México no
ganó: revirtió una imposición (no existente), unilateral, arbitraria e ilegal,
a cambio de militarizar la frontera sur, convertirse en tercer país de asilo
“sin demora” y fungir como el policía de Trump. El país completo se volvió el
soñado muro de Trump.
Donald
Trump es un hombre enfermo. Se cree estadista, no lo es. Representa, por un
lado, a la consciencia social más burda y culturalmente retrasada de su país y,
por el otro, a la escuela política más retardataria de los siglos XX y XXI.
Herido políticamente, cada día que pasa y a cada cerco que le ponen Robert
Mueller, Nancy Pelosi o CNN, él responde con ferocidad draculiana.
Literalmente, Trump se alimenta de la
miserable sangre ajena para lograr un empoderamiento que, ya hemos visto, poco
le dura cada vez que embiste a su interlocutor. Lo mismo amenaza a Irán, que
llama pocahontas a la
senadora Elizabeth Warren, a quien descalifica como descendiente de nativos
estadunidenses; insulta al alcalde de Londres, Sadiq Khan, llamándolo “perdedor
redomado”. O insulta a la exactriz estadunidense Meghan Markle, ahora duquesa
de Sussex, a quien llamó “asquerosa”. Se trata de un sujeto ignorante,
inestable y lleno de odio. Sus iracundas explosiones las usa para ocultar su
verdadera esencia. Y para obtener ganancias inmediatas, aun a costa del
bienestar del conjunto de su nación. Trump se comporta claramente como el líder
autoritario sádico narcisista, magistralmente descrito por Erich Fromm al
hablar de Hitler, en su magna obra, El
Miedo a la Libertad.
Y ahora le tocó a México recibir uno
de sus golpes bajos. Ya se veía venir. De hecho, la pesadilla trumpista empezó
desde aquel aciago verano de 2015 en que Trump amenazó con su candidatura,
vapuleando a México y acusando a los mexicanos de violadores. El gobierno de
EPN ni chistó. Es más, lo premió, invitándolo a Los Pinos en 2016, en donde se
le dio tratamiento del presidente que aún no era. A su regreso, se fue a
Phoenix en donde gritó que habría muro y que México pagaría por él. Resultado:
subió en las encuestas. AMLO no diseñó ninguna agenda de riesgo frente a Trump.
No le importó como no le importa lo que ocurre en el resto del mundo. Ante la
prepotencia de Trump, México tendría que haber asumido una posición política
por razones técnicas. La amenaza de Trump de imponer tarifas de 5% a nuestras
exportaciones, significaba una violación a la Cláusula de Trato Nacional que
priva en el TLCAN (artículo 301) y que se mantiene en el T-MEC (artículo 2.3).
México hubiera sido forzado a responder igual.
Y simultáneamente recurrir a la OMC y
otras instancias ad
hoc para denunciar esta violación. También tendría que haber
movilizado desde diciembre a un ejército de funcionarios y académicos de alto
nivel para realizar un cabildeo a todos los niveles de la vida estadunidense,
tanto en el ámbito nacional como estatal. Y así lograr desmantelar la trama
mentirosa que ha tejido Trump. Resultó al revés. El 4 de junio se publicaba que
Ebrard definía como límite de la negociación, la “dignidad” de México y que no
aceptaría la cláusula de tercer país de asilo (El País, 04/06/19). Entre el viernes y el sábado nos
enteramos que se aceptaba la ilegal e ilegítima relación vinculante entre
flujos migratorios y el libre comercio entre socios.
Con esto México no ganó. Revirtió una
imposición (no existente), unilateral, arbitraria e ilegal del 5%, a cambio de
militarizar la frontera sur, convertirse en tercer país de asilo “sin demora” y
fungir como el policía de Trump. Capitulación como resultado de la ausencia de
Estado. El país completo se convirtió en el soñado muro de Trump. México tendrá
que “actuar”, detener y expulsar a los miembros de las caravanas a las que el
propio AMLO alentó. ¿Pues no que no?
Esto es lo que pasa cuando no se tiene
una política binacional de Estado. Haberla tenido era lo más efectivo para
contrarrestar la agresión trumpista y
olvidarse de andar convocando demagógicamente manifestaciones en contra del
tirano naranja y en celebración del “triunfo”. Este triunfo fue de Trump: le da
un respiro y empujoncito para reelegirse. Y ya que estamos en esto, será otro
grave error que AMLO no acuda al G-20. Sobre todo en el contexto de la crisis
actual y la que se avecina. Es un despropósito ausentarse y mandar una
delegación que no podrá acudir a las reuniones de alto nivel en donde se
alcanzan acuerdos multilaterales y se pueden aprovechar las oportunidades de
apuntar a la urgente diversificación de nuestras relaciones económicas y
comerciales. Bien haría este gobierno en alejarse del pasado remoto y abandonar
el aislacionismo populista en política exterior. Eso está bien para la alcaldía
de Macuspana, pero no está nada bien para el beneficio de la nación.
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