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Sujeto de lástima y objeto de burla: ¡viva México!

Las malas decisiones de un gobierno se pagan caro, pero la frivolidad y la indolencia en la conducción del Estado frente a una crisis, pueden llevar consecuencias que atenten contra la seguridad nacional. Hay varias notas periodísticas, una del NYT y otra del periódico local de Zúrich, que se burlan del presidente mexicano.

Se reporta en estos reportajes, algo que ya es sentido común mexicano: el Presidente de se burla de los mexicanos, de la comunidad internacional y provoca al público en general en el medio de una crisis de salud internacional sin precedente; se la ha pasado violentando todas las disposiciones preventivas y de precaución para detener los contagios por el COVID-19. No deja de provocar, cual chamaco pandillero de cuadra. Envalentonado, el Presidente, animó hasta hace algunos pocos días a grandes y chicos para que se abrazaran, se sobaran y se besaran.

Hace pocos días declaró que él les diría a los mexicanos “cuándo” quedarse en casa y que en el inter, fueran por la vida invitando a sus queridos a comer en los restoráns. ¿Quién, en su sano juicio sabe qué quiere este hombre que se ha dedicado a ofender y a engañar a la ciudadanía mexicana desde hace más de 20 años? Lo peor: AMLO se ha encargado a degradar la noción de civilidad, intrínseca en los códigos de la sociedad de la postilustración, del supuesto postautoritarimso de Estado y de la postmodernidad. AMLO sepultó no sólo a sus amores políticos, pero rediseñó al monstruo. A saber, el sistema más sofisticado de autoritarismo perpetuo, logrado entre lo antiguo y lo nuevo. México ha sido siempre, en su dimensión social y política, un país autoritario y con un avance tan vanguardista como retrasado. AMLO es la expresión más novedosa de esta metamorfosis.

Desde la perspectiva del conjunto nacional, la política del Presidente no ha sido benéfica. Es el Presidente de la negación. De la negación de todo lo que incomode a su popularidad y a su ímpetu narcisista a su obsesión por perpetuarse. Es tal su resentimiento e ignorancia sobre la complejidad de la realidad y de esta pandemia que es capaz, incluso, de imponerse como un tirano, en parte, por su incapacidad para la gobernabilidad, pero, sobre todo para la autocontención emocional, digna de un caso de urgente atención siquiátrica.

No queda claro si AMLO se ha percatado que la tercera parte de la humanidad ha quedado confinada por el COVID-19. Tampoco resulta claro si, como subproducto del sometimiento abyecto de su gabinete, esto ha significado la disfuncionalidad sistémica del gobierno que encabeza. Si esto fuera así, estaríamos ante un problema de gobernabilidad gravísima, que en un contexto político distinto, ya hubiera obligado a la discusión sobre la continuidad del ejercicio de un gobierno muy poco republicano, que no se ha apegado a la norma y a la ética de la emergencia.

Percepción es realidad, dirían los clásicos del poder. Con López Obrador, la realidad se ha convertido en algo más poderoso que la percepción, tanto desde el extranjero como desde México. Al grado de que el riesgo de parálisis o al menos de ineficiencia institucional ya esté empezando a mermar las capacidades del Estado. La realidad que tanto manipula el Presidente, ya se le invirtió. De acuerdo con encuestas de la semana pasada, una gran mayoría de mexicanos desaprueban el manejo de crisis del Presidente. La realidad indica que López Obrador ha caído en las encuestas lo cual es motivo de alerta, pues puede traer como consecuencia que la peor parte del Presidente se imponga y opte por medidas duras en contra de sus opositores. Contra lo que se dice, AMLO fue un opositor relativamente eficiente y políticamente destructivo: su plan fue encriptar su trinchera y hacerlo desde la demagogia, nunca desde la democracia y con tácticas tóxicas. En realidad, su poco tiempo de Presidente nos ha permitido comprobar lo rápido que se desgastó el líder opositor y lo mucho que él mismo ha disminuido como líder de Estado. Ya era evidente lo que ahora no pocos de sus seguidores en Morena lamentan: AMLO no es funcionario ni líder de Estado. Y eso es lo que se ha puesto en evidencia su convicción golpista desde sus tiernos tiempos tabasqueños. Sus políticas no son políticas de altura, tales y como las de Merkel, Macron y Trudeau. Más aún, ni su hermano gemelo, Trump, ha caído tan bajo en la vulgaridad anómica que representa el que se prometía como político transformador para México. Y, esto, los países democráticos del mundo ya lo registraron, más recientemente desde la reunión virtual del G20, en la que México, apareció, en voz de su líder como un pedinche neocolonizado y demagógico, autoritario y, regañón de tercera calidad.

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