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Biden: hoja de ruta I

Trump y su presidencia se ven tan moribundos como vigorosamente vivos. Esperemos que por breve tiempo. Después de todo, la narrativa del trumpismo es de muerte y resurrección. Así transcurrió cuando efectuó su mudanza de empresario fracasado a político actuante y mediocre, nada menos que desde la Casa Blanca. También así pasó cuando ingresó con covid-19 al hospital Naval Walter Reed por tres días y “se les apareció” resucitado a sus huestes, quienes ahora lo idolatran como renacido (con todas las implicaciones que esto tiene para el fanatismo evangélico). Cargada de ira, tal y como su jefe les ha enseñado, esta base política ha sido preparada para desplegar altos índices de paranoia, lo que le impide distinguir entre lo que pasó y lo que realmente pasó. De tal forma que el discurso del trumpismo sobre el supuesto fraude ha estado acompañado de una movilización poselectoral que amenaza con paralizar la transición de poderes en EU. El empeño de Trump es humillar y reducir a su mínimo a sus interlocutores y esto intenta hacer con la presidencia de Biden en su nuevo despliegue de prepotencia, que de pasada ha arrastrado humillantemente a importantes miembros de la clase política de aquel país. No obstante la maldad de Trump y su empeño en incendiarle la casa a Biden antes de que este llegue a gobernar, el presidente electo y su equipo ya empiezan, si no a gobernar, sí a definir las pautas de lo que serán los elementos rectores de su presidencia. La estrategia de Biden ha sido la de mandar señales de certidumbre al público y a los mercados —los cuales dependen de su estabilidad e integridad— acerca de la tersura con la que se dará el proceso de cambio de mando. Es de suyo obvio que Trump, en un conocido impulso de narcisismo, está dispuesto a desajustar los mecanismos institucionales de transición al poder al que EU está habituado. De aquí la importancia de las señales de Biden. EU ya vive en crisis —tal y como cualquier otro país débil en su estructura democrática— gracias a Trump y al divorcio democrático de todos sus fieles, los del coro y los de la tribuna. De este empeño de Biden habrá de depender tanto la resistencia y el combate al virus, como la recuperación de la confianza en la política y la economía, tan maltratadas en los últimos años del trumpismo.


Los temas prioridad de Biden serán: alivio del covid-19, estímulos económicos, reformas sanitarias, inversión en infraestructura y energías limpias. Las centrales y vinculantes serán las dos primeras. De hecho, Biden ya estableció la urgencia de portar generalizadamente el cubrebocas, por al menos 100 días, al inicio de su mandato. En el combate al covid-19, Biden buscará establecer las pautas para una agenda preventiva entre las comunidades que, según datos oficiales, más han sido afectadas por la pandemia. En el ámbito económico, Biden propondrá medidas de alivio a las economías familiares por medio de una estrategia contracíclica con el fin último, entre otros, de estimular la demanda con el apoyo del gobierno. Esta será la política económica más sensata que pueda aplicar Biden y que, dicho sea entre paréntesis, pueda ser también una política que por contagio se aplique en México. Para desarrollar esta política económica, Biden nominó a Janet Yellen al frente del Tesoro de EU (primera mujer en la historia del Tesoro al mando). Yellen fue factor clave para la recuperación de la gran recesión de 2008 y ha sugerido mayores estímulos económicos para hacer frente a la crisis pandémica.


En política exterior destaca el nombramiento de Antony Blinken como secretario de Estado. Blinken proviene de la administración de Obama y ha sido colaborador de Biden desde su paso por el Senado. Con el lema EU está de regreso, Biden se propone volver a una política exterior multilateralista que haga destacar a EU como la “nación imprescindible” en lo que se refiere a los arreglos globales abandonados por Trump. Blinken cree que Rusia y China son los principales adversarios geopolíticos y que se requiere una combinación de diplomacia “activa” y “disuasión militar” para una política exterior eficaz. En su visión, este mundo “cada vez más peligroso” está amenazado por populistas nacionalistas y poderes autocráticos agresivos, aunque también muy posiblemente algo debilitados, y más con la derrota de Trump. Con todo lo acertado que Blinken pueda estar, hay que destacar que también se ha distinguido por ser un “intervencionista liberal”, lo cual se refleja en su apoyo a la invasión de Irak al margen del derecho internacional; este es un argumento que podría repetir cada vez que las acciones de los interlocutores restrinjan el comportamiento de EU. Y, sin duda, sobre esto habrá que seguir elaborando para entender, lo más cabalmente posible, el destino inmediato de nuestro vecino y socio más importante.

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