Según como se aprecie, ya nada será igual, después de la pandemia provocada por el COVID-19. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, en Estados Unidos, no habíamos vivido una crisis internacional y local tan brutal, tan inimaginada por los actores estatales y societales y que opera en contra de las diversas formas de vida al interior de las naciones del mundo entero.
El coronavirus nos atropelló a todos. Cómo lo dice una investigación reciente de la Universidad de Harvard, al referirse a lo social, este será un virus aún de muy largo plazo. Tendremos que mantener la sana distancia y todas las precauciones necesarias por un buen número de años. La inventiva y la construcción de la civilización, tal y como la conocemos, también provoca destrucción. Serán la ciencia y la política las responsables centrales de la evolución y resolución relativa que esto vaya a tener en décadas. Y del impacto que las soluciones ad hoc tengan en la vida política, social y económica de las naciones. Quisiera contribuir ahora con una reflexión acerca de los nuevos parámetros que se impondrán en las relaciones internacionales y, sobre todo, en la forma en cómo la historia aceleró muchos de los movimientos ya existentes previos a la crisis.
Los actuales paradigmas de la correlación de fuerzas, si bien no traerán demasiadas cosas nuevas, si se transformarán aceleradamente en el eje mismo de su catártico movimiento. Por ejemplo, el polémico descenso gradual del poder hegemónico de EU, frente al de China, la Unión Europea, Rusia, y otros actores relevantes del sistema global (los países nórdicos, Taiwán y Corea del Sur se han destacado por un excelente manejo de crisis, mientras Japón muy mal, no se diga la pésima administración de la crisis que han hecho México y EU), sufrirá en estos momentos de crisis coyuntural un aceleramiento muy relevante. El comportamiento de los dos gigantes, asiático y estadunidense, verán muy pronto en los hechos los resultados de su respuesta a la pandemia. Y también verán muy pronto su responsabilidad histórica ante la misma.
Washington y Pekín están en crisis ante sí mismos, pero fundamentalmente se juegan su legitimidad en el escenario global. Nada será igual para ninguno a partir del COVID-19 y los europeos, asiáticos y americanos quedaremos expuestos a los arreglos institucionales, o no, que logren negociar. Por el lado de China, la proliferación del virus generado en su territorio la ha expuesto en su parte más débil y maltrecha: un sistema social expuesto al autoritarismo estatal que Wuhan hizo aflorar. Wuhan, el Chernóbil chino, impactó la capacidad de mitigación y contención de Beijing y aumentó su verticalismo —en la medida en que logró con relativa eficacia contener los contagios a través del encierro total de millones de personas potencialmente expuestas o portadoras—. Esto es lo que la propaganda china ha venido en llamar la enorme eficacia de las acciones del sistema de partido único, encarnadas en las acciones del Partido Comunista.
Si bien polémico, este hecho podría ser cierto, aunque las noticias de la proliferación del contagio en el norte de China, lo puedan, desafortunadamente, desmentir en breve. Por el lado de EU, el otro caso que quiero poner en paralelo, hemos visto escenas más que grotescas, que hablan mucho del desdén de Trump por el papel de su país en el sistema internacional en estos momentos de crisis.
No solamente se desdeña la hegemonía que le da sentido a la identidad estadunidense, también se hace con las virtudes republicanas que caracterizan a ese país, si lo vemos desde la perspectiva del desprecio de Trump al federalismo. Por lo demás, Trump perdió por default la oportunidad para afrontar la crisis desde el principio, mostrando una incapacidad administrativa, moral y política, aunada a la negativa implícita a encabezar la salida global de la crisis. Ahora China se ha adelantado y ya se prepara —paradoja incluida— para mitigar la crisis de desabasto de material médico en países que, como México, han aceptado el juego maquiavélico chino, frente a la impotencia e incompetencia de Trump (un ejemplo, China abastecerá al mundo con cuatro billones de tapabocas).
En todo caso, lo que sostienen los chinos frente a la respuesta de las democracias liberales es que, ante el desperdicio de tiempo de países en severa crisis humanitaria por el virus, como Gran Bretaña, Italia, España y EU, China les dio margen para ganar tiempo, todo lo cual indica cuan inferior es el sistema democrático frente al control central chino. En el fondo, lo que la propaganda de ambos países discute aquí, en el medio de la pandemia, es cuánto más eficiente es un actor frente a otro y que capacidad tendrá para sobrevivir geopolíticamente la grave contingencia.
Comentarios
Publicar un comentario