En todo proceso político-electoral se juega con el humor de la audiencia. Se juega con las emociones y los sentimientos de la gente. La tendencia del voto suele ser precedida por la emocionalidad. La emoción, más que la razón, está a flor de piel en elecciones, en cualquier parte del mundo y más cuando se dan en un contexto de crisis generalizada
29 de Abril de 2018
México vive una crisis generalizada, aunque aún no de Estado, sí de gobierno. Se trata de una crisis de gobernanza profunda. De ilegitimidad extendida. De degradación sociopolítica galopante e inédita en la historia moderna del país. Y, desde luego, de decadencia societal y política. Esta crisis ha impuesto, en forma brutal, nuevos parámetros identitarios a la República. La gobernabilidad se ha visto limitada por el secuestro de partes sensibles del Estado
a manos del crimen organizado. Esto incluye a sus instituciones, así como en varios niveles de representación pública.
La sociedad ha quedado atrapada, huérfana, en el medio de esta debacle. Esto ha provocado un miedo generalizado y una desconfianza en las instituciones de gobierno del Estado por parte de la mayoría ciudadana. Las cuales son percibidas y vistas como pasivos del Estado, corrompidas y ultrajadas. En este lamentable derrotero de hechos, el poder y la política se han visto separados. Todo lo cual asustaría hasta al mismo Rousseau, autor del Contrato social. La explicación de esta paradoja democrática: la pareja insustituible (poder y política) deja de compartir su casa natural, el Estado–nación, tal y como se decreta desde la fundación del Estado moderno.
La política deja de ser efectiva como instrumento de la acción y la dirección de las políticas públicas y el poder formal es desplazado, y secuestrado, al grado de que se le margina por actores y fuerzas no formales, que acaban haciendo políticas desde la violencia. Así, como sugiere el teórico polaco Zygmunt Bauman, ocurre una inversión de la fórmula de Clausewitz: la política se convierte en la continuación de la guerra por otros medios.
Y aquí es en donde presenciamos un hecho cruel, pero inevitable: ante el divorcio del poder y la política, la sociedad se sabe incompleta e impotente. Usada ante los caprichos del mercado de la política. Los individuos empiezan a resentir la pérdida de sus libertades en nombre de la seguridad. El miedo se impone y los actores políticos lo usan en forma variante, pero la mayoría de las veces, para reproducirlo y así imponer su “razón” electorera.
En este contexto, las instituciones del Estado se desarticulan y pierden su capacidad para ser transmisoras eficaces de representación pública y de lo público. A su desprestigio se agrega su ineficacia. Inicia así la reclusión de la libertad democrática. Aunque los “electores libres” son llamados a la acción y a la participación, estos ya están sometidos a las consecuencias de la estatalidad limitada. Son ovejas en el camino de los falsos pastores que
no ofrecen algo más que no sea, desde el triunfalismo, la salvación “desde la tablita.” Esto es, la continuidad, no la interrupción de la atrofia sistémica que llegó primero para presentarse después como una distopía estructural.
Cuando esto ocurre en el espacio vacuo de la política y el poder, el presente y el futuro se confunden; la esperanza en el progreso se limita al precario día a día ciudadano. La sociedad ya está a la deriva y camino a una orfandad tan indeseada como utilizada desde la plataforma de la política precaria para “rescatar” la democracia. Así, tenemos a una ciudadanía, víctima de los excesos impunes del poder y de la separación de ésta con la política, pero usada para efectuar una operación cicatriz temporal y sin profundidad. Esta salida sin durabilidad afianza las contradicciones ya descritas. La más grave es la mantención del miedo como forma de inducir la “participación” de la gente en una operación política potencialmente fallida.
En esto radica la crisis identitaria señalada. La crisis se convierte en destino, que según Bauman, “por definición golpea sin previo aviso, es indiferente a lo que sus víctimas puedan intentar y adquiere su tremendo poder amedrentador gracias a la misma indefensión de sus víctimas”. ¿Les suena esto conocido, queridas y queridos lectores?
Académico de la UNAM y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias
Twitter: @JLValdesUgalde
29 de Abril de 2018
México vive una crisis generalizada, aunque aún no de Estado, sí de gobierno. Se trata de una crisis de gobernanza profunda. De ilegitimidad extendida. De degradación sociopolítica galopante e inédita en la historia moderna del país. Y, desde luego, de decadencia societal y política. Esta crisis ha impuesto, en forma brutal, nuevos parámetros identitarios a la República. La gobernabilidad se ha visto limitada por el secuestro de partes sensibles del Estado
a manos del crimen organizado. Esto incluye a sus instituciones, así como en varios niveles de representación pública.
La sociedad ha quedado atrapada, huérfana, en el medio de esta debacle. Esto ha provocado un miedo generalizado y una desconfianza en las instituciones de gobierno del Estado por parte de la mayoría ciudadana. Las cuales son percibidas y vistas como pasivos del Estado, corrompidas y ultrajadas. En este lamentable derrotero de hechos, el poder y la política se han visto separados. Todo lo cual asustaría hasta al mismo Rousseau, autor del Contrato social. La explicación de esta paradoja democrática: la pareja insustituible (poder y política) deja de compartir su casa natural, el Estado–nación, tal y como se decreta desde la fundación del Estado moderno.
La política deja de ser efectiva como instrumento de la acción y la dirección de las políticas públicas y el poder formal es desplazado, y secuestrado, al grado de que se le margina por actores y fuerzas no formales, que acaban haciendo políticas desde la violencia. Así, como sugiere el teórico polaco Zygmunt Bauman, ocurre una inversión de la fórmula de Clausewitz: la política se convierte en la continuación de la guerra por otros medios.
Y aquí es en donde presenciamos un hecho cruel, pero inevitable: ante el divorcio del poder y la política, la sociedad se sabe incompleta e impotente. Usada ante los caprichos del mercado de la política. Los individuos empiezan a resentir la pérdida de sus libertades en nombre de la seguridad. El miedo se impone y los actores políticos lo usan en forma variante, pero la mayoría de las veces, para reproducirlo y así imponer su “razón” electorera.
En este contexto, las instituciones del Estado se desarticulan y pierden su capacidad para ser transmisoras eficaces de representación pública y de lo público. A su desprestigio se agrega su ineficacia. Inicia así la reclusión de la libertad democrática. Aunque los “electores libres” son llamados a la acción y a la participación, estos ya están sometidos a las consecuencias de la estatalidad limitada. Son ovejas en el camino de los falsos pastores que
no ofrecen algo más que no sea, desde el triunfalismo, la salvación “desde la tablita.” Esto es, la continuidad, no la interrupción de la atrofia sistémica que llegó primero para presentarse después como una distopía estructural.
Cuando esto ocurre en el espacio vacuo de la política y el poder, el presente y el futuro se confunden; la esperanza en el progreso se limita al precario día a día ciudadano. La sociedad ya está a la deriva y camino a una orfandad tan indeseada como utilizada desde la plataforma de la política precaria para “rescatar” la democracia. Así, tenemos a una ciudadanía, víctima de los excesos impunes del poder y de la separación de ésta con la política, pero usada para efectuar una operación cicatriz temporal y sin profundidad. Esta salida sin durabilidad afianza las contradicciones ya descritas. La más grave es la mantención del miedo como forma de inducir la “participación” de la gente en una operación política potencialmente fallida.
En esto radica la crisis identitaria señalada. La crisis se convierte en destino, que según Bauman, “por definición golpea sin previo aviso, es indiferente a lo que sus víctimas puedan intentar y adquiere su tremendo poder amedrentador gracias a la misma indefensión de sus víctimas”. ¿Les suena esto conocido, queridas y queridos lectores?
Académico de la UNAM y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias
Twitter: @JLValdesUgalde
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