Desde que se pactó la infame certificación migratoria de EU a México cada 45 días, a cambio de la no imposición del cinco por ciento de aranceles a nuestras exportaciones, los sucesos se han desencadenado en forma por demás lamentable.
México y Estados Unidos ni se acaban de entender entre sí ni de entender en qué consiste su compleja relación interméstica. Ya no acatan las reglas intrínsecas que privan históricamente en la relación bilateral. Esta relación pierde cada vez más orden y racionalidad. Si bien esto ya ocurría debido al anquilosamiento de nuestra política exterior soberanista, antiimperialista y antimoderna, la llegada a la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos y posteriormente la de Andrés Manuel López Obrador en México acabó dándole un golpe que puede ser mortal, al igual que lo son los otros agravios en contra de las instituciones del Estado operados por este gobierno. Como ya se ha dicho en este espacio, el gobierno de Trump ha hecho y hará todo lo posible por seguir utilizando a México políticamente, tanto como lo hizo en su precampaña electoral en 2015, durante la misma en 2016, y ahora en el preámbulo de la de 2020.
Asimismo, si en este sexenio se siguen confundiendo las variables de la relación bilateral y se mantiene esta óptica pragmática de entreguismo, entonces AMLO estará dando aún más facilidades para que Trump logre su cometido de empoderamiento sobre México, el cual muy bien se prolongaría si los estadunidenses deciden continuar con esta infamia histórica y lo reeligen.
Desde que se pactó la infame certificación migratoria de EU a México cada 45 días, a cambio de la no imposición del cinco por ciento de aranceles a nuestras exportaciones, los sucesos se han desencadenado en forma por demás lamentable. Tanto el gobierno de Trump, como el mexicano se han enfrascado en disputas revanchistas que no son nada halagüeñas para nuestro futuro bilateral. La atmósfera no es propicia para la cordialidad y ambos países se la han pasado mordiéndose su propia cola. En efecto, cada gobierno se ha tratado de colocar en una posición óptima frente a su opuesto. Así, a raíz de los crímenes de odio ocurridos el 3 y el 4 de agosto pasados en El Paso, Texas y en Dayton, Ohio, respectivamente, y en los cuales murieron 32 personas, México fijo su posición frente al hecho de El Paso. El Canciller Marcelo Ebrard calificó (correctamente) este crimen como uno resultado del terrorismo blanco. En efecto, este tiroteo fue un acto político calculado, extraído de la retórica del nacionalismo blanco, volviéndose un caso similar al ocurrido en la sinagoga en Pittsburgh en octubre pasado. Se trata de un momento en que la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) ya no tiene la fuerza para defender el derecho a portar armas.
Aunque como lo sucedido después de Parkland en 2018 Donald Trump prometió la defensa de la segunda enmienda a través de la NRA, por lo cual los demócratas lo culpan por el fomento de esta ideología de “supremacista blanco” aún después de condenar la tragedia en Twitter.
En coincidencia con la tesis de Ebrard, la BBC resalta que el sitio web 8Chan, es un espacio donde los supremacistas blancos, agresores de las minorías, publican sus declaraciones de odio. Vincula las masacres de Christchurch en Nueva Zelanda, el ataque a una sinagoga en Poway, California y el atentado de El Paso: tenían en común que las tres declaraciones de aviso y manifiesto fueron publicadas en dicho portal. La denuncia de México contra el “terrorismo blanco” acicateó a Trump. Éste reviró irresponsablemente con una nueva amenaza de certificación antidrogas para México, la cual había sido eliminada a principios del siglo: México tenía que reducir sus índices de tráfico a Estados Unidos en un plazo perentorio. De otra manera se suspendería el apoyo económico que EU ha ofrecido y otorgado a México en esta materia. El gobierno de López Obrador respondió a esta nueva declaración exigiendo que EU parara la exportación de las 213 mil armas que llegan ilegalmente a nuestro país.
Así las cosas, no hay avance alguno en nuestra política estadunidense. Pareciera que hubiéramos aceptado, por un lado, una relación de sometimiento, que se encubre con una postura aparentemente combativa que no puede ocultar la triste realidad: México y EU no son iguales.
Predomina el sometimiento mexicano a la ley del garrote de Washington.
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