Mientras el desparpajo en el manejo del COVID-19 se normaliza y se convierte, para mal, en el sentido común de algunos sectores de la población y el poder público, gracias en gran parte a la ayuda que ha proporcionado la estupidez estatal en las personas de Trump, AMLO, Bolsonaro o Boris Johnson, otros países han afrontado el desafío con gran entereza y eficacia. Ocho han sido los casos de más éxito en la lucha contra el coronavirus: Dinamarca, Islandia, Finlandia, Alemania, Noruega, Nueva Zelanda, Taiwán y Corea del Sur. Cinco son europeos y escandinavos, uno es de Oceanía y dos son asiáticos.
Lo más interesante: de los ocho, sólo uno (Corea del Sur) no está gobernado por mujeres. El resto lo conducen lideresas con una sólida experiencia política y vocación científica quienes, además, han mostrado una visión estratégica notable y una gran astucia política al tomar decisiones con base en datos duros, proporcionados por los científicos.
Según estadísticas de la Universidad Johns Hopkins (16 de abril), en estos ocho casos, la curva de fallecimientos es baja, debido a que se implementaron medidas con agenda de riesgo en mano y con una visión estratégica clara y coordinada por parte de las instituciones a cargo.
Por ejemplo, el éxito en Alemania radica en el hecho de que Angela Merkel, doctora en química cuántica, implementó la estrategia de realizar test a la población, antes que otras naciones del mundo. El resultado inmediato es que las tasas de mortalidad son las más bajas entre sus vecinos cercanos (3,804). Parece ser que la institución a cargo de hacer frente al COVID-19, el instituto Robert Koch de Virología, encontró que una de las claves residía en la identificación temprana de los portadores del virus para frenar su expansión (¿le suena?). Un elemento adicional es el superávit de camas y hospitales, lo que ha permitido a Alemania tratar a pacientes de España e Italia.
En Taiwán, su presidenta Tsai Ing-Wen, reaccionó con gran rapidez. Desde enero, cuando apenas se habían detectado las primeras señales del COVID-19, la mandataria introdujo 124 medidas para frenarlo sin recurrir al confinamiento de su población. Sorprende que, a pesar de su proximidad con el epicentro original de la pandemia, Taiwán sea el país más exitoso en su control, con 395 casos confirmados (la mayoría de ellos importados), 124 recuperados y sólo seis fallecidos. Además, Taiwán se da el lujo de surtir de mascarillas a EU y Europa.
Islandia es otra historia de éxito inédita. Con ocho fallecidos, su primera ministra, Katrin Jakobsdóttir, ofreció pruebas gratuitas para detectar el virus a todos los ciudadanos; cumplió con lo que la OMS aconseja a gritos: “pruebas, pruebas y más pruebas”. Además, estableció un sistema para localizar y aislar a los contagiados y se evitó el cierre de escuelas. Dinamarca (309 fallecidos) y Noruega (150), en voz de sus lideresas, la socialdemócrata Mette Frederiksen, y Erna Solberg, aparte de cerrar fronteras, tomaron la astuta decisión de dialogar con los niños de sus respectivos países para tranquilizarlos y, en consecuencia, tranquilizar a los progenitores y demás allegados, contribuyendo a una mayor y más sana cohesión social.
Sanna Marin, de Finlandia, la líder más joven (34 años) del mundo, tiene hoy un alto índice de aprobación entre sus compatriotas por su gestión de la pandemia. Con sólo 72 muertes, del 85% Marin logró conservar, vía la Agencia Nacional de Abastecimiento de Emergencia (HVK, por sus siglas en finlandés), las reservas que se guardaban en los almacenes secretos de la Guerra Fría, entre las que se encuentran grandes cantidades de mascarillas y otros implementos médicos.
Estos países están ya regresando del aislamiento y a las actividades productivas, aunque continúan recomendando a sus ciudadanos que eviten viajar y no descartan volver a introducir medidas si fuera necesario.
Por su lado, el de Nueva Zelanda es un caso muy interesante. La primera ministra, Jacinta Ardern, propuso una estrategia que, al contrario de otros países, consistió en eliminar la curva, en lugar de aplanarla. Para lograr esto, actuó tempranamente y llevó a cabo medidas de confinamiento, cuando sólo había seis casos confirmados en todo el país. También cerró la entrada a extranjeros y obligó a los neozelandeses que regresaban a ciertas partes del país a aislarse por 14 días. A la fecha del estudio de la Johns Hopkins, sólo se reportan nueve fallecidos y más de 1,000 casos confirmados.
Más allá del factor demográfico, que para muchos escépticos podría representar una ventaja relativa (no en Alemania), lo importante a observar es la estrategia seguida. En los siete casos analizados, los test, la infraestructura sanitaria, medidas tempranas de confinamiento y una firme determinación en el manejo de la crisis, representan factores de éxito notables. El liderazgo político femenino en la pandemia representa un paradigma que se tiene que destacar y nunca menospreciar. ¿Será que el COVID-19 ha puesto sobre la mesa la necesidad de que el poder político tenga que ser ejercido por actores creíbles e intuitivos, que dejen atrás las prácticas trasnochadas de los funestos populismos machistas?
Lo más interesante: de los ocho, sólo uno (Corea del Sur) no está gobernado por mujeres. El resto lo conducen lideresas con una sólida experiencia política y vocación científica quienes, además, han mostrado una visión estratégica notable y una gran astucia política al tomar decisiones con base en datos duros, proporcionados por los científicos.
Según estadísticas de la Universidad Johns Hopkins (16 de abril), en estos ocho casos, la curva de fallecimientos es baja, debido a que se implementaron medidas con agenda de riesgo en mano y con una visión estratégica clara y coordinada por parte de las instituciones a cargo.
Por ejemplo, el éxito en Alemania radica en el hecho de que Angela Merkel, doctora en química cuántica, implementó la estrategia de realizar test a la población, antes que otras naciones del mundo. El resultado inmediato es que las tasas de mortalidad son las más bajas entre sus vecinos cercanos (3,804). Parece ser que la institución a cargo de hacer frente al COVID-19, el instituto Robert Koch de Virología, encontró que una de las claves residía en la identificación temprana de los portadores del virus para frenar su expansión (¿le suena?). Un elemento adicional es el superávit de camas y hospitales, lo que ha permitido a Alemania tratar a pacientes de España e Italia.
En Taiwán, su presidenta Tsai Ing-Wen, reaccionó con gran rapidez. Desde enero, cuando apenas se habían detectado las primeras señales del COVID-19, la mandataria introdujo 124 medidas para frenarlo sin recurrir al confinamiento de su población. Sorprende que, a pesar de su proximidad con el epicentro original de la pandemia, Taiwán sea el país más exitoso en su control, con 395 casos confirmados (la mayoría de ellos importados), 124 recuperados y sólo seis fallecidos. Además, Taiwán se da el lujo de surtir de mascarillas a EU y Europa.
Islandia es otra historia de éxito inédita. Con ocho fallecidos, su primera ministra, Katrin Jakobsdóttir, ofreció pruebas gratuitas para detectar el virus a todos los ciudadanos; cumplió con lo que la OMS aconseja a gritos: “pruebas, pruebas y más pruebas”. Además, estableció un sistema para localizar y aislar a los contagiados y se evitó el cierre de escuelas. Dinamarca (309 fallecidos) y Noruega (150), en voz de sus lideresas, la socialdemócrata Mette Frederiksen, y Erna Solberg, aparte de cerrar fronteras, tomaron la astuta decisión de dialogar con los niños de sus respectivos países para tranquilizarlos y, en consecuencia, tranquilizar a los progenitores y demás allegados, contribuyendo a una mayor y más sana cohesión social.
Sanna Marin, de Finlandia, la líder más joven (34 años) del mundo, tiene hoy un alto índice de aprobación entre sus compatriotas por su gestión de la pandemia. Con sólo 72 muertes, del 85% Marin logró conservar, vía la Agencia Nacional de Abastecimiento de Emergencia (HVK, por sus siglas en finlandés), las reservas que se guardaban en los almacenes secretos de la Guerra Fría, entre las que se encuentran grandes cantidades de mascarillas y otros implementos médicos.
Estos países están ya regresando del aislamiento y a las actividades productivas, aunque continúan recomendando a sus ciudadanos que eviten viajar y no descartan volver a introducir medidas si fuera necesario.
Por su lado, el de Nueva Zelanda es un caso muy interesante. La primera ministra, Jacinta Ardern, propuso una estrategia que, al contrario de otros países, consistió en eliminar la curva, en lugar de aplanarla. Para lograr esto, actuó tempranamente y llevó a cabo medidas de confinamiento, cuando sólo había seis casos confirmados en todo el país. También cerró la entrada a extranjeros y obligó a los neozelandeses que regresaban a ciertas partes del país a aislarse por 14 días. A la fecha del estudio de la Johns Hopkins, sólo se reportan nueve fallecidos y más de 1,000 casos confirmados.
Más allá del factor demográfico, que para muchos escépticos podría representar una ventaja relativa (no en Alemania), lo importante a observar es la estrategia seguida. En los siete casos analizados, los test, la infraestructura sanitaria, medidas tempranas de confinamiento y una firme determinación en el manejo de la crisis, representan factores de éxito notables. El liderazgo político femenino en la pandemia representa un paradigma que se tiene que destacar y nunca menospreciar. ¿Será que el COVID-19 ha puesto sobre la mesa la necesidad de que el poder político tenga que ser ejercido por actores creíbles e intuitivos, que dejen atrás las prácticas trasnochadas de los funestos populismos machistas?
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