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Biden: la hoja de ruta, III y último


Would it not be easier/ In that case for the government/


           To dissolve the people/ and elect another?


           Bertolt Brecht

Para acotar nuestro análisis sobre los pendientes del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, diríamos que, además de impulsar una gran reforma educativa, que incluye permitir el acceso gratuito a la universidad a millones de educandos; y de implementar las medidas necesarias para rescatar lo que queda del Obama Care, tan vapuleado por el trumpismo, Biden tendrá al menos dos pendientes de carácter político, ante los que tendrá que hacer uso de una ingeniería política enorme. Me refiero a cómo hará para contrarrestar la fuerza compulsiva del trumpismo, cómo contendrá la presión dogmática de sectores de la izquierda demócrata para cumplir con imposibles en una coyuntura en la que el centro progresista liberal es la única opción realista y lograr un equilibrio político electoral, dada la pérdida de espacios congresionales en ambas cámaras (entre lo que se incluye el escenario de no poder ganar para los demócratas los dos sitios en el Senado que están en juego en Georgia). Todo esto con el propósito de permitirse la gobernabilidad en los próximos cuatro y/o ocho años de la fórmula Biden/Harris.


En un contexto inédito en que una mitad del Partido Republicano (PR) forma parte ya de un Estado posdemocrático, la pregunta recurrente es si el trumpismo es una fuerza política poselectoral que tenga aún un margen de maniobra viable en el futuro político cercano y si esto va a implicar que Biden tenga imposible la ejecución de su plan de gobierno, dada la coyuntura que hereda de la anomalía democrática que, en mi opinión, supone el trumpismo.


La estrategia narrativa de esta fuerza ha sido la de negar el hecho y derecho de la mayoría de Biden a existir (cinco millones de votos por encima de Trump). Aunque ciertamente la negativa de Trump a aceptar la derrota es innatamente limitada en el tiempo político del presente y del futuro cercano de la política estadunidense, toda vez que esta avanzará cuando pueda y retrocederá cuando deba. Y esto dependerá de la fuerza política unitaria que ejerza el bidenismo, tanto en este primer momento inmediato, como en lo que resta de tiempo de lo que auguro como una pugna política sistémica entre las fuerzas en juego (75 millones de votos del trumpismo no son poca cosa), a saber, un trumpismo que está en el preámbulo, o bien de su decadencia, o bien de su reflorecimiento como fuerza opositora, muy a pesar y más allá del atribulado PR. Esto último es de la mayor trascendencia: dependerá del PR hasta dónde el trumpismo avance y, en consecuencia, hasta dónde quede estancada la segunda fuerza del bipartidismo estadunidense, a expensas del impulso de una fuerza sistémica del establishment gringo. Aquí radica el futuro de lo que considero el gran tema de la seguridad existencial estadunidense y, por ahora, más vital: la seguridad democrática. Los actos despóticos/delincuenciales de la autarquía trumpista, es decir, de aquel paradigma revivido en el que la democracia depende del otorgamiento del permiso del líder indispensable y autoritario, se han instalado en EU con un margen de sobrevivencia aún de pronóstico.


El gran pendiente radica en cómo el nuevo grupo en el poder, que encabezará Biden, tendrá la fuerza y la imaginación como para contrarrestar lo que ya se considera como un asalto a la democracia. El gran problema de esta operación es que el trumpismo ya tiene todo un movimiento —que devino democrático— como respaldo. ¿Tendremos, pues, una democracia escindida en los años subsiguientes con el impasse antidemocrático impuesto por el trumpismo? O bien, ¿un avance político que le permita a la democracia avanzar de la mano de Biden/Harris? ¿La izquierda estadunidense –demócrata— quiere otra crisis? ¿Como la de McGovern en los setenta? Está por verse si embestir a Biden con demandas, por el momento irracionales (defund the police), será la mejor solución para hacer avanzar las fuerzas de resistencia ante el trumpismo que tanto trabajo ha costado edificar. Este factor de unidad demócrata será fundamental para ejecutar los muchos planes de gobierno —como el regreso al Acuerdo de París— y también para hacer posible que el despotismo trumpista abandone el aparato del Estado por completo y se convierta en una realidad sobrante e innecesaria de la democracia estadunidense, en primer lugar, y de la democracia global en segundo.

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