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Los dos reyes van desnudos

Uno de ellos (Trump) mucho más poderoso y tragicómico que el otro (AMLO), quien es, ciertamente, un líder subordinado al mandato del primero. Ambos con un impulso logorreico infumable y demagógico. Ambos con un grave récord destructivo de instituciones y alternativas democráticas. Ambos se caen requetebién y no se cuestionan sus excesos, que son muchos (¿qué ha dicho AMLO sobre el racismo de Trump?). Tanto en forma como en sustancia son, si no iguales, similares, casi simbióticos: aman el poder absoluto para, a partir de su detención, utilizarlo para destruir los arreglos fundamentales de la democracia que los parió, con el único fin de incrementar su eficacia autocrática. ¿Por qué AMLO va a Washington y por qué no debería ir a visitar a su amigo Trump? Pareciera que, o le tienen mucho respeto o bien, quieren que les haga un mandado, dada la incompetencia de Estado de ambos, que, sobre todo a México, llevará al barranco económico en el muy corto plazo: un favorcito, Mr. Trump, denos chance de pasar desapercibidos con nuestro plan cuatrotero autoritario; usted que es experto en el tema, hágase de la vista gorda, plis.

A pesar de la oposición unánime de quien piensa bien a esta visita, a estas alturas es irrelevante seguir discutiendo, desde nuestros precintos pandémicos, que el Presidente vaya o no vaya a Washington. Ante la necedad de Estado y su muy terca cruzada, inexplicable considerando su instinto político, pero explicable dada la nula política hacia EU y la ausencia total de una política exterior coherente, no nos queda más que claudicar, por el momento, en nuestra voluntad constructiva. Los oídos sordos de AMLO nos exponen como sociedad civil democrática ante ambos energúmenos políticos, que en dos años, con Trump de padrino global, han intentado arruinar miserablemente las democracias liberales, incluidas las propias. ¿Un contubernio no escrito?

Dado este contexto anómico, dominado por la incertidumbre democrática en ambos países, ¿se puede pensar en una armonía binacional, de sociedad con sociedad, o estamos ya secuestrados por un proceso unipersonal, que lo primero que sacrifica, además de la democracia política y social, es una política interméstica bien armada? Ambos personajes son enemigos de la democracia y, por ende, de una relación basada en fundamentos de equilibrio común, que no resultado del sometimiento. Es decir, no puede haber una relación bilateral sana cuando no se tienen resueltos los espacios cosustanciales de la democracia política, a saber, respeto a la autonomía de los poderes, respeto a los derechos humanos, bienestar y salud para todos, entre otros. No veo qué le puede decir un acrítico defensor de estos principios a su interlocutor norteño, quien se ha consagrado como racista en jefe y como el presidente más insultante con lo mexicano en lo que va de la historia moderna de la presidencia estadunidense. Como perlas del caso, me remito a los niños mexicanos enjaulados en la frontera norte y a los centroamericanos en México perseguidos por la Guardia Nacional, ambos hechos ordenados por Trump. Ante este desastre, ya no tiene ningún sentido la pregunta de ocasión: ¿es bueno que AMLO visite al vicioso Trump? Honestamente ya da igual, toda vez que no les interesa el interés binacional, sino, en el fondo, el de cada cual, el de su grandeza acicalada por su falsa y peligrosa percepción de sí mismos; su soberbio narcisismo.

Ajustándonos a un análisis realista y en la convicción de que podamos conservar algo de cordura, al menos entre nosotros, lectores y analistas, diría lo siguiente. Si AMLO va a Washington, será porque Trump se lo impuso, porque lo citó, no lo invitó. Toda vez que será una visita oficial, no de Estado, innecesaria en un momento no propicio para México, Trump logrará sacarse una foto con su invitado, abriendo cancha para algo que es posible, pero no probable que ocurra a estas alturas del desprestigio amplio de Trump: jalar voto hispano y particularmente mexicano. Igualmente, la consecuencia irá en detrimento de la legitimidad de AMLO. Dado que la visita se hace en medio de un proceso electoral sui generis, se antoja obligada alguna comunicación con Joe Biden y los demócratas, quienes no creo que querrán recibir a un Presidente que se ha arrojado a los brazos de Trump y al que habrá dado su espaldarazo en plena Casa Blanca. A juzgar por sus declaraciones en la primera conferencia de prensa que Biden dio, después de 90 días, el pasado martes, el demócrata se ha propuesto cumplir al máximo con las medidas sanitarias, tales como el uso del cubre bocas, lo cual no alterará por la presencia de un visitante de alto riesgo, dada su negligencia para siquiera portar esta pieza de prevención sanitaria. La historia que devendrá de esta vacilada con escala en algún aeropuerto estadunidense, es que Biden —quien seguramente se convertirá en presidente en noviembre— habrá tomado nota por segunda vez en cuatro años de lo poco confiable que es el gobierno de este país como socio y como aliado. Si esto se lleva al extremo por los demócratas, los próximos cuatro años podrán ser el infierno que AMLO y su crecientemente impopular 4T quisieron evitar al aliarse con Trump.

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