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Sin política exterior

Hay diferentes razones por las que se explica por qué un Estado carece de política exterior (PE). Una es, simplemente, no tenerla como resultado de los errores estratégicos que conllevan a una política internacional errática y confusa. Otra es la de apostar por error a objetivos que, también por una falta de visión estratégica, resultan ser, al final de todo, fallidos.

En lo que más me interesa hacer énfasis es en el escenario en el cual existe una ausencia de política exterior, no por las dos razones arriba señaladas, sino como resultado de una abolición: de una decisión de Estado de tener una no política exterior. Tal es el caso de la PE del gobierno que encabeza López Obrador y de la cual se encarga Marcelo Ebrard. Y hay que decir que este fallo histórico tiene ya, y tendrá en el futuro cercano, implicaciones negativas para México, todo lo cual irá acompañado del aislamiento del país a actores e instituciones centrales para el interés nacional y, en consecuencia, de decisiones trascendentales para el orden regional y global.

En este sentido, no se entiende aún con qué propósito se buscó un lugar en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas si no se tienen nada claros los objetivos de México en el contexto de la política internacional de nuestros días.

La PE nos permite acicalar la sustancia y solidez del Estado, el cual, por definición, debe  estar integrado por un gobierno estable y articulado y debe, también, contar con una soberanía ciudadana. Es sólo a partir de aquí que se puede detentar el interés nacional.

La política exterior blinda los espacios soberanos de la República, preserva valores e intereses nacionales, garantiza bienestar ecoUGALnómico, seguridad y justicia a la población; apuesta por un porvenir sano en la relación entre estados y, finalmente, proyecta —por medio de un conocimiento serio y riguroso de lo internacional— al Estado hacia el exterior con suficiente fortaleza como para mantener la estabilidad y los equilibrios de poder frente a actores y hechos históricos que pudieran vulnerar la esencia de la encomienda central del mismo, que es la de preservar la soberanía integral de su población, de su soberanía existencial.

Y para el logro de todo esto, se tienen que tener una política y economía internas sanas y una sociedad abierta que pueda vincularse con un mundo abierto, así como complejo, y, también, en algunas esferas parcialmente cerrado.

En Estados Unidos la ausencia de política exterior o la existencia de una PE fallida, que llega al extremo de diluirse como política efectiva, se produjo durante la presidencia de George W. Bush y hoy reaparece durante el caótico reinado de Donald Trump.

Algunos historiadores y teóricos de las relaciones internacionales, y en particular del desarrollo de la política exterior, tales como Stefan Halper y Jonathan Clarke, se refirieron a esta etapa como una en la que predominó el “silencio del centro racional” de decisiones en política exterior (ver, Stefan Halper y Jonathan Clarke, The Silence of the Rational Center, Basic Books, Nueva York, 2007). En este libro se discute acerca de los riesgos de la inmovilidad del estado en política exterior y se da cuenta de las implicaciones graves de retroceso que el Estado sufre en su relación con el orden global cuando aniquila al actor racional, que es lo que Bush hizo hasta que llegó Obama con su política inteligente.

En mi opinión, es una buena lección para explicar nuestro tema. La ausencia total de voluntad estatal y de participación institucional para edificar en México una política exterior es una de las razones del por qué no existen, como en el pasado, gabinetes de PE en economía, comercio, seguridad, cultura, frontera, migración, entre otros muchos, los cuales, de existir, podrían dar sustento a una política integral y bien organizada de política internacional. En su lugar la política hacia el exterior se ha visto reactiva (EU) e improvisada, carente de juicio y racionalidad, sin visión de conjunto. Por ejemplo, todavía es la hora en que México no tiene titular de embajada en Londres o París, por mencionar dos que son claves para el interés nacional. Es más, ni siquiera se ha apostado por proyectar una política de principios, tal y como se insinuó que se haría en el plan nacional de desarrollo, cuando se advirtió que México regresaría a la diplomacia más clásica del nacionalismo revolucionario de eras pasadas y en las que el PRI tuvo dominio absoluto. Sin actor racional, ni prioridades estratégicas y sin definición de categorías, imperativos centrales de la PE, se corre el riesgo de impactar negativamente el desarrollo integral de la nación.

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