el viejo poder soviético, el cual se fragmentó con la caída del muro de Berlín.
Fueron esos los tiempos de una hegemonía estadunidense en estado puro, de una hegemonía amplia. No obstante, a partir de los setenta y hasta nuestros días, es decir, de Nixon a Trump, el poder global de Washington declinó en forma relativa, pero a una velocidad considerable, al tiempo que el poder de China, la UE, Japón (aliado cómodo de EU), Rusia y los tigres asiáticos, crecieron o se mantuvieron como potencias regionales y globales (China y la UE, principalmente). A todo esto, izquierda y derecha (liberales y conservadores para la jerga que el debate ideológico estadunidense impone), mantenían el acuerdo (que George W. Bush tritura cuando invade Irak en contra del consenso global), de apuntalar el Centro Racional de decisiones, espacio desde el que se supone que el acuerdo tácito por respetar que las agencias de las que depende la política exterior actúen en forma racional y con la clara consigna de tomar decisiones razonables en la defensa del interés nacional. Durante su mandato, Obama logró rescatar el aparato institucional de política exterior y recuperar el equilibrio en la toma de decisiones sobre la cuestión internacional. Lo suyo fue la política inteligente.
Con la Presidencia de Trump se eclipsó este acuerdo tácito. No sólo por el barullo que provocó entre aliados y contrarios su narrativa desquiciada y provocadora, sino también porque desacomodó las fichas del tablero de ajedrez que EU había jugado tradicionalmente en política exterior, incluidos los avances diplomáticos que Obama, mal que bien, había logrado en Medio Oriente, Cuba, Europa y Asia. A la crisis democrática doméstica que rodea su anómala elección, se agrega que Trump le quita al principio de hegemonía, tan cuidado por Washington, su carácter “liberal”. Peor aún, en el contexto de su visible crisis hegemónica y de credibilidad, EU no tiene hoy —aunque conserve una cuota de poder hegemónico— un proyecto hegemónico, muy a pesar de querer ejercer una voluntad ad hoc en el discurso y en la política global real. El aislacionismo trumpista y su beligerante convicción por iniciar una guerra comercial contra tirios y troyanos podría significar que EU se acerca al abismo cada vez más rápido. Trump no ha cultivado semillas fértiles para la concordia y el acuerdo. Se mantiene en la beligerancia verbal, comercial, política y militar. Sus alianzas son precarias y son más el resultado del chantaje típico en él. Su política al respecto se ha desviado de las tradiciones diplomáticas que permitían negociar garantías, desde el consenso (precario, pero al fin, consenso) para asegurar el principio de la defensa colectiva, por ejemplo. En un mundo convulso, el conflicto se negocia. Adentro y afuera. La ceguera de Trump se evidencia en su negativa —ya por ignorancia despótica o incapacidad estratégica— a cumplir la palabra de Estado de EU y romper obsesivamente con la responsabilidad que cualquier poder hegemónico tiene que cumplir. Y este desequilibrio, extensivo a otros muchos que lo persiguen, incluida su mitomanía, pueden significar su fin y quizá el principio de la renovación política y moral que tanto urge a EU desde hace décadas.
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